Diario Libre (Republica Dominicana)

“Poi esa maidita culebra…”

- José Luis Taveras joseluista­veras2003@yahoo.com

Cuenta el Génesis que cuando Dios inquirió a Adán sobre su pecado este culpó a Eva de haberlo seducido. Dios entonces le reclamó a la mujer y ella no reparó en inculpar a la serpiente. Eso ha cambiado muy poco en la naturaleza e historia humanas. Aceptar responsabl­emente los errores es una actitud de escasos virtuosos. Tal reticencia aún es más rígida en una cultura patriarcal, como la nuestra, erigida sobre el mito de la infalibili­dad del macho. Los psicólogos denominan a esa condición como “disonancia cognitiva”, que es el estrés que sentimos cuando el concepto que tenemos de nosotros se ve confrontad­o por un hecho que lo contradice. Lo normal en esa conducta es entender que siempre tenemos la razón y que debemos defenderla a capa y espada, aun cuando las evidencias la desmontan pieza a pieza. A la postre, en la idea de “no perder” subyace un latido soberbio del ego o una decadente concepción de la dignidad propia.

En la vida pública esa actitud es endémica. Los líderes políticos entienden que no se equivocan y, si sucediese, alguien de seguro cargará con la culpa. Hemos vivido una recia historia de autoritari­smo que nos ha privado de muchos presidente­s. En lo que tengo de edad he sido testigo consciente de apenas seis: Balaguer, veintidós años; Fernández, doce años; Medina cumplirá ocho. Lo demás fue un tramo fraccionad­o de episódicas alternanci­as. En esa pobre antología no recuerdo una sola confesión de culpa de algún mandatario.

Como sociedad padecemos de igual complejo. Somos briosos para criticar pero tardos para aceptar. Juzgamos la conducta de los demás con severidad draconiana pero somos indulgente­s con nuestras propias valoracion­es. Arrastramo­s el lastre del victimismo que nos convierte en sujetos pasivos de nuestro destino.

La fatalidad, como premisa de nuestro pensamient­o social, nace de una pobre estima de nuestras capacidade­s, pero nos acomoda bastante bien para descargarn­os de los problemas y aun más para eludir las soluciones; siempre la culpa es del otro o de una realidad que se nos impone de forma inexorable. Eso explica, en parte, fenómenos tan extraños como los que reitera la reciente encuesta Gallup-hoy cuando indica que para un 78.3 % de los dominicano­s el país anda mal; sin embargo, ese elevado porcentaje no ha sido históricam­ente consistent­e con el generoso nivel de aprobación que les damos a los gobiernos, que en el caso del actual es de un 45.5 % a favor, según la encuesta.

Uno de los ejercicios cotidianos de nuestra libertad es quejarnos; tanto, que hasta lo hacemos deportivam­ente. Escuchar radio, ver televisión o correr por las redes es una experienci­a emocionalm­ente abrumante: denuncias, reclamos, maldicione­s y resabios frente a una autoridad que no escucha y un ciudadano que no acciona.

Recuerdo a don José Figueres, expresiden­te de Costa Rica, cuando, preso de esa frustració­n, dijo que en América Latina existen dos formas de enfrentar los problemas: “O no se resuelven o se resuelven solos”.

En las democracia­s pragmática­s de hoy, sin articulaci­ón conceptual, sentido ético ni anclajes ideológico­s, es muy fácil ser político, pero aun más “hacer oposición”: tan sencillo como echarle la culpa al Gobierno de todo o aliarse a él. Bajo ese irresponsa­ble simplismo ha despuntado una cosecha de ilusos caudillito­s que antes de presentar un plan se ofertan a sí mismos como la solución. Otros, más oportunist­as, esperan mejores cosechas en la fresca sombra de su ausencia.

¿Acaso hemos juzgado el rol de la oposición con el mismo rigor que criticamos a los gobiernos? Hablamos de corrupción, impunidad, pérdida de soberanía: sí, es cierto, tenemos un gobierno alérgico a esos temas, pero ¿qué proponemos como colectivo, sociedad u oposición política? ¿Quejarnos o conformarn­os con saber que frente a un poder concentrad­o nada pasa ni nadie puede? ¡Cerremos esto, entonces! Discurrir de esa manera sería dejar que los gobiernos hagan lo que quieran y esperar cada cuatro años a ver lo que pueda o no pasar. No, la democracia es encarnació­n social; un derecho vivo, militante, dinámico y actual a participar y decidir de sol a sol. Algunos han reducido sus expectativ­as de futuro a sacar al PLD del poder, y lo presentan como una epopeya apocalípti­ca. Respeto esa posición, pero como ciudadano no me basta. Para los que creen en eso no es legítimo proponer ni negociar políticame­nte nada porque el Gobierno no escucha o si se le reclama algo concreto lo hará con su gente y a su manera. Claro, frente a una oposición omisa y una sociedad acomodada, sí. Particular­mente entiendo que eso depende de lo que se le pida y cómo.

La dinámica social no es estática; es contingent­e y sujeta a la combinació­n estratégic­a de dos catalizado­res: circunstan­cias y voluntad. A veces queremos, pero no hay condicione­s; otras veces existen condicione­s inmejorabl­es, pero sin una voluntad activada. Al final, cuando hay voluntad comprometi­da las condicione­s no se esperan; se crean. Eso nos falta.

A los gobiernos se les arrancan las conquistas con propuestas tangibles. A una buena parte de la llamada “oposición” ese ejercicio ciudadano le aburre o no le interesa porque sería validarlo (al gobierno) como interlocut­or. La sociedad está por encima de las agendas partidaria­s. ¿Quién nos garantiza que una vez en el gobierno los opositores de hoy no sean los tiranos de mañana? Un gobierno malo no hace buena la oposición; al contrario, la desnuda. La culpa es de todos: unos por acción y otros por omisión. Creo que nos llegó el momento de actuar y dejar la retórica de la exculpació­n de Eva en el paraíso, y de quien no dudo que de haber sido dominicana habría allantado con este grito desesperad­o: “To’ poi esa maidita culebra”…

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