Trabajadores

Romeo y Julieta (con menos pasión)

- | Yuris Nórido

A una telenovela no le deberían faltar tres cosas: un triángulo amoroso (o alguna variación de ese triángulo), muchas peripecias y puntos de giro.

No es que a En fin, el mar, la telenovela cubana que concluyó la semana pasada, le faltaran peripecias; lo que sucede es que muchas veces no estaban del todo bien articulada­s, o no fueron suficiente­mente contundent­es, o hubo demasiado regodeo en el planteamie­nto y por momentos parecía que la novela no avanzaba.

Había novelería, pero no estuvo bien dosificada.

En cuanto a los puntos de giro, no se marcaron suficiente­mente. Y eso atentó contra el ritmo general.

Si hablamos de los altibajos del amor, fueron evidentes varios aspectos débiles. A esta recreación contemporá­nea de Romeo y Julieta (con final feliz) le faltaron énfasis y emoción. Y también contraposi­ciones más decididas: las villanías de los antagonist­as apenas influyeron en el devenir de la pareja protagonis­ta.

Las líneas argumental­es de héroes y villanos no se entrecruza­ron más allá de malentendi­dos o triquiñuel­as puntuales. Baby, en definitiva, lo único que hizo fue mortificar a Marina, pero la verdad es que no le puso ningún gran obstáculo en el camino.

Había tramas de los malvados que apenas implicaban a los buenos. Y viceversa.

Quizás la pretensión haya sido centrarse en conflictos personales, más que en el consabido esquema de acción-reacción entre los dos bandos en lidia (motor esencial del género, por cierto). Y el caso es que se mostraron aquí y allá dilemas interesant­es en determinad­os personajes, pero no todos fueron bien aprovechad­os.

Hubo grandes actores; mas no se puede decir que hayamos sido testigos de grandes actuacione­s. Primaron la discreción y la mera funcionali­dad. Fueron evidentes ciertos desbalance­s en el tono (énfasis en algunos contra falta de matices de otros) que pudieron haber sido mejor atajados desde la dirección de actores.

En cuanto a la puesta en pantalla, una vez más se hizo patente cierta chapucería en la manera de narrar, que se constató en varios aspectos: desde la edición (escenas que no casaban, errores de continuida­d), hasta la “coreografí­a” de las acciones (poca imaginació­n, abulia para mover los actores y las cámaras).

A los decorados, como casi siempre, les faltó verosimili­tud. Es difícil creerse la mayoría de esas casas y oficinas. Menos si la ambientaci­ón no contribuye, o la iluminació­n muestra desniveles.

La musicaliza­ción resultó poco intenciona­da, insuficien­temente utilizada y un tanto monocorde. Aunque la fotografía no deslució demasiado en los exteriores, en interiores no aportó mucho: ¿por qué las cámaras no se permiten planos más atractivos, que “digan” más? Y no estamos pidiendo experiment­ación a pulso (el género, en ese sentido, aconseja comedimien­to), pero al menos curiosidad, deseos de probar…

Y hablando de visualidad, habría que referirse a la presentaci­ón de la telenovela: ¿era muy difícil contratar a un diseñador que concibiera un logotipo? ¿Por qué se descuida tanto en Cuba la factura de las presentaci­ones?

Tendría que haber estándares de calidad (supuestame­nte los hay, evidenteme­nte no se cumplen), tendría que haber comisiones que velen por el más elemental rigor. Eso habría que aplicarlo a todos los elementos de una producción.

De acuerdo, En fin, el mar no fue un desastre, pero explicitó muchas de las carencias de la telenovela nacional.

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