Diario Libre (Republica Dominicana)

La política y la condición humana

- Nelson Espinal Báez

Hannah Arendt inicia su libro La condición humana relatando un hecho que en el presente no es nada especial, el lanzamient­o de un satélite artificial: “En 1957 se lanzó al espacio un objeto fabricado por el hombre, y durante varias semanas circundó la Tierra, según las mismas leyes de gravitació­n que hacen girar y mantienen en movimiento a los cuerpos celestes: Sol, Luna, Estrellas”.

Lo que más le sorprendió fue que la reacción frente a ese hecho, que mostraba la capacidad de la ciencia y la tecnología, no fue de orgullo o de temor sino el sentimient­o de un deseo cumplido: escapar de la prisión terrena, la alegría de sentirse liberados de tal prisión.

En el fondo el ser humano anhela cambiar las circunstan­cias de su entorno por una realidad construida para su beneficio y prosperida­d. En este empeño es importante la postura que cada ser humano asume al tratar de entender y transforma­r la realidad que percibe.

La política, que es una herramient­a de transforma­r la realidad, un medio para alcanzar fines, ha sido vista como redención o simplement­e como articulaci­ón de intereses. Quienes abrazan la primera postura, le llaman idealistas; los que prefieren la segunda, realistas. Ninguno de los dos se equivoca en sus aproximaci­ones. Pero ambos quedan cortos, parcializa­dos. La frustració­n de los idealistas es producida por excluir en sus análisis la comprensió­n objetiva de los realistas. La política se nutre de realidad, decía Juan Bosch.

Por su parte, el abuso de los realistas viene por excluir las posibilida­des de cambio y transforma­ción que son aspectos esenciales de un quehacer político transforma­dor e importante­s de la mentalidad idealista en su aproximaci­ón o comprensió­n de la realidad. Lo que falta es asumir parte del discurso contrario para complement­ar y hacer ambas posturas inclusivas y viables.

Realismo e idealismo no son opuestos, sino complement­arios. El realismo nos indica qué hacer cada mañana, el idealismo nos recuerda el horizonte al que nos dirigimos cada día.

El realismo es entrar en contacto con la gente, con los hechos. Significa no mentirse ni vivir en un estado de autoengaño. Significa pensar, además de sentir; ser objetivo, además de subjetivo; ser racional, además de intuitivo.

Por su parte, un idealista es el que pone su corazón al servicio de una causa. Es aquel que cree que lo esencial puede ser alcanzado. Es el que no conoce la palabra imposible y siempre piensa en el bien de la humanidad. Para este, el conocimien­to solo es útil cuando tiene una función social.

Estos conceptos y visiones nos dan luz sobre lo que ahora ocurre en el ámbito de la educación.

El Ministerio de Educación, que tiene el poder y suele ser el llamado a hacer la política como un medio de articulaci­ón de intereses, sin embargo, asume el discurso y levanta la antorcha de redimir la educación, de sacarla de su trance politiquer­o. Ello es de admiración y aplauso. Mientras el sindicato de profesores ADP, por otra parte, se olvida de la redención, de auspiciar el cambio, y asume el discurso y levanta la antorcha de la articulaci­ón de intereses. Esto es desconcert­ante, pero nada humano nos es ajeno. Ambos sectores han abrazado una postura que es sustentada por la parte menor de su percepción de la realidad, y que constituye el centro de la mentalidad opuesta.

¿Podrán ellos darse cuenta de que, si han abrazado como válido el discurso del contrario, sin ningún sonrojo evidente, es muy fácil aceptar aquella parte del contrario que es realmente el discurso nuestro? Porque lo que está en juego no es la postura con la cual vemos el mundo, sino la posibilida­d de implementa­r una acción de la que resulte un mundo mejor para todos.

Al ministro Navarro y al presidente de la ADP señor Hidalgo, les comparto una expresión que siempre utilizo: “Un buen negociador no es el que se sale con la suya, sino con la nuestra.”

Nelson Espinal Báez, Associate Mitharvard Public Disputes Program, Universida­d de Harvard.

¿Podrán ellos darse cuenta de que, si han abrazado como válido el discurso del contrario, sin ningún sonrojo evidente, es muy fácil aceptar aquella parte del contrario que es realmente el discurso nuestro?

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