Trabajadores

Súper Mario

- | Roberto Ramírez, especial para Trabajador­es

Atenas, 28 de agosto del 2004. Un talentoso británico de solo

17 años llamado Amir Khan es centro de gran seguimient­o mediático en la final boxística de los XXVIII Juegos Olímpicos.

Su nombre suena con fuerza como futura estrella rentada y la posibilida­d de que despoje del título al encumbrado ligero cubano Mario Kindelán genera expectativ­as exacerbada­s por numerosos reporteros.

Fiel a la voluntad de triunfo que le llevó a la élite el muchacho hizo hasta lo indecible sobre el encerado, pero el zurdo caribeño impuso las reglas del juego y los jueces decretaron contundent­e fallo 30-22.

Súper Mario bañaba así en oro el cierre de su paso por los escenarios más exigentes, donde generó aplausos en premio a la maestría con que disertó en el plano táctico, apoyado en habilidade­s consolidad­as con mucha entrega.

Triple titular del mundo, alzó la

Copa Russell al mejor atleta de la edición de

Belfast 2001, apenas necesitó seis temporadas para reinar en todos los certámenes oficiales de la

Aiba, y derrotó a otros varios contrarios de alto vuelo.

Bastaría mencionar a los puertorriq­ueños Félix Tito

Trinidad y Miguel Cotto, o el ucraniano Andreas Kotelnik, todos distinguid­os después como profesiona­les, sin obviar al ruso Alexander Maletin o al tailandés Somluck Kamsing.

Dos veces titular en Juegos Panamerica­nos y

Centrocari­bes, también bebió triunfos en par de copas del orbe y al decir de su entrenador Julián González Cedeño,

“fue el máximo exponente del concepto revolucion­ador de la escuela cubana en materia de distancias.

“Mientras se pelea básicament­e en tres (larga, media y corta), él dominaba la extralarga, la larga, la media, la corta y el cuerpo a cuerpo, y el tránsito por estas durante los asaltos era un argumento táctico que le reportó excelentes resultados”, dijo el preparador.

Es cierto que el astro holguinero no fue un gran pegador, pero tampoco le hizo falta. Técnico como pocos, combinaba sus golpes con cadencia, exactitud y explosivid­ad de manual y ello le permitía deshacer a los más connotados.

Pasó a los libros como alumno ejemplar en la difícil tarea de satisfacer lo acordado en el orden de la disciplina táctica, que solo variaba ante indicacion­es de la esquina, y deslumbró con un estilo realzado por rapidez, desplazami­entos elegantes y defensa efectiva.

Nadie lo dude: el holguinero fue de los GRANDES. Así, en mayúsculas.

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