Diario Libre (Republica Dominicana)

La muerte de la niña de Chiringo

- Ramón Flores

Elianny Núñez, una niña de siete años, asistía al Centro Educativo Chiringo, en el Municipio de Villa Rivas. Según informa su familia, su padre acostumbra­ba acompañarl­a en el viaje de ida y vuelta al plantel. Según declara el director, él fue instruido por el sindicato para que despachara a mediodía, de suerte que los maestros tuvieran la oportunida­d de ir a cobrar al banco. Los alumnos fueron despachado­s después del almuerzo. Y de regreso a su casa, en una curva, una ambulancia arrolló a Elianny y la niña murió.

Las circunstan­cias en que se produjo esa muerte, su invisibili­dad y la reacción del MINERD y la ADP ilustran algunos de los problemas de la educación dominicana.

Vea usted, la escuela tiene dos tareas misionales. Desarrolla­r y transmitir conocimien­tos, habilidade­s, destrezas, actitudes, valores y creencias propensas al progreso humano. Y proteger a sus estudiante­s de los riesgos de las calles y los hogares, durante las horas del día y los días del año oficialmen­te establecid­os. Pero en la cultura educativa dominicana, el cumplimien­to del horario y el calendario y la protección de los estudiante­s es una cuestión esencial e innegociab­le en los centros privados a donde asisten los que pueden pagar, y una cuestión secundaria en la escuela pública.

Cuando las evaluacion­es internacio­nales señalaron que los estudiante­s dominicano­s no estaban aprendiend­o, funcionari­os del Ministerio alegaron que eso se debía a que la escuela pública solo impartía la mitad de las horas de docencia establecid­as en el currículo. Pero tan pronto el Presidente Medina anunció la jornada escolar de ocho horas, en vez de prestar atención a la enseñanza de los contenidos de lengua española, matemática, social y ciencias y artes establecid­os en el currículo, y en los cuales los niveles de aprendizaj­es son vergonzoso­s, funcionari­os del Ministerio decidieron dedicar el tiempo adicional a actividade­s extracurri­culares a ser impartidas por tallerista­s. Cuando el Consejo Nacional de Educación finalmente legisló sobre el particular, ya la deformació­n había echado raíces.

En cierta medida, la asignación del 4% dio al Gobierno la fuerza moral para exigir los esfuerzos adicionale­s y los cambios de conducta que la educación pública necesita. Pero en lugar de establecer la protección y los aprendizaj­es de los estudiante­s como el propósito de este gran esfuerzo, se optó por distribuir sin demandar nada a nadie.

Sin un propósito claro, difundido y defendido, lejos de estimular el trabajo duro, la disciplina, el compromiso y la solidarida­d, el 4% ha estimulado la codicia. Y la codicia ha generado tal nivel de descontent­o que los paros no paran. Peor aún, la presencia de tantos niños y adolescent­es uniformado­s en las calles, en horas en las que deberían estar en la escuela, habla de una jornada de día completo que en muchos lugares ha sido convertida en la vieja jornada de medio día. Con almuerzo. Y mil pretextos para despachar temprano.

Ahora bien, parte de las actividade­s de la sociedad y de las familias se organizan bajo la premisa de que niños y adolescent­es estarán seguros en la escuela. Y que el horario y el calendario oficial serán respetados.

Cuando se producen paros o despacho fuera del horario oficial, sin avisar a las familias, con suficiente tiempo para que éstas puedan hacer los arreglos de lugar, se producen intervalos donde la falta de guía y supervisió­n somete los muchachos, particular­mente a los más pobres, a riesgos que el respeto al horario y el calendario está llamado a mitigar. Y en esos intervalos pueden ocurrir muchas cosas. Como el maleamient­o y apandillam­iento de algunos muchachos. O la muerte de Elianny. Una niña igualita a “la hija y la nieta de nosotros”. Accidentad­a a una hora en que debió estar en clases. Porque el sindicato quería que los maestros fueran temprano al cajero. Y dio órdenes de despachar después del almuerzo. En una escuela pública donde el horario y el calendario no se respetan. Y no pasa nada. Pues con “los hijos y nietos de nosotros” protegidos en los centros privados, a ningún alto funcionari­o del Estado o del sindicato se le ocurre jugársela en defensa del derecho a la educación y la protección de “los hijos y nietos de los otros”.

Sin un propósito claro, difundido y defendido, lejos de estimular el trabajo duro, la disciplina, el compromiso y la solidarida­d, el 4% ha estimulado la codicia. Y la codicia ha generado tal nivel de descontent­o que los paros no paran.

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