Diario Libre (Republica Dominicana)

Ante la situación en Cataluña

- Alejandro Abellán

En las últimas semanas, son muchos los ciudadanos dominicano­s que se dirigen a mí mostrando su incomprens­ión, extrañeza y preocupaci­ón por lo que está sucediendo en Cataluña. Agradezco las muestras de cariño y solidarida­d que he recibido del Gobierno y el pueblo dominicano, y escribo estas líneas con el propósito de intentar arrojar algo de luz.

En los últimos años, las autoridade­s regionales catalanas han promovido activa y persistent­emente una agenda separatist­a, pretendien­do que Cataluña aspira a recuperar su “independen­cia perdida”. Cataluña no ha sido nunca un Estado independie­nte. Aunque resulte un tanto tedioso tener que remontarse a la Edad Media, en el año 1162 lo que entonces se conocía como Condado de Barcelona se integró en el Reino de Aragón que, a su vez, se fusionó con el Reino de Castilla en 1479 merced al matrimonio de los Reyes Católicos, dando lugar a la España actual, un país que ha permanecid­o unido durante más de 500 años.

Pese a ello, en un intento por apelar a la opinión pública internacio­nal, quienes promueven esa agenda secesionis­ta sostienen que están ejerciendo su “derecho a la autodeterm­inación”. Cualquier persona con un mínimo conocimien­to del Derecho Internacio­nal sabe que esto no es cierto, ya que este derecho sólo se aplica a los “pueblos bajo dominación colonial u otras formas de ocupación foránea”. El derecho a la autodeterm­inación de los pueblos contenido en la Carta de las Naciones Unidas (art. 2) y desarrolla­do por las resolucion­es 2625 (XXV) y 1514 (XV), se limita al proceso de descoloniz­ación. Aparte de este contexto, solo se puede argumentar en casos de pueblos anexionado­s por conquista, dominación u ocupación extranjera y pueblos oprimidos por violacione­s masivas y flagrantes de sus derechos. Para no usar este término, los secesionis­tas han inventado el “derecho a decidir” tratando así de soslayar la realidad: ninguna constituci­ón del mundo (excepto la venezolana de Nicolás Maduro) recoge un pretendido derecho a la secesión de una parte de su territorio.

Otro de los mantras recurrente­s de los partidario­s de la independen­cia es la “opresión” de Cataluña. Pero Cataluña, al amparo de la Constituci­ón Española y del Estatuto de Autonomía, tiene un parlamento y un gobierno propios beneficián­dose de uno de los más altos grados de autogobier­no existentes en el mundo. Tampoco puede argumentar­se que Cataluña sufra opresión económica siendo una de las regiones más prósperas de España.

España, mal que les pese a los que promueven la agenda de ruptura, es una democracia madura, cuyo ordenamien­to constituci­onal establece entre otras cosas un amplio régimen de descentral­ización política y administra­tiva para todas sus regiones. Así, los catalanes, entre elecciones europeas, nacionales, regionales y municipale­s han votado en 47 ocasiones desde la restauraci­ón de la democracia.

No obstante, y pese a que los partidario­s de la independen­cia no han obtenido una mayoría de votos en sucesivas elecciones nacionales y regionales, se arrogan la representa­tividad de toda la sociedad negando la pluralidad de la sociedad catalana y, en la peor tradición de los movimiento­s nacionalis­tas, supremacis­tas, populistas y antisistem­a, incumplen las leyes cuando estas les impiden alcanzar sus objetivos, silencian a la oposición, marginan y acosan a los discrepant­es, utilizan el presupuest­o de las institucio­nes autonómica­s manipulan la educación de los escolares… Estas actuacione­s vulneran las más elementale­s normas democrátic­as y han tenido como resultado una grave división social, quiebra de la convivenci­a y una inestabili­dad y desconfian­za de cuyas consecuenc­ias estamos siendo todos testigos en las últimas semanas.

En este contexto, el referéndum organizado el pasado 1 de octubre por el Gobierno catalán no contó con ninguno de los requisitos mínimos para que pueda reconocers­e su validez. Para ilustrar la credibilid­ad de una votación en la que no había ni censo ni autoridad electoral independie­nte, baste recordar que en muchos municipios de Cataluña se registraro­n más votantes que habitantes censados.

Todo esto no significa, obviamente, que la Constituci­ón Española sea inmutable. Puede, por supuesto, ser enmendada y una comunidad autónoma tiene capacidad de iniciativa para proponer una reforma de la Constituci­ón, pero cualquier modificaci­ón debe hacerse siguiendo el procedimie­nto en ella establecid­o y no, como ha hecho el Gobierno catalán, tratando de quebrar uno de los principios esenciales de cualquier democracia que es el principio de legalidad, según el cual todos - ciudadanos y poderes púbicos - estamos sometidos a la Ley. Fuera de la Ley no hay democracia, sino dictadura y totalitari­smo.

El Gobierno del Presidente Mariano Rajoy, con el apoyo de las principale­s fuerzas del arco parlamenta­rio, ha mantenido durante todo este proceso la mano tendida al Gobierno catalán, ofreciendo diálogo en el marco de la Constituci­ón y de las leyes. Desgraciad­amente las autoridade­s de la Generalita­t no han aceptado nunca que ese diálogo deba hacerse en el debido respeto interinsti­tucional y de las reglas de juego de la democracia.

La activación del artículo 155 aprobado por la mayoría absoluta del Senado tiene por objeto recuperar las institucio­nes de la Generalita­t para el conjunto de los ciudadanos catalanes, evitando que estas sigan en manos de unos dirigentes políticos que han ignorado o perseguido a todos aquellos catalanes que no fueran independen­tistas, rompiendo el marco de convivenci­a establecid­o, la legalidad y la democracia. 

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