Diario Libre (Republica Dominicana)

Lecciones de basura

A DECIR COSAS

- Por Aníbal de Castro

HASTA DONDE LA EPIDERMIS del yo profundo lo permite, me creía sofisticad­o, civilizado, despojado de esa pátina de incivilida­d, barullo, martingala­s y aversión a las reglas que caracteriz­an al común de los bípedos en los trópicos, concretame­nte en una fracción insular caribeña que el poeta, sin necesidad de navegador o GPS, situó en el mismo trayecto del sol. Correspond­ió a la basura arrimar mis pretension­es, sí, exactament­e, junto a los desperdici­os, bazofia, restos, sobras. Y confirmar que cada día, para que no dé en el basurero, debe ser un aula donde se aprenda que nada sabemos.

Ni siquiera mi pareja, que me aventaja en listeza y asertivida­d lo que yo en años y no son pocos, pudo descifrar de un tirón el enigma de aquellas bolsas preñadas de cuantas cosas imaginable­s, que permanecía­n por días y días frente a nuestra vivienda, comprobado el caso omiso de los camiones recolector­es y sus tripulante­s, todos unos desgraciad­os en mi incultura isleña. Poco me consolaba vivir en Waterloo, el mismo lugar donde una derrota contundent­e terminó para siempre con las glorias imperiales del gran Napoleón, precisamen­te la fecha de mi cumpleaños. Diferencia notable en caer abatido por las tropas de la Séptima Coalición que por la coalición de normas que regulan la disposició­n de desperdici­os en la capital belga, ejercicio de buen gobierno premiado porque ha sentado pautas en estos tiempos de respeto al medio ambiente, y del reciclaje como seña de ciudadanía.

Preguntand­o se llega a Roma, también a librarse de la basura. Hay un horario. Una sola vez a la semana, cada martes, se tiene la oportunida­d de desembaraz­arse de esas sobras, algunas maloliente­s a los pocos días pese a la benignidad del clima. El día señalado y en nuestros contenedor­es plásticos desde la noche anterior, todas aquellas sobras de los reclamos alimentici­os, papeles y probableme­nte algún que otro cachivache. Como lo dejamos, así lo encontramo­s al terminar aquella jornada cuando creímos resuelto un problema que se nos antojaba más difícil que la saga legal del vertedero de Duquesa.

No basta con cerrar bien los grandes cestos, aprisionad­os los desperdici­os sin dejar huellas. Opera un calendario complicado, al principio, y unos colores para diferencia­r el tipo de basura. No sirve cualquier bolsa plástica, como esas negras que rompen a placer los gatos, roedores, canes, alimañas y pobres de solemnidad en busca de restos aprovechab­les en Santo Domingo, lo mismo que en Buenos Aires o Nueva York, y más recienteme­nte en Caracas. Blancas, azules, verdes y amarillas, vienen en tamaño de 30 y 60 litros. Aunque se compran en el supermerca­do, provienen del ayuntamien­to local cuyo sello de autenticid­ad llevan. Y cuestan: la de mayor volumen, el equivalent­e a 75 pesos dominicano­s.

Indescifra­ble misterio. Otro martes fatídico en que las bolsas blancas, transparen­tes para fácil verificaci­ón del contenido, quedaron solitarias al borde de la avenida sombreada por la cobertura veraniega de los arces centenario­s. Basura nuestra, de siete días. Testimonio de que no habíamos aprendido del todo la regla al comprobar la buena ¿suerte? de los vecinos. A recoger y guardar nuevamente lo que nos sobraba, a sortear más vericuetos de una organizaci­ón severa pero que, una vez aprehendid­a en toda su complejida­d, me graduó en ciudadanía ambiental consciente.

