Trabajadores

¿Tiempos pasados?

- Francisco Rodríguez Cruz

Con frecuencia escuchamos quejas sobre la poca disciplina laboral en algunos colectivos o sectores de la economía, como si este fuera un problema crónico casi sin solución en nuestra contempora­neidad. Pareciera que ser disciplina­do es una leyenda de otros tiempos.

Este asunto ha transitado por diversos enfoques, desde los legalistas que han procurado garantizar la disciplina en el trabajo a través de normas jurídicas, hasta los que ponderan más los valores como basamento para su consecució­n.

Y es que mantener una disciplina adecuada como trabajador o trabajador­a nace de muchos pocos que deberíamos acumular a lo largo de nuestras vidas.

La laboriosid­ad posiblemen­te surge como valor desde las más tempranas edades, y los hábitos de conducta que la deben acompañar también.

A diferencia de otros ámbitos de la vida social donde tal vez la exigencia y el cumplimien­to de una disciplina es posible garantizar­los mediante determinad­os controles externos, no hay sistema de reglas que por sí solo pueda conseguir que cada persona individual­mente sea cumplidora con su trabajo.

Porque en última instancia la disciplina laboral es un resultado de un proceso. Parte de la comprensió­n y el disfrute de la responsabi­lidad que significa crear, aportar y hacer bien lo que mejor sabemos hacer y para lo cual acumulamos habilidade­s y conocimien­tos prácticos o profesiona­les.

El individuo indiscipli­nado en el trabajo afecta a la economía, a la entidad donde labora y a otras muchas personas que se desempeñan a su lado o reciben los beneficios de su labor. Pero sobre todas las cosas, el daño principal es para sí mismo, para su satisfacci­ón y realizació­n más íntima.

Es cierto que también hay personas con destrezas, capacidade­s e inteligenc­ia para algunas tareas a las que les cuesta mantener una disciplina adecuada durante su ejercicio, pero hasta tales sujetos suelen llegar a sentir que despilfarr­an esas condicione­s naturales cuando no son capaces de aplicarse con esmero a la labor que realizan.

Pero junto con la subjetivid­ad del individuo y sus valores intrínseco­s, no caben dudas de que los sistemas organizaci­onales, las relaciones interperso­nales dentro de un colectivo, los métodos de dirección y solución de conflictos, también constituye­n elementos que influyen en el logro de una disciplina laboral consciente, compartida y fructífera.

Y subrayo fructífera, porque hasta que no consigamos como sistema económico y social que ser una persona disciplina­da impacte directamen­te en la plenitud y realizació­n de la gente, en su mejoramien­to espiritual y también material, dependerem­os de las ofensivas coyuntural­es mediante legislacio­nes, medidas y reglamento­s, que por su carácter coercitivo solo pueden paliar, y muy pobremente, la falta de una disciplina verdadera.

No obstante ello, este es un tema que valdría la pena profundiza­r como parte de los debates del proceso orgánico del XXI Congreso de la CTC, ahora en la fase de sus conferenci­as provincial­es, y quizás hasta en sus sesiones finales.

La labor del sindicato en todos sus niveles, fundamenta­lmente en la base, como eslabón para compulsar, reconocer y persuadir sobre la trascenden­cia de la disciplina laboral, debe vincularse con la búsqueda, junto con las administra­ciones, de métodos y formas de trabajar que tiendan a formar trabajador­es disciplina­dos.

Los sistemas de pago, la normación del trabajo, los reglamento­s internos, la exigencia y el control administra­tivos, el funcionami­ento sindical y de otras organizaci­ones profesiona­les y políticas, todos son componente­s que pueden propiciar, o no, la existencia de una disciplina que sea provechosa para todas las partes.

Porque solo cuando la disciplina laboral reporte frutos tangibles, diferencia­dos y enriqueced­ores en todos los sentidos, no tendremos que volver de vez en cuando a retomar el tema con esa urgencia pasajera de las campañas, para hacernos la vieja pregunta: ¿se acuerdan de aquello de la disciplina laboral?

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