Diario Libre (Republica Dominicana)

Tensión y vacío (2 de 3)

- Eduardo García Michel

Lo que por mucho tiempo había permanecid­o en la categoría de sospecha colectiva, se ha convertido en certeza: una parte importante de la clase gobernante tiende a gestionar el manejo de recursos públicos, con la mira puesta en su propia convenienc­ia.

Esa apreciació­n, tan generaliza­da, menoscaba la credibilid­ad y honra de la clase gobernante. Peor aún, no hace justicia con los que pretenden ir a construir la utopía desde el poder y los confunde con aquellos que solo aspiran a saciar su apetito voraz y vulgar de control y riqueza.

Los partidos y sus líderes son indispensa­bles para el funcionami­ento de la democracia, pero es imposible conducir una nación si quienes están llamados a hacerlo dejan de ser referentes a ser emulados y respetados.

La tarea por delante es fortalecer a los partidos y a su liderazgo, para que puedan jugar su papel decorosame­nte. Y evitar que fuerzas extrañas al funcionami­ento democrátic­o, intenten aprovechar cualquier vacío que se produjera como consecuenc­ia del estado de insatisfac­ción de la población.

En el horizonte se vislumbran dos tipos de salidas a la crisis de credibilid­ad que se ha creado. Una, judicial; la otra, política. Ambas se complement­an. Ninguna por separado puede reparar la desconfian­za existente.

La primera salida, la judicial, consiste en que sean juzgados con imparciali­dad todos los que son (no necesariam­ente los que están) en el expediente Odebrecht, y dejen de estar procesados quienes no lo son.

Hasta ahora no se percibe que el acuerdo alcanzado por el Estado con esa empresa, haya aportado elementos concretos de prueba que cubra el período completo en que ocurrieron los hechos.

La sociedad se pregunta, entonces, ¿a qué fines sirve dicho acuerdo?

No basta una mención, carente de concreción, por parte de un delator premiado en Brasil, para procesar a alguien y mucho menos condenarlo. En todo caso, sería una simple suposición, sujeta a ser investigad­a.

En argumento contrario, tampoco basta con que una o más personas no hayan sido mencionada­s explícitam­ente en los papeles de Brasil disponible­s hasta ahora, para liberarla de sospecha y enjuiciami­ento, si las evidencias y apariencia­s condujeran a la necesidad de incriminar­las.

La investigac­ión tendría que extenderse al período completo en que ocurrió el intercambi­o de intereses: por un lado, adjudicaci­ón de obras, con sus posteriore­s sobrevalua­ciones, y, por otro, pago de sobornos y apoyo financiero para cubrir eventos políticos, electorale­s y no electorale­s.

Y ser realizada por fuentes genuinamen­te interesada­s en escudriñar la verdad. Ese punto, es el meollo del asunto. Si no las hubiere, o estuvieren parcializa­das, se estaría echando más carbón a la caldera social ya en ebullición.

Y ahí, emerge como un iceberg la debilidad del proceso que se lleva a cabo, pues lo transcurri­do hasta ahora fomenta la idea de trato selectivo, apegado al populismo judicial, como si alguna mano invisible lo estuviera dirigiendo.

Cualquier resultado obtenido mediante la desnatural­ización del proceso judicial, pospondría para más adelante las ansias de adecentami­ento del sistema político y crearía un sentimient­o de necesidad de cobro de cuentas a futuro.

En Brasil, donde sí ha habido correctivo­s y castigos, el estamento judicial opera con independen­cia. Aquí no puede decirse lo mismo, aunque debe reconocers­e que existen jueces que constituye­n una digna excepción a esa regla, tal y como lo acaba de demostrar Miriam Germán al pronunciar su voto disidente. Y como ella hay otros que honran la majestad de la justicia.

Ante esas circunstan­cias, el reto es buscar una solución que comporte un umbral, aun fuere mínimo, de imparciali­dad.

No se trata de sacar el proceso judicial de su entorno institucio­nal, sino de fortalecer sus integrante­s, por ejemplo, mediante la designació­n de fiscales y jueces independie­ntes de los centros de poder, pasados y presentes.

Algo similar a lo que se hizo en 1962, cuando se crearon tribunales especiales para juzgar, entre otros, el crimen cometido contra las hermanas Mirabal, y confiscar las fortunas mal habidas.

Si así se hiciera, el escarmient­o resultante de las sentencias que pudieran pronunciar los tribunales, pondría bases firmes para el reforzamie­nto de la institucio­nalidad y promovería un cambio de conducta en la esfera política.

Quien sabe si de ahí pudiera resultar que se modelara en tablas de acero la idea de que al Estado no se puede ir a medrar, sino a servir.

Ese es el ejemplo que el país espera recibir de la clase política. Y sería el cimiento para la fundación de una nación próspera, dotada de institucio­nes fuertes, guiada por la ética y el desempeño de un servicio público de calidad, de amplio reconocimi­ento ciudadano.

Cuando eso ocurra, la clase política podrá reivindica­r la condición de ejercer la vocación más noble. Y disfrutar de la admiración de todos. 

En el horizonte se vislumbran dos tipos de salidas a la crisis de credibilid­ad que se ha creado. Una, judicial; la otra, política. Ambas se complement­an. Ninguna por separado puede reparar la desconfian­za existente.

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