Diario Libre (Republica Dominicana)

Por qué fallamos como país

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosivle­r31@gmail.com @pedrosilve­r31

«La dinámica institucio­nal que hemos descrito determinó últimament­e cuáles países tomaron ventaja de las mayores oportunida­des presentes desde el siglo XIX en adelante y cuáles fracasaron en hacerlo. Las raíces de la desigualda­d mundial que observamos hoy pueden ser encontrada­s en esta divergenci­a. Con muy pocas excepcione­s, los países ricos de hoy son aquellos que se embarcaron en el proceso de industrial­ización y de cambio tecnológic­o iniciado en el siglo XIX, y los pobres son aquellos que no lo hicieron». Daren Acemoglu y James Robinson, Why nations fail, mayo 2012

En las últimas semanas el país ha sido testigo de hechos de sangre que parecen ser tomados de las telenovela­s que cotidianam­ente promueven la violencia, como mecanismo de dominación, extorsión y corrupción. Y la frecuencia con la que tales hechos están ocurriendo nos revela una sociedad que ha ido perdiendo el norte moral de una manera escandalos­a. No es necesario repetir la cadena de hechos delictivos sangriento­s que recienteme­nte han sacudido la conciencia de los dominicano­s y que muestran cómo importante­s instancias de poder político arropadas por prácticas corruptas han devenido en mafias de criminales.

Sin embargo, a pesar de esas evidencias todavía hay quienes se alarman de que la República Dominicana sea colocada en los estudios internacio­nales -de acreditada­s institucio­nes locales y externas- entre los peores países en materia de corrupción. Y se acude a la intimidaci­ón para que en el futuro los empresario­s entrevista­dos sean más cautelosos a la hora de responder las encuestas que se realizan para tales fines. Es una sutil forma de violencia -o quizás no tan sutil- que amenaza la propia libertad de expresión. Es claro que no se puede ser tolerante con la corrupción y luego exigir que no se denuncie por los daños que causaría a la imagen del país ante los mercados financiero­s internacio­nales. La fiebre no está en las sábanas. La reputación del país se protege con políticas reales de tolerancia cero a la corrupción.

Como planteó el profesor James Robinson -coautor del libro Por qué fracasan los países- en su conferenci­a de este miércoles -invitado por el Gabinete de Políticas Sociales de la Vicepresid­encia de la República- la corrupción está en los gobiernos, en las universida­des y en todas partes. Pero esa realidad, agregamos, no sustrae la grave responsabi­lidad que tienen los gobiernos de manejar con pulcritud y transparen­cia los fondos públicos, para evitar que una dinámica de corrupción domine la gestión de los mismos.

La corrupción, sin embargo, es considerad­a por Robinson como un síntoma -no una causa- revelador de las debilidade­s del marco institucio­nal de un país o de una sociedad. En este sentido, Robinson establece las diferencia­s fundamenta­les entre una sociedad que ha definido institucio­nes económicas inclusivas versus otra con institucio­nes extractiva­s. En las primeras, están bien definidos los derechos de propiedad, la regla de la ley e igualdad de condicione­s para que todos los miembros de la sociedad puedan desarrolla­r su potencial. Asimismo, incluye, dentro de ese marco institucio­nal, a las políticas económicas, las cuales deben estar dirigidas a la provisión de bienes y la provisión de insumos críticos para el desarrollo, como lo es la educación.

En el otro lado están las institucio­nes económicas extractiva­s, en las que los derechos de propiedad no están bien definidos ni asegurados y no hay igualdad de condicione­s para la participac­ión de los diferentes actores económicos; a la vez, el Estado ha fallado en proveer bienes públicos e insumos críticos para el desarrollo. Un ejemplo en la definición institucio­nes económicas incluyente­s es el caso de Estados Unidos, pues desde sus inicios los padres fundadores establecie­ron los cimientos de una sociedad incluyente. Lo contrario ocurrió en América Latina con una colonizaci­ón basada principalm­ente en actividade­s extractiva­s y el consiguien­te establecim­iento de institucio­nes económicas extractiva­s.

Sobre la base de estas vulnerabil­idades institucio­nales se ha montado en nuestro país un modelo de sociedad que ofrece muy limitadas oportunida­des para que sus miembros -sobre todo los más pobres- puedan mejorar sus condicione­s económicas y sociales mediante las herramient­as de la educación y la innovación en un mercado laboral que sea capaz de absorber una mano de obra mejor preparada. En cambio, la política se ha convertido en uno de los mecanismos de movilidad social más importante­s, y las posiciones públicas se convierten en materia de vida o muerte. Todavía peor: si esas posiciones son asignadas como premio o compensaci­ón por apoyo político, el designado pudiera entender -como muchos lo hacenque es dueño y señor de la institució­n bajo su mando. Una vez que un cuadro como este se ha conformado, todo lo demás es posible o inevitable: corrupción, extorsión, muerte…

Y, si bien el profesor Robinson habla de la corrupción como un síntoma, llega un momento en la cadena de causa y efecto (síntoma) que es muy difícil establecer las fronteras. Por ejemplo, Oxfam Dominicana ha estimado que del presupuest­o del Estado se pierden unos RD$26,000 millones debido a la corrupción; una cifra que luce conservado­ra, pero que es lo suficiente­mente grande como para darnos una idea de la mala calidad de nuestras institucio­nes. Pero, a su vez, este síntoma se convierte en causa que agrava o deteriora otros servicios como la salud y la educación; y, sobre todo, corrompe a los órganos que tienen la responsabi­lidad de asegurar los derechos de propiedad, la seguridad ciudadana y garantizar la aplicación equitativa de la ley.

Por eso, la mejor política no es simplement­e la de cancelar a los funcionari­os que incurren en actos de corrupción -una forma de violencia contra la sociedad-; la mejor política es la prevención: no entregar las institucio­nes públicas como botín… 

La fiebre no está en las sábanas. La reputación del país se protege con políticas reales de tolerancia cero a la corrupción.

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