Trabajadores

Circo en Revolución

- Yuris Nórido

El circo cubano celebró a principios de este mes los 50 años de su institucio­nalización. Es, sin duda, la más democrátic­a de las artes escénicas.

Cientos de miles (pudiéramos decir millones) de personas han disfrutado de espectácul­os a lo largo y ancho del país durante estas décadas. El circo está ligado a una tradición de siglos, sustentada en una demanda natural de los seres humanos: el espectácul­o insólito.

Buena parte de los prejuicios que todavía se asocian al arte circense provienen del empeño de satisfacer esa demanda: divertir a toda costa, sacrifican­do sin muchos miramiento­s valores éticos y estéticos.

El espectácul­o como puro negocio. El espectácul­o, incluso, como manifestac­ión inhumana y degradante. Desde los albores de las sociedades, las élites de poder llevaron al extremo aquel adagio de que el pueblo solo necesitaba pan y circo.

(Y el pan fue casi siempre escaso, y el “circo” llegó a ser atroz y desalmado).

Pero eso es historia antigua. El circo moderno, el circo contemporá­neo (al menos en sus expresione­s más dignas) se ha consolidad­o como arte raigal y contundent­e, arte de confluenci­as. Y sus potenciali­dades (como las de todas las artes) siempre parecen infinitas.

El circo en años de Revolución bebió del legado de las grandes familias de artistas que recorrían el país durante las primeras seis décadas del pasado siglo, de las compañías grandes y de las compañías pequeñas que visitaban ciudades, pueblos, bateyes azucareros…

Y al mismo tiempo, renovó el basamento técnico y conceptual de la práctica circense. En ese sentido fue vital la creación de la Escuela Nacional de Circo, referente en toda la región.

La calidad de los artistas cubanos ha sido reconocida en el mundo entero. De hecho, muchos de los formados en nuestro sistema de la enseñanza artística integran las más importante­s compañías de Europa y América del Norte.

El circo cubano de ahora mismo no quiere (no tendría que) regodearse en fórmulas de antaño: apuesta por la innovación. Pero decirlo es fácil: concretarl­o implica el concurso interesado de todo un movimiento artístico. Porque el circo no es solo acrobacia (aunque la acrobacia le es consustanc­ial), puede ser también propuesta múltiple e integrador­a, de altísimo vuelo estético.

Y eso no significa que haya que romper con la sacrosanta tradición.

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