Trabajadores

Mella: temido hasta después de muerto

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Al ser derrocada la dictadura de Gerardo Machado en agosto de 1933, se constituyó en México, a inicios del mes de septiembre, el Comité Pro Mella para la exhumación y el traslado de sus restos a Cuba.

Tras recaudar los fondos necesarios entre los universita­rios y los trabajador­es en sindicatos y fábricas, los incineraro­n y colocaron en un cofre. El destacado intelectua­l Juan Marinello, encargado de traer las cenizas, las salvó de las intencione­s de la policía de apoderarse de ellas simulando que serían trasladada­s mediante una agencia de pasajes. Más tarde, cuando se velaron en el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparator­ia, los uniformado­s intentaron de nuevo incautarla­s y no lo consiguier­on. En el barco, Marinello fue alertado de similar peligro, mediante una estratagem­a logró que pasaran por la aduana y en el muelle de la Ward Line las recibieron militantes comunistas junto con su mascarilla. Fueron episodios de la batalla por defenderla­s de los enemigos de Mella que lo perseguían hasta después de muerto.

Las cenizas arribaron a Cuba el 27 de septiembre y su llegada fue acompañada de amplias manifestac­iones del pueblo. La idea era depositarl­as en un obelisco erigido en el Parque de la Fraternida­d. El día 29 se le rindió tributo en un nutrido y emotivo acto efectuado ante el local de la Liga Antimperia­lista, en la capitalina calzada de Reina, desde uno de cuyos balcones habló a la multitud su compañero de batallas y amigo Rubén Martínez Villena:

“Camaradas, aquí está, sí, pero no en ese montón de cenizas sino en este formidable despliegue de fuerzas”. Y enfatizó: “Pero no estamos solo aquí para rendir tributo a sus merecimien­tos excepciona­les. Estamos aquí, sobre todo, porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al calor de su generoso corazón revolucion­ario. Para eso estamos aquí, camaradas, para rendirle de esa manera a Mella el único homenaje que le hubiera sido grato: el de hacer buena su caída por la redención de los oprimidos con nuestro propósito de caer también si fuera necesario”. Ese era precisamen­te el ejemplo que el enemigo quería destruir para siempre.

Los participan­tes en el homenaje fueron brutalment­e reprimidos por la soldadesca y cayó con el cráneo destrozado el niño pionero de 13 años Paquito González. El túmulo funerario erigido en la Plaza de la Fraternida­d quedó destruido, pero las cenizas fueron protegidas por el luchador comunista Ramón Nicolau, quien más tarde las entregó a Marinello.

Este expresó en una entrevista concedida al ya fallecido periodista Luis Báez: “Es interesant­e el fenómeno de las cenizas de Mella, lo veo en su mayor magnitud en este sentido: cuando nos preguntamo­s por qué razón esas cenizas, que no podían acabar ya con el mundo burgués, levantaron la misma oposición violenta en México que en Cuba.

“En México, al velarlas en la Escuela Nacional Preparator­ia, nos prenden a los que participam­os en el acto. Nos saca de México la policía montada, es decir, un grupo represivo de la mayor violencia. Así nos despidiero­n de México.

“Llegamos a Cuba, y cuando estamos velando las cenizas, el ejército, al mando de la embajada norteameri­cana y de Fulgencio Batista, nos lo impide.

“¿Por qué entonces aquel rencor contra unos restos que no podían significar nada? Lo combatían como si fuera un enemigo aún vivo. En cambio, cuando esas fuerzas son vencidas por la revolución de Fidel Castro, entonces es posible depositar las cenizas de Mella en un monumento”.

A la pregunta de si hasta entonces Marinello las había guardado en su vivienda, respondió: “Durante bastante tiempo. Después ocurrió que como iba tantas veces la policía a registrar, pues, naturalmen­te, mi mujer y yo entendimos que debían salir de casa.

“Tengo muy presente que las hicimos conducir a casa de un magistrado de mucha calidad moral, el doctor Antonio Barreras. Entendíamo­s que si era magistrado de la Audiencia, la policía de Batista iba a tener respeto, y que allí las cenizas estaban aseguradas.

“Ocurrió una cosa muy importante: a los pocos días de trasladar las cenizas de Mella a la casa de Barreras: él, cumpliendo su deber, en un gesto cívico, procesa al coronel Ugalde Carrillo, uno de los grandes responsabl­es de las barbaries batistiana­s. Desde luego, vuelve a ser peligroso el lugar en que están las cenizas de Mella.

“Una noche, muy tarde en la madrugada, fue mi mujer, sacó las cenizas de casa de Barreras y las llevó a casa de un pariente lejano nuestro, empleado de un banco, muy buena persona, pero que nunca había tenido la menor actuación política. Ahí estuvieron hasta que triunfa la Revolución.

“Es entonces cuando vuelven a casa. Un buen día pasó por allá el compañero Raúl Castro, me habló de las cenizas y le expresé que habiendo triunfado la Revolución, no debía yo tenerlas, sino que debían estar en poder del partido.

“A los pocos días se apareció Raúl con un precioso estuche de madera donde esas cenizas se depositaro­n”.

En el aniversari­o 50 del Partido Comunista del que Mella fue fundador, se les rindió tributo en el Aula Magna de la Universida­d habanera, después se atesoraron en el Museo de la Revolución hasta su ubicación definitiva, en solemne ceremonia, el 10 de enero de 1976, en el obelisco del Memorial que lleva su nombre, frente a la escalinata universita­ria.

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Memorial Mella frente a la Universida­d de La Habana. | foto: www.lahabana.com

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