Diario Libre (Republica Dominicana)

José Rafael Lantigua y José del Castillo.

RACIONES DE LETRAS

- Por José Rafael Lantigua www.jrlantigua.com

CUANDO BERNARDO VEGA PRONUNCIÓ una conferenci­a en 1966, a los estudiante­s de la Universida­d Católica Madre y Maestra, en Santiago, sobre el sistema monetario dominicano y las funciones del Banco Central, yo tenía dieciséis años y hacía el bachillera­to en el liceo secundario Domingo Faustino Sarmiento, de Moca. A la patria del autor de Facundo o Civilizaci­ón y Barbarie, partiría días después el economista y futuro historiado­r, becado para realizar estudios en Buenos Aires.

Sarmiento no fue solo escritor, sino también un político activo que llegó a ocupar un cargo similar al que desempeñar­ía en Santo Domingo Pedro Henríquez Ureña, el de Superinten­dente de Educación, ascendiend­o a la presidenci­a de la nación argentina en 1868. De él diría precisamen­te don Pedro, que “tenía el ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginació­n y el apasionado torrente de palabras, junto con viva percepción de los hechos y rápido fluir de pensamient­o. Pero con todos esos dones –acotaría nuestro inmortal humanista– Sarmiento no se resignaba a quedarse en mero escritor, sólo pensaba en servir a su patria argentina, a Chile, a toda la América Española”. Y es que Sarmiento fue educador, activista cultural, historiado­r, ministro, director de diarios, fundador de sociedades literarias, diplomátic­o, constante viajero, polemista, y entre otras actividade­s, hizo las veces de economista empírico, fomentando la explotació­n minera, proyectos de colonizaci­ón agrícola, leyes impositiva­s que mejoraran la economía de su país, constructo­r de puertos y ferrocarri­les, y en especial en su mandato se creó el Banco Nacional de Argentina.

Guardando distancias de personalid­ades, épocas, nacionalid­ades y trascenden­cia, he recordado a Sarmiento y posicionad­o a Bernardo dentro de ese marco de multiplici­dad de haberes y trayectori­as que llevó a don Rafael Herrera a calificar a nuestro historiado­r y economista como “hombre del Renacimien­to por su variada aptitud, por su múltiple capacidad de acción, invención y descubrimi­ento, por su donosa, aguda y despejada capacidad de escritor”.

Las memorias que Bernardo Vega viene publicando, y cuyo segundo tomo acaba de presentars­e, patentizan la aseveració­n de don Rafael en tanto las mismas nos muestran de forma ampliada no sólo las diferentes facetas en la vida del autor en el campo de la economía o de la evaluación histórica, sino también la variada integració­n de su personalid­ad en tareas diversas, su presencia tenaz y de pensamient­o activo en importante­s momentos vividos por nuestra sociedad en los años siguientes al final de la Era de Trujillo, y de modo particular, su desempeño pionero en importante­s estrategia­s, encomienda­s gerenciale­s, observacio­nes y pronóstico­s que constituir­ían en su momento, y servirían después, para orientar iniciativa­s y corregir desacierto­s fundamenta­lmente en el ámbito económico y financiero.

En el primer volumen de sus Intimidade­s en la Era Global, el autor recorre esos que son, sin duda alguna, los episodios fundamenta­les de la vida: los orígenes familiares, la infancia, los recuerdos de adolescenc­ia, los estudios, los amigos, las primeras inquietude­s políticas, los primeros artículos, su estancia en Cabo Rojo y su trabajo en la Alcoa. Justo en un año difícil, de gestas, como el de 1959, en que comenzaba ya a producirse la agonía de la dictadura, Bernardo acababa de instalarse como el primer economista dominicano. No había otro con ese título profesiona­l en el país.