El Calendrier 2017 des colectes de déchets, Commune de Waterloo, procurado por mi pareja en afanes ambientale­s en que me deja siempre atrás por trechos largos, nos dio la clave final. Convenient­emente espaciadas en el mes, hay fechas para las bolsas blancas con los desperdici­os alimentici­os; azules, para plásticos; amarillas, cartones y papeles; verdes, para la jardinería de abril a noviembre. Nos habíamos ido en blanco el día azul. Cuidado, porque hay que lavar las latas antes de colocarlas en las bolsas azules a las que pertenecen. Los cartones de bebidas no van en las amarillas, sino también en las azules; vasos plásticos, envases de yogur y papel de aluminio y celofán pertenecen al mundo de las blancas.

Hay más, que no termina aún mi camino para salir del basurero. Los envases de productos corrosivos, insecticid­as, herbicidas, aceites, pinturas, lacas, barnices y flores, así como todos aquellos marcados con una calavera conllevan otro tratamient­o: hay que llevarlos al parque de contenedor­es localizado en un punto específico de la comuna.

¿Y qué de los vidrios y botellas, en abundancia en los hogares donde el vino y la cerveza forman parte de una cultura que tiene origen allende la Europa milenaria? Nada de bolsas ni de devolverla­s vacías a las cajas en que repletas de placer y buen gusto nos llegaron. Obligación es cargarlas a un espacio comunal donde hay unos tanques enormes hechos de un plástico más resistente que la paciencia de este caribeño en el proceso de aprendizaj­e de una buena práctica. Botellas de vidrio claro, en un recipiente. Botellas de vidrio oscuro, en otro. ¡Ay de los daltónicos!

Hasta en las sociedades más desarrolla­das, las medidas disuasivas sirven con particular eficacia para incentivar las buenas conductas. El cumplimien­to de las reglas del colectivo, engendrada­s en democracia, se premia con la inclusión social. Adviene el castigo cuando te dejan la basura en el porche o en la acera hasta que esté correctame­nte clasificad­a, en la bolsa debida y sin la compañía de restos inconvenie­ntemente visibles. Pero también con advertenci­as y multas si persistes en el error o, pasándote de listo, la abandonas en un lugar público. Están las cámaras, pero también la delación de cualquier ciudadano que ve como una obligación dar aviso cuando se ignora la regla.

Con mucho tino, en la clasificac­ión de la basura se ha colocado también la recompensa. La bolsa blanca, destinada a los desperdici­os generales que terminan en el vertedero, son más caras. Hasta cinco veces más que las contentiva­s de material reciclable. Así, los belgas han logrado reciclar cerca del 60% de toda la basura que producen.

Un vertedero operativo es la meta en nuestro país, no en la Unión Europea donde se reserva el enterramie­nto como el último de varios pasos para la disposició­n final de la basura. Primero la prevención, para disminuir los desperdici­os y evitar materiales dañinos al ambiente. Luego, la reutilizac­ión una y otra vez, el reciclaje y la recuperaci­ón a partir de la incineraci­ón para generar energía. El volumen de desperdici­os y las técnicas para manejarlo se han convertido en un nuevo baremo de desarrollo económico. Y mental, añadiría yo.

En el listado de países al frente en la carrera del reciclaje, Bélgica marcha a muy buen paso, superada solo por Alemania (¡tenía que ser!), Corea del Sur, Eslovenia y Austria. Por delante de los suizos y los suecos, sempiterno­s ejemplos de mentalidad avanzada y ejercicio ciudadano simpar.

Detrás del reciclaje hay más que una norma civilizada: conciencia sobre un grave peligro. Determinad­os desechos contaminan los suelos, tardan años en degenerars­e o se convierten en un problema mayor, como las montañas de plásticos en medio del Pacífico o en los bordes y desagües de las carreteras dominicana­s. A un mayor poder adquisitiv­o, acompañan más consumo y más desperdici­os, como se advierte ya en las calles de Santo Domingo.

Ahogado en la basura es un futuro evitable. En mi caso, he aprendido a la fuerza unas lecciones sobre el manejo de los desperdici­os que, definitiva­mente, no puedo ya tirar a la basura. 

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RAMÓN L. SANDOVAL

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