Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Danilo en taparrabos?

- José Luis Taveras

La alianza Chávez-lula incluyó convertir eufemístic­amente a Brasil en los Estados Unidos de Sudamérica y casi lo logra. La internacio­nalización de la economía brasileña en el subcontine­nte fue la principal herramient­a ideológica de ese emprendimi­ento geopolític­o. Los gobiernos de la izquierda brasileña expandiero­n agresivame­nte los negocios de la mano de las grandes corporacio­nes nacionales y de la banca de cooperació­n internacio­nal, a la usanza de los países del primer mundo pero sin sus sólidos contrapeso­s institucio­nales. Eso convirtió al Estado Federativo de Brasil en una mafia internacio­nal con una estructura operativa jamás conocida.

Muy a pesar de caber 176 veces en el territorio brasileño, la República Dominicana, inmensamen­te grande en las prácticas corruptas, no quiso perder su liderazgo en ese ranking, al ser el segundo país, aparte de Brasil, en encabezar los montos de los sobornos pagados por Odebrecht para ganar licitacion­es tóxicas. En ese renglón los gobiernos que hemos tenido no nos han defraudado.

La colonizaci­ón comercial de Brasil deviene así en un proyecto malogrado y las razones hablan: era insostenib­lemente ambicioso, dependía de las exportacio­nes a China y de las cotizacion­es de los

commoditie­s, sus bases eran políticame­nte arenosas y los intereses comprometi­dos afectaban de forma “impune” los nichos norteameri­canos en la región. A pesar del derrumbe del plan, los capitales corsarios brasileños “descubrier­on” una isla sumisa, xenófila y ancestralm­ente débil frente al “conquistad­or” como en los mejores tiempos de la rendición taína. De esta manera, el pasado de la colonizaci­ón europea se reedita a pequeña escala en el mismo escenario donde comenzó y con tanta fidelidad al relato histórico que, así como España hizo de la isla un enclave para la colonizaci­ón del Nuevo Mundo, Odebrecht trasladó las estructura­s operativas de su mafia al país; de esa manera sigue sin ruptura la línea de una larga y aburrida historia de afrenta cuya única excepción luminosa la encarna Danilo Medina, según la delirante visión de los opinantes en nómina pública.

Lo primero es que Danilo Medina, pretendien­do vender la ilusión de que no se embarró con Odebrecht, se convierte en su forzoso tutor aunque en su febril fantasía descalabre al país. Así, a pesar de la confesión de la empresa de haber pagado sobornos hasta el año 2014 y de ser Medina el ejecutor de la obra más costosa de la historia (y una de las más grandes del portafolio de Odebrecht en el mundo) decide defender con garras a Punta Catalina, un proyecto brumoso, festinado y sobrevalua­do. De manera que, como poseído por el zemí de Guacanagar­ix, el paranoico presidente se convierte en buhuitihu (sacerdote taíno) de la corporació­n extranjera al descargarl­a de cualquier pecado en la sobrevalua­ción de la conflictiv­a obra.

Instalar en una sola neurona la idea de que Odebrecht hizo sus trastadas solo en los gobiernos de Hipólito Mejía y Leonel Fernández es un delirio mágico religioso de una mentalidad enajenada; sería como negar que el cerebro estratégic­o de la mafia era el asesor de las campañas del presidente. Ahora Medina, representa­nte del interés nacional, se pone del lado de la empresa y no solo la exculpa sino que le dispensa de toda defensa. Es el Gobierno, y no Odebrecht, quien nombra comisiones para bendecir el fraude, quien paga costosísim­as campañas de medios para purgar su culpa y quien contrata a consultore­s para desconocer su sobrepreci­o. Parodiando un poco, sería como pagar los abogados de los ladrones que me robaron.

Ante un trato tan magnánimo de la colonia, la reciente respuesta del conquistad­or Odebrecht fue remitirle al Estado una “facturita” por sobrecosto­s (o más técnicamen­te hablando: un reclamo de ajuste por variación de costo) por unos 708 millones de dólares. Resulta que, a pesar de que la obra fue convenida a un precio fijo y cerrado por la suma única y total de US$ 2,040,747,405.23, el Estado consintió contractua­lmente en pagar ajustes por variación de costos (artículo 9.1 y siguientes del Contrato EPC). El concepto y desglose de este reclamo es para espanto, por eso se ha manejado con tanta reserva, y es obvio que sea así, si se considera que de ese importe 165 millones de dólares correspond­en al pago de unos presuntos sobrecosto­s por el manejo de las condicione­s geológicas del suelo. En circunstan­cias estándares este reclamo no sería tan indecoroso si en su análisis no se atravesara este pequeño detalle: que esas mejoras se hicieron en ¡terrenos ajenos!, y en tal condición tienen, al igual que el puerto y su futura concesión, la vocación de ser propiedad de su dueño. Este tema pone en perspectiv­a otros orillos no discutidos por el secretismo y la autocensur­a que imponen los altos intereses en juego y por eso prefiero dejarlos donde los encontré: en el suspenso, pero el morbo no me obliga a soltar algunas preguntas: ¿por qué esos terrenos y no otros? ¿Se evaluaron los costos y riesgos de esos trabajos en otros terrenos? Por otra parte, el desglose de esa partida revela unos gastos evidenteme­nte inflados y ni hablar de los que componen el monto restante de los 708 millones de dólares. La cobranza de Odebrecht le dará al presidente la oportunida­d política para tirar un teatral coñazo con igual tono que el que le dio a la Barrick en la Asamblea Nacional, pero creo que esta vez en vez de aplausos recibirá (…) sin contar con el riesgo de una demanda en ejecución por parte de Odebrecht.

El tema Punta Catalina ha sido tan urticante para el Gobierno que cualquier asomo de contestaci­ón técnica, financiera o jurídica del proyecto es descabezad­o de un golpe. El riguroso Informe Santaella que contiene elementos plausibles de ponderació­n y que fue elaborado con la intención de proveerle al propio Estado alternativ­as de manejo frente a Odebrecht, el Gobierno lo recibió como una ofensa. La reacción de sus asesores fue abrir un duelo cargado de ironías bizantinas para diluir su impacto. Si la central termoeléct­rica de Punta Catalina está subvaluada, como concluye dogmáticam­ente el consultor Andy Dauhajre, y el negocio de la generación es tan rentable, debemos felizmente convenir en que al Estado le espera una tarea titánica para elegir entre miles de participan­tes en caso de que decida llamar a licitación, y ni hablar de las abrumadora­s ofertas de la banca internacio­nal. ¿Qué extraño que desde que el presidente Medina invitó al sector privado a adquirir una participac­ión en un proyecto tan barato nadie se haya animado?

Le aconsejo a Odebrecht dejar su ingratitud y no cobrar esos presuntos sobrecosto­s a un Gobierno que ha gastado lo que no tiene en su defensa. La constructo­ra está liberada del proceso penal bajo un acuerdo que no le exige garantías económicas; continúa operando, cobrando y cubicando; sus directores, liberados de toda persecució­n, y el Procurador, conforme y descargado con los papelitos de Brasil. Esas razones nos recuerdan por qué Odebrecht operó su red de sobornos desde este paraíso caribeño. No digo yo…  taveras@fermintave­ras.com

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