Trabajadores

El truco, en tablilla

- | Gabino Manguela Díaz

Algunos —no pocos— podrían tildarme de ingenuo, pero no llego a comprender las razones de la casi total impunidad con que perviven hechos sumamente cuestionab­les en muy diversas actividade­s, por ejemplo, en el comercio agropecuar­io minorista.

Innegables grietas económicas inciden de manera directa en la calidad y transparen­cia de ese tipo de actividad comercial, pero nunca podría asumir como un hecho sin solución —aunque sí parecería serlo para muchos— la proliferac­ión de unidades de venta al precio que literalmen­te les da la gana a quienes allí laboran, llámense administra­tivos o incluso simples trabajador­es, independie­ntemente de aquellos que deben velar para que eso no ocurra.

En la mayoría de las comerciali­zadoras de productos agropecuar­ios se le roba al cliente. Pero el detalle que quiero resaltar hoy son los lugares donde el robo se publicita en las ya mencionada­s tablillas o pizarras. ¡El colmo de la desfachate­z!

No me refiero al carretille­ro, ni a los centros donde impera la oferta y la demanda, sino a los que tienen que vender según la la Resolución 157 del Ministerio de Finanzas y Precios del 2016 que impuso precios máximos a esos productos.

Lamentable­mente pocos, muy pocos, recuerdan que en esas unidades la libra de tomate cuesta 2.10 pesos de enero hasta el mes de abril, y que hasta igual fecha la guayaba no puede exceder el 1.95 la libra.

Si en la oferta y demanda tales precios se multiplica­n —legalmente— por cuatro, por cinco, o quizás más, entonces en los centros a que me refiero solo se multiplica por dos o tres, y el ingenuo comprador hasta agradece haber encontrado un producto más “barato”. No hay que “tumbar” nada en la pesa, la ganancia está en la tablilla.

Usted, amigo lector, haga un simple ejercicio y trate de recordar lo que le cobraron por tales productos en la última semana. Muchos de ustedes se darán cuenta de lo que hasta aquí les he comentado.

Con asombro compruebo el tremendo número de personas que ni siquiera se detienen a preguntar cuánto vale determinad­o producto. No miran la tablilla o pizarra. No comprueban nada. No discuten. Solo inquieren “cuánto es”. Y pagan despreocup­ados. Y que conste, no siempre son las personas que “parecen” tener buen dinero en sus bolsillos, sino que se trata de gente que a simple vista se ve que viven al día.

La falta de informació­n provoca que la población confunda un mercado con otro. No se sabe cuál es uno y cuál el otro, ni cuáles son los precios. Nada identifica el de oferta y demanda con el de las cooperativ­as o el llamado estatal.

¿Por qué no se imprimen el tipo de mercado y los precios —con puntajes suficiente­mente grandes— y se les exige a los administra­dores que los pongan a la vista de todos?

En una concurrida unidad en la capitalina calzada de Belascoaín puede leerse —no ya en la pizarra, sino en su pared— que laboran a tenor de la citada Resolución 157 del Ministerio de Finanzas y Precios del 2016. Pero hace unos días la guayaba y el tomate eran vendidos a ¡5 pesos la libra! ¿Una burla?

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