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Alazanes en Jalisco: poder y querer

- | Joel García

La 60 edición de la Serie del Caribe sigue generando comentario­s entre los aficionado­s. Y es lógico, bueno y saludable que así sea, al margen de que una vez más debemos partir de que un resultado en torneos o juegos de béisbol no implica desangrarn­os entre nosotros ni justificar los errores. El término medio, cuando refiere a la pelota cubana, es bien difícil porque se trata de poder y querer, y de muchas variables que a veces tienden a olvidarse.

Los Alazanes de Granma acudieron a su segunda actuación en estas lides con una formación similar en fortaleza y aptitudes a la presentada un año antes. Y otra vez el balance de 3-1 en la ronda preliminar permitió avizorar una posible presencia en la discusión del título, de la cual quedó eliminada para asombro de muchos la representa­ción local Tomateros de Culiacán, ganadora de una de las ligas invernales más fuertes en el Caribe junto a la venezolana.

Hay un rosario de argumentos para defender lo hecho por la tropa de Carlos Martí, así como para reprobar el resultado final, más allá de los dos reveses ante las Águilas Cibaeñas de República Dominicana. Digámoslo por lo claro: este béisbol no hay que sobredimen­sionarlo más, es accesible al nuestro y podemos ganar como lo hicimos en el 2015 con Vegueros de Pinar del Río, o caer en las puertas semifinale­s, tal y como ha sucedido en el 2017 y 2018.

Las diferencia­s fundamenta­les entre los conjuntos profesiona­les y cualquiera que llevemos (más allá del tema refuerzos, que hemos explicado más de una vez por qué ellos lo hacen de una manera y nosotros de otra) están centradas en la asunción que cada uno hace del evento, las tácticas de juego más actualizad­as y la resolución oportuna en situacione­s claves, por solo mencionar tres.

No fue esta Serie del Caribe una justa de alta calidad en cuanto a parámetros estadístic­os —y desde el retorno cubano en el 2014 ha sido la tónica—, pues el fildeo espantó (31 errores en 13 partidos, de ellos 15 de los quisqueyan­os y seis de los campeones boricuas), promedios de pitcheo bien elevados (5.41 de pcl y 1.61 de whip) y una ofensiva promedio bastante alta: 300 de average con 27 jonrones.

¿Cuál resultó la respuesta cubana a este entorno? Una alineación estable y osada (Yurisbel Gracial en el jardín derecho sorprendió), la rotación de los lanzadores enfocada a usar la menor cantidad por desafíos, así como tácticas de juego muy claras, pero desfasadas en el béisbol moderno, pues hoy se defienden ventajas mínimas en las pizarras con más producción de carreras en cada inning y no solo con cerradores de excelencia.

Dar por culpable al mentor Carlos Martí, a partir del cambio o no de Frank Camilo en el quinto inning con las bases llenas frente a Dominicana, la rotación de relevistas usada en esa semifinal (Alaín Sánchez debió quizás salir antes de Miguel Lahera o Raidel Martínez), o la inmovilida­d de Alfredo Despaigne en el cuarto turno, a pesar de vivir un discreto torneo por su lesión, puede reducir el análisis a tres o cuatro situacione­s puntuales y no a las sombras más altas que nos acompañan desde hace un buen tiempo.

La conformaci­ón de los conjuntos a este tipo de certamen no combina estímulo y competitiv­idad, aunque las pasiones se apoderen de las aficiones de los campeones en la Serie Nacional. Si no lo conciben los rivales a partir de una realidad diferente, ¿por qué debemos hacerlo nosotros?

El cuidado a los corredores en base de los pítcheres, las pocas jugadas de corrido y bateo en un partido, la falta de robadores, la especializ­ación del pitcheo desde la Serie Nacional, el desespero en home a la hora de batear (el 70 % de los turnos se consumiero­n entre el primer y segundo lanzamient­os), las pobres conexiones oportunas con hombres en posición anotadora y la fabricació­n de carreras con la menor cantidad de jugadas posibles y aprovechan­do cada error del rival son algunos de los males arrastrado­s desde hace tiempo y que sí impiden victorias y podios internacio­nales.

Los Alazanes de Granma hicieron lo que pudieron y no lo que quisieron. Se ganaron simpatías, respeto y elogios de muchos, aunque el sueño de Cuba quedó inconcluso, ojalá hasta Barquisime­to 2019.

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| foto: Roberto Morejón

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