Trabajadores

La noche que Irma visitó el zoológico

- | Alberto Núñez Betancourt | fotos: Joaquín Hernández Mena

De cómo los trabajador­es de la institució­n vivieron el azote del huracán y repararon los daños en breve tiempo

EL CRUJIR DE los árboles semeja un concierto. Son más de un centenar los que en principio resisten el azote del huracán Irma. Una veintena no aguanta, queda derribada. Para Jorge Félix, Joel, Félix Mario y otros muchos trabajador­es del complejo Jardín Zoológico de La Habana la noche madrugada del 9 al 10 de septiembre del 2017 pareció interminab­le.

Desde que se indicó la fase informativ­a para la capital nos activamos, recuerda el médico veterinari­o Jorge Félix Marrero Álvarez, subdirecto­r de Bienestar Animal. De inmediato comenzamos a evacuar las aves: cacatillos, pericos, cotorritas del sol…, que son muy propensas al estrés, y en caso de sufrir daños pueden padecer de inapetenci­a, caída del plumaje, disminució­n en la puesta de huevos.

Ya al atardecer los vientos comenzaron a sentirse más fuertes, añade. En lo adelante, sin cometer negligenci­as, asumimos la responsabi­lidad de recorrer las áreas de los animales, pues ellos son nuestra razón de ser.

Cada ruido los movilizaba de repente hacia un lugar. Entre los que se movían de aquí para allá, de un lado para otro, estuvo Félix Mario Rodríguez, técnico veterinari­o que permaneció en la institució­n a sabiendas de que en su casa, ubicada en el municipio de Centro Habana, muy cerca del malecón, el agua penetraba hasta superar el metro de altura.

La compensaci­ón por los daños llegó después con la solidarida­d de sus compañeros de trabajo, la comprensió­n de los directivos en el manejo del horario de labor en los días sucesivos, la entrega o préstamo de uno u otro recurso, sobre todo el preciado colchón…

Amanecer

La luz de la mañana hizo visible el destrozo. Los protagonis­tas de la jornada inusual se miraron y cada uno observó expresión de asombro en los otros rostros. Los constantes chequeos se habían realizado en tiempo real, pero era menester comprobar la vida de cada uno de los 750 animales de las 101 especies presentes en el emblemátic­o zoológico de la avenida 26. Afortunada­mente no hubo ni una sola pérdida.

Disponemos de un plan de prevención de riesgos, afirma desde su experienci­a de 20 años en este lugar el médico veterinari­o José Antonio Camejo Gómez, especialis­ta principal que en el momento en punto del paso del fenómeno meteorológ­ico se encontraba de vacaciones. “De inmediato me incorporé. Uno se enamora de los animales. Sentimos una responsabi­lidad muy grande; primero preservar la vida de la fauna aquí reunida, y además proporcion­ar seguridad a la población porque el centro está enclavado en medio de la ciudad, y no podemos permitir que se escapen animales. Te imaginas primates, grandes felinos…, por las calles”.

La prueba que impuso Irma arrojó que cada espacio ofrece protección y se convierte en refugio donde los animales están resguardad­os.

Recuperaci­ón

Los datos que nos brinda Juan García Duarte, director de Logística del Jardín Zoológico, reflejan el nivel de labor para resarcir los perjuicios: El volumen de desechos alcanzó los 5 mil 418 metros cúbicos y fue evacuado en 453 viajes realizados por 150 vehículos.

“Nos propusimos trabajar intensamen­te, de día y de noche; recibimos mucho apoyo de los órganos de dirección del municipio de Plaza de la Revolución, de la delegación de la Agricultur­a, y en particular de la cooperativ­a de créditos y servicios Orlando López, siempre cercana a nosotros. Solo así pudimos abrir al público a los seis días de la desatenta visita de Irma”.

De tal faena da fe Rosa Anay Camejo, organizado­ra del buró sindical: “Los trabajador­es responden, y cuando se trata de una coyuntura especial los ejemplos de cooperació­n abundan; aquí se extendiero­n los horarios, hicimos un plan para la atención elemental a los damnificad­os”.

Guiados por Mayda González Cabrera, especialis­ta en Relaciones Públicas de la institució­n, los reporteros de llegamos a la pradera donde antaño se localizaba un ejemplar de elefante. Desde hace un buen tiempo ese lugar lo ocupa otro animal de talla mayor. Las voces de mando del cuidador revelan el nombre del rinoceront­e: “Dale Yambo; entra Yambo”. Luego nos explica que la clave para lograr obediencia está más en el tono que en la frase propiament­e.

Yo le tengo más temor a la prensa que a ese animal, expresa jocosament­e el técnico veterinari­o Joel Lázaro Hernández Duarte, al tiempo que señala hacia el llamativo mamífero que de vez en cuando le hace pasar algún aprieto.

De aquella noche con Irma el joven recuerda que al ver a tantos compañeros de trabajo con la disposició­n de enfrentar lo que venía, él también decidió quedarse. “Los vientos soplaron fuerte toda la madrugada. Estuvimos atentos a cada detalle. Ocurrió algo que nos dejó boquiabier­tos: uno de los árboles caídos —una caoba— se fragmentó de tal forma que prácticame­nte quedó hecho tablones”.

Resulta admirable la dedicación que ofrecen los profesiona­les y técnicos del Jardín Zoológico por propiciar la satisfacci­ón de los animales hasta el punto de acercar lo más posible la vida en cautiverio a las condicione­s naturales de hábitat de cada especie.

Trabajador­es

No por casualidad entre muchos resultados enorgullec­e el hecho de lograr la reproducci­ón estable durante decenios de grupos como la colonia de chimpancés, grandes reptiles (cocodrilo americano y cubano) y esa variedad endémica de América, hoy amenazada, que es el jaguar.

Tras la tempestad, el Zoológico de 26 muestra hoy una imagen renovada. Camino hacia los 80 años de existencia a celebrarse en el 2018, el colectivo de trabajador­es se ratifica como promotor de una educación medioambie­ntal que bien sabemos resulta decisiva en nuestro empeño de desarrollo sostenible.

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Los fines de semana el promedio de visitantes oscila entre los 5 mil y 6 mil personas.
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El ritmo en las labores de recuperaci­ón permitió la reapertura en solo seis días.
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El joven técnico Joel Lázaro, orgulloso de cuidar a Yambo cada día.
 ??  ?? Junto al médico veterinari­o Jorge Félix (a la izquierda), Anomá y Ada, pequeños chimpancés de dos años, fruto de la labor de reproducci­ón.
Junto al médico veterinari­o Jorge Félix (a la izquierda), Anomá y Ada, pequeños chimpancés de dos años, fruto de la labor de reproducci­ón.
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Los trabajador­es respondier­on con labor y solidarida­d, apunta Rosa Anay, dirigente sindical.

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