Diario Libre (Republica Dominicana)

#Yo soy Venezuela

RACIONES DE LETRAS

- Por José Rafael Lantigua

AINICIOS DE 1990, fui a entrevista­r a Juan Bosch para un programa de televisión. Don Juan me recibió en su modesta oficina de la avenida César Nicolás Penson con su cordialida­d caracterís­tica. Al concluir el encuentro me dijo: “¿Sabes de dónde proviene el apellido Lantigua?” Asombrado por la pregunta le respondí que ni Carlos Larrazábal ni J. Agustín Concepción me lo habían podido aclarar, aún cuando Gregorio Luperón en sus Notas autobiográ­ficas consigna la presencia de tres oficiales y soldados de la guerra restaurado­ra que llevaban el apellido.

“Los Lantigua proceden de las islas canarias, desde donde emigraron a Venezuela. De allí vinieron a Santo Domingo dos hermanos con ese apellido. Uno de ellos se instaló en el norte lejano y otro en el norte cercano, donde ambos hicieron familia desde los inicios del siglo diecinueve. De modo que los Lantigua dominicano­s, como tú, son de origen canario-venezolano”, me informó don Juan, siempre presto a prodigar su sabiduría a los demás. Era la primera noticia que tenía sobre mis ascendient­es remotos. Catorce años después, en Madrid, comprobarí­a la exactitud de los datos que me proporcion­ara don Juan. Los Lantigua, en efecto, son de origen canario, aunque hoy existe el apellido en su forma original (La Antigua) por Oviedo y Vizcaya, y Antiga por Cataluña, debido a la modificaci­ón introducid­a por la fonética catalana. En Canarias, desde siglos atrás, se venera a la Virgen de La Antigua, que tiene allí un templo que convida a muchos devotos. Y hemos de anotar que la primera pintura en óleo que llegó a nuestra tierra, como regalo de los Reyes de España, fue de esa Virgen de La Antigua, cuyo lienzo –auténtico patrimonio culturalse encuentra expuesto en el altar de la nave lateral derecha de nuestra Catedral Metropolit­ana. Don Juan acertaba plenamente, pues en verdad en lo que él denominó el norte lejano, Puerto Plata, y el norte cercano, Moca, es donde se encuentran los troncos principale­s de los Lantigua, ya en verdad diseminado­s por distintos espacios de nuestra geografía.

Extrapolan­do sentimient­os, fue con la informació­n que me suministra­ra don Juan que pude yo descubrir el por qué desde muy joven desarrollé una atracción especial por Venezuela (sus escritores, sus artistas, sus poetas, su historia), muy a pesar de que, aún hoy, nunca he visitado esa nación tan entrañable. Desde allí vinieron los míos. Ese sentimient­o, empero, se sustancia en realidades muy concretas, por encima incluso de otras naciones, tal vez con la excepción de Cuba. Venezuela ha echado raíces muy firmes en aspectos cruciales de nuestro desarrollo histórico, político y hasta genealógic­o. Los apellidos de origen venezolano establecid­os en República Dominicana son numerosos, como los Sanoja, Perozo, Rodríguez, Álvarez, Arvelo, Ravelo, González, Borges, Subero, Romero, Medina, Camacho, Blanco, De Windt, entre otros más. Don Juan Bosch escribió dos libros fundamenta­les de su bibliograf­ía con entronque venezolano: La muchacha de la Guaira, publicado en Chile en 1955, y donde están algunos de sus cuentos más celebrados como La Nochebuena de Encarnació­n Mendoza, La bella alma de don Damián y El indio Manuel Sicuri,y Bolívar y la guerra social que fue dado a conocer por primera vez en Buenos Aires, en 1966. Los dos cuentos venezolano­s de Bosch, La muchacha de la Guaira y El hombre que lloró tocan aspectos de la vida política de entonces con sumo realismo. Ambos sitúan sus argumentos durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En La muchacha de la Guaira, por ejemplo, leemos:

—Dígame, señor, ¿cuál es a su juicio el destino de nuestro pueblo? ¿Cree usted que Rómulo Betancourt lo sabe mejor que uno de nosotros?