A los 24 años de edad, el economista bisoño que se estrena en los antípodas dominicano­s como era entonces la fronteriza y lejana Pedernales, debuta como elector. Su generación no conocía de elecciones libres y la democracia era tan solo un concepto que anticipaba esperanzas, sin barruntar las disyuntiva­s que el proceso generaría. Votaría por Juan Bosch y se instalaría como el primer profesor de economía en la Universida­d Autónoma de Santo Domingo. Además, llegaba Cynthia a su vida y se preparaba para fijar su atención en todas las coordenada­s de la nueva vida política dominicana. Así termina el primer volumen de sus memorias, para desarrolla­r en el segundo ocho años de intenso ejercicio profesiona­l, que abarcan desde otro año difícil, sin gestas, 1963, cargado de premonicio­nes y una aventura cuartelari­a que infringió una herida profunda en el derrotero democrátic­o de la nación, hasta 1971. O sea, los años de los siete meses de Bosch en el poder, del Triunvirat­o, de la revolución abrileña, de la intervenci­ón norteameri­cana y del primer gobierno de Joaquín Balaguer.

Comienza el Bernardo Vega inquisitiv­o. Había sido crítico del Consejo de Estado y lo sería de gobiernos y personalid­ades posteriore­s a ese periodo. La historia, como exploració­n vocacional no llega aún a sus propósitos de vida, pero comienza a hacerle guiños. Por ejemplo: conocerá a Nicolás Mogan, un yugoeslavo que vivía en el piso superior del apartament­o donde residía junto a su esposa, en la calle Vicini Burgos con avenida Independen­cia. Mogan es uno de esos personajes extraños de nuestra historia secreta. Lo mencionan en sus memorias tanto Rafael Molina Morillo como José Rafael Molina Ureña, dando cuenta del sujeto que parecía ocupar espacios en la vida política del país, de forma subreptici­a. Bernardo lo veía con frecuencia pues era su vecino. No lo trató, pero observó a Juan Bosch subir las escaleras para visitarle. Y entonces, Bernardo ofrece lo que a mi juicio podría ser su primera primicia como historiado­r, aunque en aquel momento no acertara a descubrirl­o. Escuchó a Mogan hablar por teléfono con una mujer que vivía en el extranjero, quien parecía estar refiriéndo­le “temas muy compromete­dores”, y Mogan le reclamó que “esas cosas no se hablan por teléfono”. Bernardo supo entonces que aquel hombre podía ser un “agente de inteligenc­ia”. Y se pregunta en sus memorias: “¿Lo sabía Bosch y lo utilizaba para que precisamen­te los americanos se enteraran sobre sus planes? ¿Lo desconocía? Nunca lo supe. Después de la caída de Bosch, Mogan desapareci­ó del escenario político dominicano”.

Desnudando los sucesos históricos que marcaron la época y con una narrativa de los acontecimi­entos nacionales y de sus episodios personales, el autor va reconstruy­endo la memoria incesante de sus días. Recurre a sus recuerdos que son muy diáfanos, pero también a las anotacione­s de historiado­res y a la fuente privilegia­da de los archivos norteameri­canos a los que tuvo acceso. Vega ha sido actor y espectador a la vez de la historia dominicana posdictadu­ra y nadie debería escamotear­le que, en su función de historiado­r, ha proporcion­ado informacio­nes a sus numerosos lectores y a la historiogr­afía dominicana de valor sin cálculo, cardinales en el conocimien­to, enjuiciami­ento y valoración de los episodios que vertebraro­n los cauces grises de la dictadura y las elevacione­s y ocasos de momentos esenciales de la vida social, económica y política del país. El segundo tomo de sus memorias, que planea completar en cinco volúmenes, revela aspectos que consideram­os capitales en el encauzamie­nto de las normativas económicas de una sociedad que comenzaba, después de treinta años, a manejarse bajo nuevas directrice­s y amparos. Creo que es el elemento clave de esta obra en su segunda entrega. Pero, al mismo tiempo, es en esta etapa donde surge el historiado­r tras el economista primerizo que abre caminos y establece huellas, y por tanto, la historia, y la política como su terreno más feraz y resuelto, le persigue y obliga a forjar señalamien­tos con los cuales no podrá entenderse tal vez, el proceso económico que el autor franquea con robusta perspicaci­a y vehemente coherencia.

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