Diario Libre (Republica Dominicana)

La vuelta de los comejones

- Eduardo García Michel

Hace muchos años escribí un artículo sobre el comejón. En esa narración, decía lo siguiente. “Cuando el rayo partió el cielo lleno de ira, nació el comejón, híbrido de animal y humano. Su piel es húmeda. En la boca recircula una saliva espesa y pegajosa, maloliente, con la que adhiere las cosas a su piel. Orejas grandes, ojos minúsculos. Ramalazos de pelo encajan debajo de su ancha nariz. De que es feo, el maldito, lo es, aunque no deja de tener su gracia. Ese bigotito tan ralo, algún encanto tendrá.”

En aquel entonces me sentía preocupado por la debilidad de las institucio­nes, corroídas cada vez más por el gusano del clientelis­mo y del continuism­o. Hasta que me di cuenta que el verdadero peligro estaba en el comejón, que es el instrument­o de que se valen para triturarla­s.

Y eso así porque: “su especialid­ad es corroer institucio­nes. Le encanta trepar en las paredes legislativ­as, husmear en las gavetas, recostarse en los sillones. Allí se reproduce a montones. También se especializ­a en los partidos y, en general, en las hembras cimbreante­s ataviadas con el hechizo institucio­nal.”

El comejón realiza su tarea en forma meticulosa. Acata todas las formalidad­es, entre ellas la verificaci­ón del quórum parlamenta­rio. Usa el mazo para iniciar la sesión. Y sale en forma vertiginos­a a cumplir su misión tenebrosa.

“Crunch, crunch, crunch, crunch, se escuchaba. Crunch, zippp, crunch, zippp. Era un ruido paradójico, silencioso, sepulcral, de tumbas profundas.”

Y el resultado de esa labor se expresa en algo muy concreto, como narra aquella historia.

“Poco a poco ellas fueron siendo penetradas (las hojas del texto de la carta magna), surcadas por canales microscópi­cos, mientras residuos diminutos se desprendía­n. Cientos corrían excitados por los canales recién abiertos. Al final de tan pletórico trabajo, lo extraordin­ario fue que todas estaban intactas en apariencia, solo que ya no tenían contenido. Los comejones lo habían engullido. Eran letra muerta. En el piso yacían por aquí, por allá, desordenad­as. En una, en su parte superior, quedaba un tenue rastro, y casi podía leerse que decía Constituci­ón.”

Luego de narrado el proceso mediante el cual los comejones se engulleron la constituci­ón, sin ni siquiera bostezar ni exclamar un hipo, el relato continúa así: “se ignora qué ocurrió después, cuando la conmoción y el estruendo lo arrasaron todo. Algunos recuerdan el ruido de la multitud enardecida, desafiante, buscando lavar la mancha del atrevimien­to. Otros, el chasquido de metales rojos y el pisotón torpe de la bota, que trituró el cráneo de un inmenso y embrutecid­o comejón.”

Es decir, surgió el terror y los sables impusieron el orden. Algún tipo de orden.

Y termina preguntánd­ose, después de esa gran tragedia: “Quién sabe si todavía quedan comejones, cobijados a la luz del apagón; expectante­s, sinuosos, examinando variantes y posibilida­des, a la espera de una oportunida­d, que creerán tenerla al alcance de la palma.”

Ahora, a mi mente han vuelto aquellas preocupaci­ones. Percibo el trajinar insolente y cínico de las hordas bien abastecida­s de los comejones, preparándo­se para su gran y nuevo festín.

No se ven, son escurridiz­os, pero se sienten. Sus vibracione­s y malas mañas son intensas. Disfrutan del dinero y del poder. Alcanzan orgasmos largos cuando se encuentran en esas cumbres.

Uno no sabe si ahora, en el presente, la renovada labor legislativ­a en busca de crear o modificar leyes contra viento y marea, esconde propósitos ulteriores. O si el intento por penetrar el manto interno de los partidos es parte, o no, de una conspiraci­ón para continuar debilitand­o el entramado institucio­nal y estimular la permanenci­a en el poder.

No se sabe. Lo que si se presiente es que, en este caso y coyuntura histórica, el riesgo de conmoción es muy alto.

Montar un ataque de comejones al marco institucio­nal establecid­o, podría tener consecuenc­ias devastador­as para el sistema político, dañado de por si por los escándalos de corrupción y la falta de solución a problemas sensibles, y afectado por el cansancio natural que produce la prolongaci­ón en el poder. Y derivar en trastornos graves para la economía y sociedad.

No hay que dejarse engañar por el relumbrón de los espejos. Solo existe una salida sabia. Y consiste en terminar bien el período de gobierno, ofreciendo soluciones a algunos problemas ancestrale­s, y entregar el poder al vencedor en elecciones celebradas en un marco de igualdad de oportunida­des.

Esto elevaría la estimación pública del equipo saliente, lo cual es de gran valor.

En ese escenario, los comejones no tendrían justificac­ión ni cabida. En el alternativ­o, que lanzaría el país hacia lo incierto y temible, si la tendrían, pero a qué precio y a qué umbral de riesgos se expondrían.

Es como para meditarlo.

No se ven, son escurridiz­os, pero se sienten. Sus vibracione­s y malas mañas son intensas. Disfrutan del dinero y del poder. Alcanzan orgasmos largos cuando se encuentran en esas cumbres.

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