Un llamado a la sensibilidad
Lo descubrió, o más bien lo identificó, tarde. Las involuntarias transformaciones físicas y psicológicas eran las pruebas de que algo en su interior necesitaba ser rescatado o tal vez rearmado.
Más de un año soportó las ofensas, el descrédito privado y público, el cuestionamiento sobre sus capacidades intelectuales; siempre preguntándose ¿por qué a mí?; siempre buscando qué estaba mal en sus actitudes; qué podría provocar que un jefe le lanzara dardos directo a la autoestima.
Al final sucedió lo que todos auguraban: terminó marchándose o huyendo (que era su verdadero sentimiento) en busca de nuevos aires, y al encontrarlos, se percató de que no salió tan ilesa de aquel tóxico escenario, que la confianza en sí misma estaba presa entre los temores, las inseguridades y el recuerdo de esas frases que su director le repetía hasta el cansancio. Las citas con la psicóloga la están ayudando a recuperar lo que perdió.
Un fenómeno que nos afecta
“El acoso es una forma más de violencia caracterizada por la permanencia en el tiempo, por la intensidad y la intención. Científicos concluyen que se habla de este fenómeno cuando ocurre en un período de seis meses como mínimo y se produce un episodio violento al menos una vez por semana”.
La asesora jurídica del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), Liset Mailén Imbert Milán, fue certera al realizar esta afirmación, respaldada por los conocimientos adquiridos gracias a una trayectoria profesional enfocada hacia la especialización en este tema, que durante muchos años parecía invisible.
Con apenas 30 años y a las puertas de convertirse en Máster en Ciencias acumula una sapiencia que sobresale aún más en su carácter desenfadado, afable y en sus notables habilidades comunicativas, que le permiten expresarse con claridad y seguridad ante un problema que puede afectar a cualquier persona, sin distinción de edad, color de la piel, género e identidad de género u origen nacional.
“El acoso no es un hecho de soledad. El acosador se apoya en terceros para lograr su objetivo, y no estoy hablando de que un grupo de personas se unan para hacer daño, sino me refiero a la omisión, a los testigos mudos, a quienes no se involucran en el asunto por considerar que no es de su incumbencia o porque tienen temor a las represalias, repercusiones o porque simplemente el problema no es suyo”.
Al apelar al carácter jovial y explosivo del cubano se han intentado justificar o enmascarar comportamientos o actitudes propias de los patrones del acoso laboral o que pudieran derivar en ello.
Para darnos cuenta de cuando enfrentamos un escenario con estas características, la abogada señala “un elemento cero”: la molestia o la incomodidad ante determinadas acciones son indicadores de que algo no anda bien, “y si a eso le sumas que la conducta es repetitiva en el tiempo y va in crescendo, las alarmas deben prenderse”.
La sobrecarga de tareas, la total anulación, la subestimación y la desvalorización son algunas de las conductas que manifiestan el acoso laboral.
La abogada explica, además, que existen varios tipos de acoso: descendente cuando es de jefe (a) a subordinado (a); el ascendente cuando es a la inversa y el horizontal cuando ocurre entre pares o trabajadores del mismo nivel jerárquico.
“Si estuviéramos hablando en el ámbito penal te diría que es un delito de soledad, porque a veces el acosador se dirige a la víctima en privado. Pero generalmente hay un tercero que ve o evalúa y no le pone coto a esta situación”, expone la joven.
Y ahora, ¿qué hago?
¿A dónde me dirijo? ¿A quién le pido ayuda? ¿A quién puedo decirle? Son preguntas frecuentes cuando un trabajador se siente víctima o se reconoce hostigado. Y, la realidad es que mientras más alto sea el puesto del acosador, es más difícil para el afectado encontrar el camino.
“Mi consejo sería: siempre denunciar, lo que no significa acudir a la policía, sino poner en conocimiento del órgano de justicia laboral del centro la situación, esa es la primera opción. También se puede llegar al superior jerárquico de ese jefe que te acosa”, aseveró la licenciada Liset Mailén Imbert Milán, quien reconoce además “que siempre es mejor si se tienen pruebas, aunque esto no debe ser un elemento que impida denunciar el hecho”.
Testigos, correos electrónicos, actas de reuniones donde haya quedado registrado algún planteamiento o queja sobre el tema, certificado médico por estrés emitido por un facultativo médico son algunos elementos que pudieran respaldar la acusación.
“Pero en todos esos procesos estamos atacando los efectos; las consecuencias ya son vigentes. Por eso creo que es imprescindible perfeccionar las normas y procesos rectores para evitar la impunidad de una conducta como esta”.
El Código de Trabajo establece la obligación que tiene el empleador de velar por la integridad física, moral y psicológica de todos los trabajadores. Pero, es necesario que esa “obligación” se traduzca en un proceso específico para temas de violencia.
Incluso con escenarios legales que requieran ser revisados en aras de lograr caminos más efectivos para enfrentar casos de esta índole, la solución pasa por buscar ayuda, dar ese primer paso de romper el silencio.
“En el Cenesex tenemos varios casos, unos resueltos al ciento por ciento y otros no. Pero no nos hemos rendido, seguimos colaborando, acompañando a las víctimas y asesorando a directivos y trabajadores”, sentenció Imbert Milán.
Puertas abiertas
Las personas que más han acudido a los servicios de orientación jurídica que presta el Cenesex todos los miércoles y viernes del año pertenecen a los sectores de educación, salud y turismo; “e incipiente aun del sector privado”. No obstante, ello no quiere decir que en otras esferas no exista el acoso.
Por fortuna, en nuestra sociedad tenemos las condiciones para enfrentar cualquier tipo de violencia. Disponemos de legislaciones. Además, el tema despierta sensibilidad y ha logrado espacios dentro de la agenda mediática, y series televisivas como Rompiendo el silencio es un buen ejemplo de ello.
Más difícil que educar o legislar es crear conciencia, sensibilizar. La sociedad cubana necesita de prácticas solidarias, de amor y de respeto por el otro. “Amarás al prójimo como a ti mismo” tiene más de humano que de divino.