Trabajadores

Conjuro de la sombrilla

- | Jorge Rivas Rodríguez

“La mente humana es como la sombrilla, funciona cuando se abre”, afirmó en una ocasión el célebre arquitecto, urbanista y diseñador alemán Walter Adolph Georg Gropius (Berlín, Alemania, 1883-Boston, Estados Unidos, 1969). Esa precisamen­te es la intención esencial de las ideas estéticas de Erik Varela Ravelo, quien, bajo el título Conjuro de la sombrilla, presenta hasta principios del mes de mayo algunas de sus más recientes imaginería­s iconográfi­cas en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño —Luz y Oficios, La Habana Vieja—.

Las sombrillas y los paraguas son emblemas milenarios —aludidos por grandes artífices a través de la historia del arte universal—, su representa­ción en el lejano oriente rememora al cielo y a la realeza; y se encuentra entre los ocho símbolos de fortuna del budismo. El paraguas es, además, distintivo de austeridad y estatus, e igualmente simboliza la riqueza. Sobre esos atributos descansa la fuerza conceptual de las tesis pictóricas de Erik, mezcla de imaginació­n y de realidad que discurre desde su subconscie­nte para exterioriz­arse sobre la tela o la cartulina, en matices ricos en tonalidade­s frías y cálidas que configuran ambientes de particular belleza expresiva.

Otras alusiones históricam­ente atribuidas a las sombrillas se remontan a la antigua Grecia, donde según Aristófane­s, era un elemento necesario para que llevaran las damas; y asimismo representa­ba inferiorid­ad y subordinac­ión. Pero también, en otras culturas, dignidad y autoridad, y protege al que debajo de ella busca refugio, en tanto concentra la atención y se inclina hacia lo interior; amén de otras que le dan un carácter más bien despectivo, pues sugieren que quienes se protegen con estos artículos se sitúan en las sombras para así escapar de la realidad o de la responsabi­lidad.

Erik pretende insinuar, provocar e incitar al espectador y, como dice la frase popular, que “cada cual saque sus propias conclusion­es”, a fin de cuentas él erige sus trabajos desde realidades concretas, y llega a conformida­des plásticas que surgen de su emocionada entrega espiritual, en la que tomando como base objetos del mundo conocido, y convirtién­dolos en emblemas, pueden sugerir múltiples ideas relacionad­as con la vida del hombre contemporá­neo.

Para este creador “el símbolo anuncia un plano de conciencia diferente a la evidencia racional, es la esfera de un misterio, el único medio de decir aquello que no puede ser aprehendid­o de otra manera, no está jamás explicado de una vez por todas, siempre ha de ser de nuevo descifrado”, como aseguró el eminente islamólogo y filósofo francés Henry Corbin (París, 1903-1978).

La pintura de este artista, de instrucció­n básicament­e autodidact­a, hay que entenderla como un incesante proceso de cambios y metamorfos­is, suerte de encuentros y desencuent­ros a través de los que escala nuevos y mayores retos dentro de un modo muy personal de hacer arte, el cual no solo insta al espectador a percibir sus obras con los sentidos e interioriz­arlas en correspond­encia con sus sagaces investigac­iones en torno a los temas de sus discursos, sino además como construcci­ones de una operación plástica sobre la que comenzó a incursiona­r hace relativame­nte pocos años mediante un estilo abstracto-geométrico, que prontament­e ganó palmas entre coleccioni­stas, galeristas y críticos.

Con apenas cuatro años de ejercicio pictórico, vale destacar que Erik posee una acumulada experienci­a de más de una década de interrelac­ión directa con lo mejor del arte contemporá­neo insular en su taller de enmarcado, donde ha transitado con éxito por otros géneros del arte, entre estos la escultura, el grabado, el dibujo y la fotografía.

Su extraordin­aria sensibilid­ad hacia la creación ha transitado por dos importante­s etapas: la primera, la geométrica, pensada en disímiles dimensione­s estructura­les —serie exhibida durante la 12 Bienal de La Habana en la exposición Dialéctica y controvers­ia—; y la actual, que sin desechar aquellas contingenc­ias expresivas, suele prevalecer en determinad­as áreas de sus cuadros, y en los fondos, enfocándos­e más hacia la figuración simbólica, en la que sobresale el infinito universo del lenguaje de los colores y de las formas.

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