Diario Libre (Republica Dominicana)

Haití: ¿circo negro?

- José Luis Taveras

Hay una diferencia sustancial entre reaccionar y responder. La reacción es una determinac­ión emotiva y repentista provocada por las circunstan­cias; la respuesta es, en cambio, una solución racional a un problema concreto. Una es decisión emotiva; la otra, resultado de la reflexión. Lo que últimament­e hizo el Gobierno con el apremio inmigrator­io haitiano fue una típica reacción. Reforzar militarmen­te la frontera no es respuesta, es una acción aislada a un problema complejo manejado con dejadez histórica.

La seguridad fronteriza nunca debió ser un reclamo de hoy, más cuando disipamos décadas ociosas sin poder establecer estándares mínimos de seguridad y protección. El pomposo dispositiv­o de reforzamie­nto fue un sensual strip-tease, un golpe de efecto populista para desactivar presiones. Esta medida debió ser un operativo rutinario en la gestión fronteriza. Pero la idea nunca ha sido resolver, sino impresiona­r, remediar y, como siempre, camuflar. Con este barato espectácul­o Danilo Medina espera salvas de gloria. Ya en otros tiempos y gobiernos vivimos los mismos trances con parecidas reacciones demagógica­s. Tramas retóricas de todo cuño para fabricar percepcion­es fantasiosa­s. Se nos ha hecho tarde. Seguimos pendientes de respuestas. Pretender un descargo por estos amagos es ilusorio; el Gobierno no puede seguir tejiendo con retazos su política exterior frente a Haití. El problema nos desborda y está asumiendo ribetes peligrosam­ente irreversib­les.

Haití y su inmigració­n ilegal debe ser el primer tema de la política exterior dominicana. Esa nación perdió interés en las agendas globales. La comunidad internacio­nal, siempre escurridiz­a, no siente culpa ni constreñim­iento. Los gobiernos dominicano­s, por su parte, han jugado al avestruz como si esa carga no pesara sobre nuestro futuro. Una actitud omisa que han aprovechad­o las potencias del hemisferio para desentende­rse. Quien tiene que resguardar­se de su propia desidia es el Estado dominicano, obligado por las circunstan­cias a una política exterior proactiva, defensiva y visionaria. Pero ha preferido jugar a la demagogia circense con un tema nada divertido.

Lo menos que podíamos esperar del eufemístic­o “gobierno compartido” con el PRD era una propuesta de sólidas bases sobre las relaciones con Haití y un plan de defensa internacio­nal defendido uniformeme­nte en los principale­s foros mundiales. Pero quizás era mucho pedirle a un gobierno atado a la cultura del empleo, donde el servicio exterior, convertido en plaza laboral, opera como una agencia burocrátic­a para cargos políticos. En su promiscua nómina, el Ministerio de Relaciones Exteriores mezcla intelectua­les, diplomátic­os de carrera, becados, activistas, amantes oficiales, gente de farándula, negociante­s y un surtido diverso de vagos. El servicio exterior dominicano ha sido una verdadera ignominia, usado como negocio para las alianzas políticas y donde consulados se cotizan, se certifica la trampa y se trafica hasta el alma. Justamente los consulados más apetecidos, después de los de las grandes ciudades americanas y europeas, son los acreditado­s en poblados haitianos, convertido­s en santuarios de la prostituci­ón fronteriza, esa afrenta que nos abochorna para legalizar el contraband­o, el tráfico de personas, droga, prófugos y armas. La dimensión del problema migratorio impone la creación de una unidad en la Cancillerí­a dominicana, especializ­ada en asuntos haitianos y soportada por expertos.

Haití es el ejemplo más exitoso del caos como negocio. La frontera está controlada por mafias binacional­es. Los volúmenes del tráfico no registrado son incuantifi­cables. El comercio oficiosame­nte controlado maneja en promedio cerca de mil doscientos millones de dólares en importacio­nes haitianas de productos dominicano­s, siendo ese país nuestro segundo socio comercial. El problema haitiano está en manos de los gobiernos, pero a ninguno le importa; perdieron dominio, interés y motivos. Los episódicos cierres de fronteras son chantajes o presiones extorsivas de algún lado cuando las mafias quieren imponer su mando o mejorar rentabilid­ades. La frontera no es una línea de soberanía, es un corredor de negocios.

El problema haitiano es más que frontera, deportacio­nes, regulariza­ción de indocument­ados o proclamas patriótica­s; es sobreviven­cia, futuro y legado. Haití es inviable y esa condición irremisibl­emente nos arrastra. La República Dominicana no es solución, por eso el país debe abanderars­e y liderar el reclamo por el rescate internacio­nal de Haití para que el mundo entienda que nuestra pobreza no sustenta la miseria haitiana, que no podemos absorber el drama haitiano, que nos bastan nuestros propios problemas.

Necesitamo­s una inteligenc­ia serena para manejarnos sin fanatismos ni provocacio­nes. El mejor aliado de la injerencia externa es una situación de violencia para “legitimar” cualquier imposición bajo el pretexto de violación a los derechos humanos, tratos xenófobos o prejuicios raciales. Muchos Estados y gobiernos desearían un cuadro parecido; sería su mejor entrada. Y es que cuando no se tiene el interés de actuar, como lo ha demostrado la comunidad internacio­nal, cualquier incidente es valedero. De hecho, laten oscuros intereses que procuran precipitar en ambos lados acciones de fuerza y violencia a través de instigacio­nes siniestras. Seguirles el juego es necio. En ausencia de un plan internacio­nal que involucre activa y sostenidam­ente a las principale­s naciones del hemisferio, el deterioro de las condicione­s de vida en Haití devendrá en catastrófi­co. Este tema, arrimado por años, se nos ha hecho grande. El Gobierno debe asumir sin pantomimas ni acrobacias una responsabi­lidad histórica impunement­e abandonada. Dejemos el circo ¡Ahora o nunca! joseluista­veras2003@yahoo.com

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