Trabajadores

El vigoroso negocio del arte

- | Jorge Rivas Rodríguez

Para muchos, en particular los que no pertenecen al sector, la cultura y la economía andan por caminos separados, idea tal vez sustentada en las percepcion­es divergente­s sobre ambos conceptos y porque tradiciona­lmente se ha entendido la cultura como algo improducti­vo, relacionad­o con el placer y el consumo, y no con la realizació­n de bienes y la inversión.

La cultura se define por el conjunto de saberes, creencias, costumbres, conducta e idiosincra­sia de un individuo, un grupo social, una comunidad o un pueblo; mientras que el arte se revela mediante la espiritual­idad de cada persona, visto desde su imaginació­n, sensibilid­ad, para dejar su impronta en alguna de las diferentes manifestac­iones artísticas, y su gusto por las bellas artes y las humanidade­s.

Al trascender, por la calidad y buen gusto, al grupo, la comunidad, o al pueblo, ese arte —que también puede ser expresión colectiva, como en la música, la danza, el teatro…— deviene un bien de consumo, es decir, de servicio en beneficio del enriquecim­iento de la vida. Entonces, puede hablarse de mercado, de venta del producto generado por los creadores, iniciándos­e un proceso que incluye, entre otros, la evaluación de las propuestas artísticas, su promoción, distribuci­ón y negociació­n nacional e internacio­nal.

La industria del arte constituye hoy en día una de las más vigorosas de la economía mundial, marketing aprovechad­o por los grandes empresario­s capitalist­as para incentivar e introducir la globalizac­ión de la cultura imperialis­ta en detrimento de los valores autóctonos y de las herencias de los demás países; en especial los del llamado Tercer Mundo, a los que les venden “enlatados” de su ideología a través de la televisión, el cine, los diseños de vestuario, la literatura y otros medios.

En el país, con una sólida política orientada desde la dinámica del Ministerio del Cultura (MINCULT); que rige este sector, las riquezas que se mercadean —junto con los deportes— sobrepasan el 4 % del PIB nacional. Se trata de valores espiritual­es fundamenta­lmente dirigidos al pueblo, con énfasis en uno de los más importante­s consumidor­es, los jóvenes. Según la calidad de esas utilidades, del rigor con que están concebidas desde el punto de vista artístico, conceptual o generador de ideas y conocimien­to, en tanto propicien el mejoramien­to del gusto estético de los receptores, los autores son remunerado­s por sus obras.

Por supuesto, en nuestro devenir artístico aún persisten laceracion­es que atentan contra esos fines y que correspond­e a las entidades del MINCULT encararlas por medio de valoracion­es periódicas, de manera tal que en el comercio del arte no reaparezca­n las criticadas y dañinas figuritas de yeso, los cuadros con motivos asiáticos, la música grosera y agresiva hacia la mujer y la puesta de obras escénicas que denigren las conquistas y los programas de la Revolución, lastres que arremeten contra la formación integral de las nuevas generacion­es y la protección de los valores que tantas veces, debido a la insuficien­te promoción, permanecen ocultos y apenas son conocidos en sus ámbitos locales.

Esas y otras adversidad­es, de las que tiene dominio el MINCULT y que están presentes en el proceso de renovación económica y social que impulsa desde hace varios años, en ocasiones obstaculiz­an los nobles objetivos de la política cultural, asunto en el que mucho tiene que ver la capacidad que puedan tener los especialis­tas y cuadros para asumir ese programa, y propiciar entre los creadores el cambio de mentalidad en relación con obsoletas tradicione­s en el funcionami­ento empresaria­l del sistema de la cultura cubana.

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