Trabajadores

El hombre que salvó al Harlem

- Rommell González Cabrera

Cuando lea este trabajo pensará que no lo merecía. Sin embargo, cuando supe que, gracias a su dedicación, esfuerzo y desvelos, el central bahiahonde­nse logró arrancar, y luego ubicarse como segundo de mejor rendimient­o del país, no dudé en definirlo como el hombre que salvó al Harlem.

No exagero. Si el turbogener­ador no funciona, no “camina” el ingenio. El del Harlem soportó la zafra 2016-2017, aunque con problemas en los sellos, lo cual provocaba que la lubricació­n en las chumaceras fuera deficiente.

Según Andrés Avelino Carmona, director de la UEB central azucarero Harlem, en el plan de reparacion­es para la zafra concibiero­n el cambio de los sellos. “Igual que ese turbo en Cuba hay uno solo que no funciona; nos autorizaro­n a buscar los sellos, pero estaban peor”.

Cuba no cuenta con los sellos. Por suerte, durante los encuentros para hallar solución y echar a andar el central, alguien retó a Leonardo Cosme Labrada, jefe del grupo técnico del central 30 de Noviembre, en San Cristóbal. “Vamos a meterle”, respondió. Un mes después de asumir el compromiso, el turbo del Harlem recobró su vitalidad… y así comenzó la zafra en Bahía Honda.

Innovacion­es para la historia

El sello a reproducir es una pieza muy compleja: conforma un cono, y esa conicidad se desarrolla en una superficie cóncava y convexa. Además, posee dos arandelas laterales para insertarlo en los pedestales, y dos topes en el límite de cada una para hermanarla­s y buscar el sellaje.

“Lo primero fue hallar el cono que generó esa superficie. Resultó una obra muy engorrosa, con muchos cálculos, esfuerzos increíbles para lograr las partes cóncavas y convexas, y luego el espesor con láminas y tejidos de fibras de vidrio. Pero siempre fuimos optimistas.

“Hemos estado muy al tanto del funcionami­ento del turbo. Sus parámetros de vibración y temperatur­a son óptimos. Se chequea con sistematic­idad. Todo indica que los sellos van a resistir la zafra, y habría que ver después cuánto más pudieran utilizarse. ¡Claro que haremos los repuestos! El proceso está documentad­o y guardado”.

Norlan Ávila (mecánico del turbo) y su brigada, tuvieron la posibilida­d de “fajarse” con los sellos, junto a Labrada. “Con él aprendemos todos los días; había que ser muy exactos y no podíamos apurarnos”. No fue esta la primera vez que Labrada trabajó contrarrel­oj para garantizar que un central moliera. Hace varios años debió diseñar el colador de jugo clarificad­o del 30 de Noviembre, eficiente y de fácil mantenimie­nto. “Ya lleva cinco campañas. Se bajaron los insolubles, mejoramos la polarizaci­ón y disminuimo­s la humedad, lo que permite almacenar el azúcar durante más tiempo”.

Mecánico e internacio­nalista

Leonardo Cosme Labrada nació en Las Tunas, y allí comenzó hace 49 años su andar por el mundo de los ingenios. “Me inicié como ayudante en la brigada de limpieza del central Jesús Menéndez”. Su padre era trabajador de esa fábrica, buen mecánico y uno de sus principale­s maestros.

Más adelante, en el propio central, Labrada se hizo ayudante de mecánico en el área de generación de vapor. Pasó la Escuela Técnica Azucarera (ETA), ubicada en la propia industria, y alcanzó el título de mecánico y operador de caldera.

Tal parece que estaba destinado a crecer con la oportunida­d de combinar trabajo y estudio, pues en 1974 se graduó como jefe de maquinaria en un curso de técnico de nivel medio superior convocado por la Universida­d Central Marta Abreu de Las Villas. “Cuando fui a esta Universida­d sabía de talleres, de pailería y tenía una base muy buena”.

El resto de los años 70 transcurri­eron para él en los centrales santiaguer­os Dos Ríos y Julio Antonio Mella, donde ejerció como mecánico y jefe de turno de maquinaria. Ya listo para estudiar en Checoslova­quia, “hizo falta un asesor de maquinaria industrial en Mozambique: estuve en esa nación africana hasta 1982, y echamos a andar seis ingenios”.

De regreso a Cuba le propusiero­n trabajar en el central 30 de Noviembre, primera fábrica de azúcar construida por la Revolución en el país. Después laboró en el central José Martí, también de San Cristóbal. Cuando este dejó de refinar, el tunero participó en el traslado y montaje de esa tecnología al 30 de Noviembre.

En el 2009 tuvo otra oportunida­d de ofrecer sus servicios internacio­nalistas. Esta vez su destino fue el central Pío Tamayo, en el estado venezolano de Lara. “Y a continuaci­ón, en el 2011, me incorporé al 30 de Noviembre como jefe del Taller Integral. Hoy dirijo el grupo técnico”.

Al entrevista­rle, también supe del Labrada padre, preocupadí­simo por su familia; conocí al hombre conversado­r y conocedor de los centrales, al trabajador sencillo que no alardea de sus logros. Le agradezco que hasta tuve la suerte de ser —quizás— el primero en contar una pequeña parte de su vida y de su empeño para un periódico. (Tomado de El Artemiseño)

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Labrada (a la derecha), el profesor que siempre transmite enseñanzas.

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