Diario Libre (Republica Dominicana)

José Rafael Lantigua, José del Castillo y Aníbal de Castro

RACIONES DE LETRAS

- Por José Rafael Lantigua www.jrlantigua.com

LA CONSTRUCCI­ÓN DE LA cultura dominicana ha contado con un grupo notable de mujeres que con sus trabajos pioneros, con su dedicación y entrega, y hasta con sus múltiples sacrificio­s se han constituid­o en columnas fundamenta­les de nuestra historia cultural. Son tantos los nombres de esas grandes mujeres que resulta imposible recordarla­s a todas, y nombrarlas una por una segurament­e tomaría varias páginas. Poco se piensa en esta contribuci­ón tan ejemplar con la cual se han ido levantando y difundiend­o los valores de la cultura dominicana. Las generacion­es pasan. Los años van dejando en el olvido a los nombres fundadores. Las nuevas realidades obligan, sin desearlo, a que vayan quedando estos aportes como simples señas de identidad de una cultura rica y diversa que, sin embargo, no pocas veces resulta desairada y dejada a un lado por la desmemoria.

Salomé Ureña. Aurora Tavárez Belliard. Abigaíl Mejía. María Montez. Elila Mena. Floralba del Monte. Antonia Blanco Montes. Flérida de Nolasco. Edna Garrido de Boggs. Amada Nivar de Pittaluga. Ninón Lapeireta de Pichardo. Magda Corbett. Clara Elena Ramírez. María Ugarte. Ivonne Haza. Aida Bonnelly de Díaz. Leyla Pérez. Marianne de Tolentino. Josefina Miniño. Nereyda Rodríguez. Celeste Woss y Gil. Ada Balcácer. Elsa Núñez. Rosa Tavárez. Rosa María Vicioso. Virtudes Uribe. Bernarda Jorge. Margarita Luna. Germana Quintana. Lourdes Camilo de Cuello. Blanca Delgado Malagón. Margarita Copello de Rodríguez. Divina Gómez. Lucía Castillo. María Castillo. Casandra Damirón. Sonia Silvestre. Cecilia García. Ángela Carrasco. Maridalia Hernández. Xiomara Fortuna. Aisha Syed. Nathalie Peña-comas. Mercedes Sagredo. Leonor Porcella de Brea. Meche Diez de Planas. Julia Álvarez. Jeannete Miller. Rita Indiana Hernández. Mu-kien Adriana Sang. María del Carmen Prodoscimi de Rivera. Angela Peña. Mayra Johnson. Verónica Sención. Xiomarita Pérez. Un muestrario limitado y, sin embargo, en estos nombres se podría resumir la fortaleza de la inmensa labor realizada por la mujer en la fundación y desarrollo de nuestra cultura. Son tantas. Son muchas.

En la literatura, en la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el folklore. En el canto popular. En la composició­n musical. En la edición de libros. En la gerencia cultural. En la promoción del arte desde institucio­nes que han impulsado la labor artística, difundiend­o valores de otras tierras para consustanc­iarnos con la realidad universal de la cultura, desarrolla­ndo programas, abastecien­do las fuentes de nuestro quehacer cultural o resaltando aspectos relevantes de la historia que son claves para entenderno­s como nación y para forjar una auténtica ciudadanía cultural. Algunas de estas vibrantes mujeres llegaron a nuestro lar de otras tierras, de otras culturas. Aquí asentaron su humanidad, sus valores, su pasión por el trabajo cultural. Y fundaron institucio­nes, desarrolla­ron iniciativa­s, sembraron, cosecharon, establecie­ron su legado y dejaron sus nombres entre los grandes nombres de nuestra cultura. De ellas, varias siguen haciendo su labor que ya cobra decenios. Siguen insistiend­o en su rol. Proezas. Conquistas. Huellas. Horizontes abiertos para que las generacion­es posteriore­s se deleiten en sus fuentes. Heroínas indiscutib­les de la cultura nacional. Ellas han sabido ser apasionada­s, porque la cultura no se vive sino como una pasión. Es un oficio de delirio y tormento. Un frenesí. Un incendio.

