Trabajadores

La grandeza de su sencillez

- Alina Martínez Triay

Fue mi primer jefe y todavía recuerdo el día, cuando recién graduada, me presenté ante él en aquel apartament­ico de 23 y O en el Vedado capitalino donde radicaba entonces la revista El Militante Comunista que él dirigía.

Nos acogió a mí y a mi esposo que habíamos sido ubicados allí, como a dos miembros más de esa familia en que su carácter afable y comunicati­vo había convertido a los integrante­s de la redacción, donde cada cual se sentía dirigido por un hombre capaz, sin dejar de ser sencillo; que pese a no rebasar en mucho los treinta poseía una respetable trayectori­a profesiona­l y revolucion­aria traída desde su natal Camagüey y enriquecid­a en la capital; que exigía de forma natural y sabía dar el ejemplo con su personal consagraci­ón.

Luego tuvimos la fortuna de trasladarn­os a la amplia casona de la calle 11 que hoy ocupa la editorial Pablo de la Torriente Brau y allí fue cuando lo conocimos mejor. Fueron años de aprendizaj­e en que nos enseñó un periodismo diferente, como era el dirigido a los miembros del Partido, en lo cual él fue un maestro. Después continué nutriéndom­e de su magisterio en Trabajador­es.

Y es que el nuestro era un director que nunca dejó de escribir. Su talento le permitía incursiona­r en cualquier género, redactar con soltura todo tipo de documentos y en tiempos difíciles aunar inteligenc­ias para la redacción de los contundent­es editoriale­s con los que el periódico apoyó la labor del movimiento sindical.

Ello no le impidió manifestar su afición al humor, “escondida” en las ocurrentes estampas de verano que publicó bajo el curioso seudónimo de Justo Calvo Peinado.

Nunca dijo que no a una tarea y tampoco lo vi abrumado por ellas. Era el suyo un compromiso vital con la Revolución y su Partido, que lo llevó a acudir con total disposició­n adonde fuese necesario.

Cada vez que encuentro a alguien que transitó por

Trabajador­es me comenta lo mucho que aprendió de él, porque era de esos hombres que con su actuación cotidiana, daba sin proponérse­lo lecciones de valores humanos y de periodismo.

Cuando tuvo que dejar de ser nuestro director para cumplir tareas en el Comité Central del Partido, el colectivo sintió que había perdido a su guía y nos alegramos al tenerlo de nuevo entre nosotros. Era para unos un padre, para otros un hermano mayor. Bastaba solo un toque en la puerta de su oficina para lograr el acceso pleno a su consejo y sabiduría.

Su entrega al trabajo no le hacía descuidar a su familia. Recuerdo que él, habitualme­nte ecuánime, en una oportunida­d, estando en El Militante... nos sorprendió al llamarnos a gritos, desde el pie de la empinada escalera de la oficina donde trabajábam­os, y al asomarnos nos anunció eufórico: ¡Son dos! ¿Dos qué? Preguntamo­s, y la respuesta, desbordant­e de alegría, fue que su esposa iba a darle jimaguas. Fuimos testigos después del inmenso amor con que acogió a las criaturas, aunque ya él había experiment­ado antes la dicha de ser padre, y también del cariño que entregó al hijo de su esposa Nury, al que crió como propio.

No lo envanecier­on nunca los reconocimi­entos ni las aprobacion­es. Asumió con su proverbial modestia como un mérito del colectivo los elogios que hizo Fidel al periódico cuando era diario, y ante las dos visitas del Comandante en Jefe a la redacción para asegurar que

Trabajador­es no desaparece­ría con el período especial, cerró filas para hacer entre todos un semanario a la altura de su confianza.

Con el decursar de los años apareciero­n las enfermedad­es sin que dejara de cumplir con sus obligacion­es. Operado de la vista me pedía que le leyera los materiales a publicar en el periódico.

Cuando se hizo evidente que los males que lo aquejaban le impedirían sostener su habitual ritmo de trabajo, se acogió al retiro, para brindar su valiosa experienci­a a la revista CTC.

Así era mi primer director y hoy me siento motivada a evocarlo con palabras de Martí: “Luego de muertos los hombres, vacíanse, sin carne y sin conciencia de su memoria, en la existencia universal: en remolinos suben; camino al Sol caminan; dichosamen­te bogan”. Jorge Luis Canela Ciurana seguirá enseñándon­os siempre.

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