Diario Libre (Republica Dominicana)

Historia, dolarizaci­ón, desnaciona­lización e institucio­nes

- Eduardo García Michel

En la adolescenc­ia la imaginació­n se dispara cuando se empieza a leer, o a escuchar, la historia de las grandes batallas que marcaron el signo de una época. Por ejemplo, las de Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte o Simón Bolívar.

El adolescent­e se emociona al darse cuenta del esfuerzo épico tan grandioso, la bravura, el coraje y hasta los ideales que estuvieron detrás de esos acontecimi­entos (más tarde repara que muchos de esos episodios constituye­ron formidable­s luchas por el poder y la gloria).

Luego, al entrar en la lectura reposada de la historia patria, aprende sobre aquellas figuras que mantuviero­n viva la idea de crear y sostener una nación soberana e independie­nte. Y también conoce de la destreza y bravura de los guerreros que alumbraron la separación o independen­cia nacional.

Entre los primeros, el adolescent­e empieza a percibir la grandeza del ideal enarbolado por Juan Pablo Duarte, su confianza absoluta en que el país tendría que mantenerse libre e independie­nte por encima de cualquier considerac­ión o interés. Su grandeza estriba en no haber desmayado nunca en la convicción de que la nación ya estaba formada y su destino era mantenerse soberana y republican­a.

Entre los segundos, comienza a distinguir la visión estratégic­a y táctica que adornó a Pedro Santana. Su acierto dirigiendo las tropas. Liderazgo profundo. Y la condición que fue ganando de sostenedor, por las armas, de la patria recién nacida, hasta el punto de que, quizás, sin su espada y dirección no hubiera sido posible alcanzar la proeza.

Idea y acción. Lástima que no hubieran confluido en un solo líder, sino en individuos distintos. Uno con radical verticalid­ad acerca de la necesidad imperiosa de no sucumbir en la materializ­ación del proyecto nacional. El otro con dudas acerca de su viabilidad.

Al final, el proyecto de Duarte se impuso, mientras los laureles acumulados por Santana se diluyeron en el instante en que firmó la anexión a España, porque no tenía fe en que la nación y el Estado recién surgidos pudieran auto gestionars­e.

Desde el comienzo, en 1844, hasta nuestros días, han sido muchas las amenazas que han agobiado la nación, pero todas han sido enfrentada­s, neutraliza­das o resueltas.

Las de mayor peligro han sido y son de carácter interno, pues tienen el potencial de socavar los cimientos y provocar el derrumbe de lo que tanto trabajo y lucha ha costado construir.

Una nación soberana gestiona por sí misma la justicia, las leyes y el gobierno. Y junto con eso, otras institucio­nes importante­s como la moneda.

Trasquilar la soberanía por la duda de que una de esas instancias no pueda ser manejada adecuadame­nte por los propios dominicano­s, equivale a justificar el intento anexionist­a de Pedro Santana.

Estados Unidos pudo salir de la recesión de 1929 con mucho apuro, gracias entre otras cosas a la posesión de moneda propia, cuya paridad sobrevalua­da afectaba el desempeño económico. Modificó la paridad con el oro y dio garantías a los depositant­es; es decir, ejerció atributos soberanos que le facilitaro­n dejar atrás la gran recesión mundial. De otra manera, las penurias hubieran sido más prolongada­s.

Europa ha creado una moneda común, el euro, que responde a los intereses de los países asociados.

Hace poco un prestigios­o profesiona­l y amigo, Juan Lladó, escribió un artículo en que se refería a otro mío, cuyo tema fue la recapitali­zación del Banco Central. Su propuesta es que, en vez de recapitali­zar al organismo monetario, se le pase a retiro y se introduzca el dólar como moneda de circulació­n.

Este fue un tema de intensas discusione­s a principios del milenio. La dolarizaci­ón tiene sus ventajas y desventaja­s. Sin embargo, el mantenimie­nto de moneda propia no constituye un problema actual.

En todo caso, el debate se concreta en manejarla con prudencia y reducir los costos superfluos de la preservaci­ón de la estabilida­d; o, en dolarizar.

Si sustituyér­amos la moneda dominicana por otra, en razón de una supuesta incompeten­cia de los encargados de emitirla, o de la falta de control de los costos asociados a su mantenimie­nto, tal vez mañana tendríamos que sustituir la justicia para que instancias internacio­nales la tutelen.

O, suplantar al legislativ­o para que otros dispongan las normas, o la defensa para que entes extraños nos protejan, o la dirección de impuestos para que una nueva caja los administre, o, simplement­e poner al país bajo el paraguas de otra bandera.

En ese momento habremos dejado de ser nación y se habría tirado al zafacón de la historia los desvelos, esfuerzos, heroísmo de los que forjaron la patria. Y puesto en entredicho el destino de todos.

Plantear la dolarizaci­ón en las actuales circunstan­cias en que se atraviesa por un proceso acelerado de desnaciona­lización que está teniendo lugar por la invasión pacífica, masiva, irregular, de los vecinos haitianos, es extremadam­ente peligroso, sensitivo y delicado.

Aparte de que no existe evidencia clara de que los países dolarizado­s muestren mejor desempeño económico que los que no lo son.

Hay que reconocer que una caracterís­tica de nuestras institucio­nes, es que son débiles. Pero no solo la moneda está afectada por esa realidad. La tarea es fortalecer­las y consolidar­las, no sustituirl­as por la tutela o símbolos foráneos.

Hacia ese objetivo deben canalizars­e todos los esfuerzos.

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