El Principito

El Principito cumple 75 años y eso debería ser motivo para releerlo este fin de semana y excusa (aunque no haga falta) para ir a la Feria del Libro.

Antoine de Saint-exupéry creó en pocas páginas un universo lleno de imágenes: sencillas realidades para los lectores más jóvenes y simbolismos y metáforas para los adultos. Cuenta con la sencillez de un relato para niños todo lo que cualquier adulto debería saber para moverse por el universo con más posibilidades de ser feliz. Es una historia triste y conmovedora que hace sonreír. Es un ensayo sobre la soledad y la posibilidad de vencerla.

Nunca se olvida la primera lectura de El Principito. Es un libro iniciático. El joven que pasa sus páginas por primera vez se siente admitido en un club exclusivo. El selecto grupo de los que entienden de qué va la vida. Leerlo es compartir un secreto, un vínculo, con todos los que lo leyeron antes. Emociona, divierte, asombra, revela.

Pocos libros logran ese efecto. Pudo ser la lectura obligada en clase de francés, la golosina que puso la profesora de literatura para descubrir la magia de la lectura a distraídos adolescentes. Es el libro que se ve leer al hermano mayor y se le roba, es el que presta el amigo nuevo. El que no se devuelve nunca.

Es la novela corta que lleva a ver otras novelas ilustradas con curiosidad y respeto. Es la explicación de cómo se puede perfectamente confundir un sombrero con un elefante y la lección de que un baobab es un peligro aquí y en Marte...

La vida del escritor es tan apasionante como esta pequeña y mágica obra que se relee con placer y que extrañamente... casi nunca termina de la misma manera.