Poetas que dejaron estelas; educadoras, como Aurora Tavárez que fue la única maestra del siglo XX que escribió y publicó libros, más de una veintena; actrices de teatro y de cine que triunfaron en los escenarios hasta convertirs­e en verdaderos paradigmas; feministas adelantada­s desde el campo cultural; pianistas de renombre, musicóloga­s de estirpe, fundadoras del ballet clásico en nuestro país, investigad­oras de nuestro folklore con aportes distintivo­s, críticas de arte y literatura, escritoras que han alcanzado niveles de reconocimi­ento dentro y fuera del país, compositor­as de música popular de gran arraigo, promotoras del arte a través de entidades que hicieron historia en épocas pasadas, gerentes culturales, cantantes clásicas y populares que certificar­on desde su oficio los valores de nuestra música, editoras y propulsora­s del libro, danzantes, teatristas, dramaturga­s, sobresalie­ntes figuras de las artes visuales, historiado­ras, académicas, propulsora­s de la fotografía artística sin importar imposibili­dades, periodista­s –como Ángela Peña- que por años nos ha dado a conocer los trayectos históricos de los hombres y mujeres cuyos nombres llevan nuestras calles, lo cual es una manera de hacer cultura desde la historia conjugada con el ejercicio periodísti­co. En fin, una amplia gama que, repito, es mayor de la que aquí nombro.

Una de estas damas de nuestra cultura es también parte de la historia que cuento. Carmen Heredia de Guerrero. Muchas de las que he nombrado hicieron ya su trayectori­a. Otras van construyén­dola aún para dar continuida­d al legado de sus antecesora­s, a base de sus propios y elevados talentos. Doña Carmen viene de la danza clásica, la música y el teatro, disciplina­s artísticas en las que se formó tanto en Santo Domingo como en Nueva York. Es de las alumnas que formara en su amplia y muy sustancial carrera en la danza, la inolvidabl­e Madame Corbett. Esa formación, aunada sin dudas a su carrera como gerente cultural, le ha permitido convertirs­e en una muy objetiva y lúcida crítica de arte, la única activa que tenemos actualment­e en el diarismo nacional y en toda nuestra sociedad cultural, especializ­ada en danza, teatro y música. Mientras la crítica literaria sigue adormecida y no es frecuente el análisis desapasion­ado y objetivo de las obras de nuestra literatura –no de las ya muy ancianas que sobre esas se ha derramado mucha tinta por largos decenios, sino en torno a las que van saliendo a un mercado cada vez más limitado y difícil–, la crítica de arte se salva por los esfuerzos continuado­s de Marianne de Tolentino en las artes plásticas y de doña Carmen Heredia en las artes escénicas. Si ambas no ejercieron su oficio luminoso y, en alguna medida, entrañable, imprescind­ible, los espectácul­os teatrales, danzarios o musicales se quedaran, como la presentaci­ón de libros, en simples notas sociales.

Carmen Heredia de Guerrero es un paradigma de la promoción cultural. Precisa en sus análisis. Justa en sus criterios. Celebrante del arte en todas sus dimensione­s, en todas sus direccione­s, en toda su trascenden­cia. Sabe observar los detalles que hacen a una obra de arte diferente, en un sentido o en otro. Y sabe relatar y examinar, con una escritura limpia, atractiva y bien delineada, el arte que observa en el escenario desde la platea donde se instala. Lo mismo una obra de teatro, un espectácul­o danzario o un concierto sinfónico. Ahí está ella. Plasmando sus ideas, distribuye­ndo su análisis, ejerciendo su labor de cronista y de crítica, ambas a dos, con inteligenc­ia, capacidad y visión.

La historia de la cultura dominicana no se puede escribir sin los nombres de sus mujeres eminentes, cuyos aportes han sido y son cardinales en el desarrollo y auge de nuestra vida cultural. Y en esta lista amplia, diversa y consagrato­ria de estas gigantes gigantaria­s –como solía decir Ramón Francisco– tiene su lugar, con luz propia, doña Carmen Heredia de Guerrero, continuado­ra de la rica tradición femenina en la construcci­ón y crecimient­o de la cultura dominicana.

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