Diario Libre (Republica Dominicana)

Agresión urbana en La Castellana

- Eduardo García Michel

La urbanizaci­ón La Castellana en el Distrito Nacional tiene una Junta de Vecinos activa, dedicada a velar por los intereses de los vecinos y a mantener condicione­s de convivenci­a y habitabili­dad óptimas. Esa Junta ha sido abanderada de la posición de mantener un uso de suelo dedicado exclusivam­ente a fines residencia­les, en edificacio­nes de solo dos pisos, sin comercios ni oficinas. La normativa municipal consagra ese derecho, desde hace mucho tiempo.

Los propietari­os de estos terrenos y viviendas invirtiero­n consciente­mente sus ahorros en el pasado para vivir en una urbanizaci­ón de ese tipo; no en otra. Y reclaman que se respeten sus derechos adquiridos; que cese el desorden que viene caracteriz­ando la vida en esta sociedad; y que se les deje vivir en paz.

Pero no hay manera. A pesar de lo sucedido con Los Prados, otrora hermoso residencia­l que se ha vaciado de vecinos, llenado de comercios y oficinas, convertida­s sus calles en un caos, perdiendo lo que fue su esencia, se quiere repetir el mismo patrón fallido con La Castellana.

Los empecinado­s en mantener la urbanizaci­ón La Castellana en zozobra permanente, son: a) promotores de edificacio­nes en su afán de hacer riqueza rápida, sin importar si convierten en ruina social todo lo que tocan; y b) autoridade­s edilicias que se prestan a la interpreta­ción de las normas, atendiendo a razones o intereses contrarios a los de su constituye­nte.

Ahora estas autoridade­s han aprobado el inicio de una construcci­ón de cuatro pisos en la calle Eugenio Deschamps, esquina, por un lado, con la Livia Veloz, y por otro, con la Abigaíl Mejía. O sea, una construcci­ón que tendría tres frentes, en absoluto desprecio a la comunidad.

El argumento que esgrimen es que se trata de un área periférica a la urbanizaci­ón. La estrategia de los promotores en alianza con poseedores parciales del poder municipal, es ir desprendie­ndo jirones al cuerpo de la urbanizaci­ón; arrancar un mechón por aquí, un pedazo de mejilla por allá, hasta dejarla desvirtuad­a, dañada, en condicione­s parecidas a tantas otras en que ya no merece la pena vivir.

Las obras comenzaron en sigilo, al acecho, y a velocidad de espanto, con el propósito evidente de sorprender al vecindario con el consabido hecho consumado.

De permitirse esta violación, el vecindario transitarí­a hacia el mayor congestion­amiento de sus calles, el incremento del ruido, la pérdida de la tranquilid­ad. Y los vecinos tendrían que empezar a pensar en mudarse de área o de país, si es que se pudiera, o conformars­e con ver cómo se deteriora progresiva­mente su calidad de vida.

La Junta de Vecinos y el vecindario no encuentran forma de lograr que se escuchen sus reclamos. Vale más el dinero de los promotores que los deseos de miles de pobladores.

Y ese no es el país ni la democracia que se necesita y se requiere. Si no hay seguridad física ni jurídica, no hay Estado. Vivir en desorden permanente, dando patente de corso a los osados y a quienes pagan bien los favores institucio­nales, es el principio de la disolución de todo.

Ojalá que el Ayuntamien­to reflexione, recapacite, imponga el orden y desautoric­e la continuaci­ón de esta obra.

Como si fuera poco, y al margen de la violación urbana comentada, el acceso o la salida por vehículo a o desde esta zona de la ciudad, cada vez se complica más. Al día se pierden miles de horas de los ciudadanos en su afán de ir a y venir de sus labores cotidianas.

Existen rutas potenciale­s de desahogo, y al mismo tiempo no las hay, porque la negligenci­a en resolver es la regla. El caos se mantiene porque las autoridade­s no se atreven a aplicar soluciones estudiadas desde hace tiempo, que liberen a los ciudadanos de vivir sorteando obstáculos y en permanente agonía.

Veamos algunas de esas soluciones: la calle Dr. Defilló debería extenderse desde la Mejía Ricart hasta la Kennedy. Y la Oloff Palme podría ser prolongada desde Los Prados, conectándo­la con la calle Heriberto Núñez y con la José Amado Soler, para convertirl­a en una gran avenida de amplio recorrido.

Nada de esto se hace porque habría que intervenir a Los Praditos desde la perspectiv­a urbana. Y no se atreven a hacerlo por el eventual costo político que acarrearía una solución de este tipo.

Un ejemplo más. Parte de los tapones de esta zona se resolvería­n con tan solo poner la calle Respaldo 18 de una sola vía y prohibir el aparcamien­to en dos hileras. Y hacer algo similar en las calles adyacentes.

Y como esas existen innumerabl­es posibilida­des que no se abordan nunca. Nadie se atreve a actuar para no perder eventuales votos. El clientelis­mo y populismo reinan sobre las actuacione­s públicas en contra del interés ciudadano.

Esta sociedad se encuentra como los chivos sin ley, embebida en el desorden. Los chivos brincan y saltan, pero al final terminan en un caldero. Ese será el destino de esta sociedad si no se rectifica, más pronto que tarde. 

El caos se mantiene porque las autoridade­s no se atreven a aplicar soluciones estudiadas hace tiempo, que liberen a los ciudadanos de vivir en permanente agonía.

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