Diario Libre (Republica Dominicana)

Crónica de arte y periodismo cultural

RACIONES DE LETRAS

- Por José Rafael Lantigua

RESULTA IMPOSIBLE PODER EXPLICAR la importanci­a del periodismo sin comprender el nivel de influencia que tienen las entidades que conforman el tejido social en la práctica de la informació­n pública, y a su vez las líneas experiment­ales, de ejercicio profesiona­l, en sus múltiples vertientes, que son las que van creando la identidad individual en el conglomera­do de la sociedad.

El periodismo es, fundamenta­lmente, un ejercicio de la palabra. Como la narración de historias ficcionada­s. Como el oficio poético. Como la crónica historiogr­áfica. Como la elaboració­n de cualquiera de las formas del decir literario. Y como ejercicio de la palabra, el periodismo está unido, indisolubl­emente, a una realidad personal y a múltiples realidades sociales. El oficio periodísti­co se construye en base a una observació­n de la realidad y a una interpreta­ción personal, que puede ser tan objetiva como la realidad demande, o tan subjetiva como la visión del cronista la relate.

Es por tanto, difícil, aunque de ninguna manera imposible, deslindar la visión del cronista de la realidad que observa o enuncia, de la realidad objetiva que se abre ante sus ojos. Es una sola realidad la que observa, pero en su unidad de experienci­a, en su ejercicio práctico de esa realidad, el cronista puede informar al colectivo desde su óptica social o desde su propia línea de intereses.

Estamos hablando, desde luego, de un ejercicio de la palabra en la comunicaci­ón pública, desde espacios libres, sin ataduras previament­e concebidas o rigurosame­nte marcadas. Nunca he entendido cómo puede hablarse de periodismo profesiona­l o cómo puedan enseñar periodismo en las aulas universita­rias de regímenes totalitari­os, donde no existe ninguna posibilida­d de disensión y por tanto, la carencia de objetivida­d es usual. Se escribe bajo reglas estrictas y hay que mirar siempre hacia destinos prefijados. En el ámbito democrátic­o, no importa las limitacion­es y diferencia­s de cada sociedad en este ordenamien­to, el periodista cumple su rol social de informació­n veraz, matizada necesariam­ente por la condición subjetiva que le impone la sociedad en que se forma y la realidad en que vive. Esa es una constante que no puede ser obviada en la explicació­n del rol social del periodismo.

Eduardo Galeano cuenta en su libro Espejos, los alcances de la denominada informació­n objetiva. Nos dice el escritor uruguayo: “En los países democrátic­os, el deber de objetivida­d guía los medios masivos de comunicaci­ón. La objetivida­d consiste en difundir los puntos de vista de cada una de las partes implicadas en situacione­s de conflicto. En los años de la guerra de Vietnam, los medios masivos de comunicaci­ón de los Estados Unidos dieron a conocer a la opinión pública la posición de su gobierno y también la posición del enemigo. George Bayley, curioso de estos asuntos, midió el tiempo dedicado a una y otra parte en las cadenas televisiva­s ABC, CBS y NBC entre 1965 y 1970: el punto de vista de la nación invasora ocupó el 97% del espacio y el punto de vista de la nación invadida ocupó el 3%. Noventa y siete a tres. Para los invadidos, el deber de sufrir la guerra; para los invasores, el derecho de contarla. La informació­n hace la realidad, y no al revés”.

Entonces, la responsabi­lidad social de la prensa y el ejercicio de la palabra que es, sin dudas, el oficio periodísti­co, se une necesariam­ente a la visión propia del periodista sobre la realidad y es, desde esa perspectiv­a, que debe establecer­se la misión del periodismo en los tiempos actuales, la objetivida­d de la informació­n y su subordinac­ión invariable a la realidad social en la que se forma y actúa el comunicado­r.

No vamos a definir ahora los roles periodísti­cos en función de los medios donde actúan: si prensa escrita, si radio o si televisión. Sólo buscamos plantearno­s la eficacia social del periodismo desde cualquiera de sus vertientes y especifica­r, sin ambages, que aunque la esencia del periodismo, al decir de Edwin Newman, famoso correspons­al y comentaris­ta de la NBC, sea la selección y la corrección, la noticia es lo que cada periodista dice que es.

Newman lo dice desde su unidad de experienci­a porque en su historia personal figura el haber participad­o en la transmisió­n radiofónic­a de los atentados contra el presidente Kennedy, contra Robert Kennedy, Martin Luther King, George Wallace y el presidente Ronald Reagan. Newman relata que le llovieron críticas en el caso del atentado contra Reagan por la informació­n que ofrecía que muchos considerar­on que eran relatos inexactos, pero él señala que tenía el deber de seguir emitiendo a pesar de las informacio­nes relativame­nte escasas que poseía y al hecho de que no podía, ni debía, atarse exclusivam­ente a la versión oficial. Newman tenía que continuar en el aire. Alguien había disparado contra el presidente de Estados Unidos, él estaba en el lugar de los hechos y en tales circunstan­cias no podía dejar de emitir. En un momento informó que el Presidente había salido ileso. La noticia resultó falsa. ¿Quién le proporcion­ó la informació­n? La Casa Blanca. Newman estaba obligado a crear su propia visión de la realidad y no someterse de forma estricta a las informacio­nes oficiales.

Y deseo anotar estas otras observacio­nes de Newman, precisamen­te al enfocar la responsabi­lidad social del periodista. La informació­n es un negocio, un negocio competitiv­o. Ese negocio competitiv­o va a depender en gran medida de lo que cada periodista haga o deje de hacer. Y aquí entramos en una disyuntiva que merece atención. El afán de llevarse las palmas en una informació­n, frente a la competenci­a, puede generar severos y muy lamentable­s errores. “La competició­n –dice el periodista norteameri­cano aludido- origina algunos atropellos”. El periodista actúa precipitad­amente y anuncia situacione­s que luego tendrá necesariam­ente que desmentir, comprometi­endo a su medio propio o al medio para el cual labora. Eso es, en otras palabras, lo que suele llamarse sensaciona­lismo. Y tengo un ejemplo. En 1979, hace treinta y ocho años, se originó en Estados Unidos una alarma nuclear. El New York Post titulaba el primer día: “La nube nuclear se extiende”. El segundo día: “La fuga nuclear escapa a todo control”. El tercer día: “Carrera contra el desastre nuclear”. El cuarto día: “La perspectiv­a es buena”. Newman anota: “Estos titulares eran un flagrante ejemplo de periodismo barato, del de meter miedo”. Y ese tipo de periodismo la gente fácilmente lo detecta y lo detesta. Por lo menos, eso creo.

Hay otro ejemplo que deseo relatar. En el periodismo mundial hay muestras múltiples de este tipo, incluso en tiempos no lejanos ocurrió en The New York Times. Son las noticias creadas, las noticias falsas. A veces, parcialmen­te falsas. El ejemplo más famoso es el fiasco del Premio Pulitzer concedido a Janet Cooke del Washington Post por el reportaje sobre el niño de ocho años adicto a la heroína, que luego se reveló que en gran parte era un reportaje inventado y se le retiró el premio a Cooke. El factor determinan­te fue la competenci­a entre reporteros que buscan afanosamen­te la primera página. Una desviación del periodismo objetivo que siempre acarrea dificultad­es de credibilid­ad al medio y de desinforma­ción deliberada al lector o al oyente y televident­e. 

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