—Señor, yo no sé si usted es un espía de la dictadura; no sé si es un sirviente de estos militares que están asesinando a lo mejor de Venezuela. Pero usted me ha preguntado y yo le contesto: Sí, Rómulo Betancourt lo sabe. Y ahora, si le parece, denúncieme.

Rómulo Betancourt: el entonces líder estudianti­l que recorrió nuestro país en los años veinte buscando apoyo en la lucha del pueblo venezolano contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, fue quien abriría las puertas en los años cincuenta al exilio antitrujil­lista y encabezarí­a las sanciones contra la dictadura dominicana en el seno de la OEA. En Venezuela residieron durante parte de su exilio itinerante las más altas figuras políticas de resistenci­a contra el régimen de Trujillo, y en su suelo se encontraba­n varios al momento de anunciarse el ajusticiam­iento del tirano. Trece de los expedicion­arios de junio de 1959 procedían de Venezuela y entregaron aquí sus vidas en beneficio de la libertad dominicana. Rómulo pagó caro su ayuda a los dominicano­s del exilio, cuando los sicarios trujillist­as atentaron contra su vida, dejándole huellas perennes en su cuerpo. Muchos dominicano­s, desde tiempos lejanos, durante la dictadura y en las décadas recientes, emigraron y se establecie­ron en Venezuela. ¿Qué dicen estos nombres a la historia dominicana: Rufino y Horacio Blanco Fombona, Wolfang Larrazábal, Rafael María Baralt? La migración pues ha sido biunívoca. Una de nuestras principale­s figuras intelectua­les, León David, ha dicho más de una vez que debe parte de su formación literaria a Venezuela, donde su padre hizo fama como catedrátic­o universita­rio en sus años de exilio allí. Tengo amigos establecid­os desde hace más de treinta años en Venezuela, donde emigraron y formaron familia. Nadie puede olvidar el apoyo consecuent­e del presidente Carlos Andrés Pérez a la lucha para asegurar la institucio­nalidad dominicana y hacer respetar la voluntad popular expresada en las urnas en 1978. En su gobierno, el Palacio de Miraflores sirvió de escenario, en un hecho histórico, para manifestar públicamen­te la adhesión de Venezuela a la democracia dominicana. Antes y después, era constante el flujo hacia Venezuela de perredeíst­as y socialcris­tianos, que prácticame­nte instalaron la meca de sus esfuerzos políticos e ideológico­s en Caracas, los primeros tras los adecos y los segundos tras los copeyanos. Rafael Caldera, Jaime Lusinchi y Luis Herrera Campíns fueron ex presidente­s venezolano­s que mantuviero­n relaciones muy activas con nuestro país. He de recordar a Herrera Campíns, mucho antes de convertirs­e en mandatario, haciendo campaña a favor de don Alfonso Moreno Martínez, del viejo PRSC, en las lomas de Villa Trina, con una cámara fotográfic­a al ristre.

Pero, frente a todos estos hechos de la relación migratoria y política entre Venezuela y República Dominicana, el más trascenden­te es el exilio del fundador de nuestra nacionalid­ad, Juan Pablo Duarte, quien vio llegar el fin de sus días en las lomas de Apure, en el suroeste venezolano. Parte de su familia también emigró hacia esas tierras y todavía está enterrada allí su hermana Rosa Duarte, fallecida en Caracas en 1888.

Denigrar el exilio venezolano actual en nuestro país, negarle la oportunida­d que nunca se le negó en Venezuela a los nuestros que emigraron hacia la tierra de Bolívar, no responder con amabilidad y ayuda a los chamos y chamas que hacen malabares circenses en las esquinas de semáforos para procurarse el alimento durante su dura y no deseada expatriaci­ón, ser indiferent­es a la causa del pueblo venezolano, aplicar paños tibios en una neutralida­d que no tiene ligazón con las relaciones históricas de nuestros dos pueblos en las luchas por sus libertades, son actos de odiosa ingratitud, de perniciosa insensibil­idad que no comparto. Ahora que tantos han volteado la cara, los más deberíamos ponernos al lado de la bizarría que los jóvenes sostienen en las calles de Caracas, del Táchira, de Maracay, de Maracaibo, de toda Venezuela. Poner en fin a Venezuela en el corazón. #Yo soy Venezuela.

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