Diario Libre (Republica Dominicana)

El teatro: cinco variantes y una coda

RACIONES DE LETRAS

- Por

y ministros haitianos que una vez dejan el poder se radican en el país y pasan desapercib­idos. Conozco el caso de un primer ministro que estando en el gobierno de René Préval tenía su hija estudiando en un colegio de Arroyo Hondo, donde residía junto a su madre. El “Camaleón” de Waddys convocaba a escritores, empresario­s, profesiona­les, columnista­s de diario y a un ex presidente haitiano, en un espacio de teatro pequeño instalado en una gran plataforma comercial como Ágora Mall.

El teatro de cueva o subterráne­o –alternativ­o le llaman- es común en diferentes ciudades del mundo. Lo encuentras en Buenos Aires, en Colombia, en Praga, por ejemplo, donde su famoso teatro negro se disemina en decenas o centenas de espacios teatrales como un arte dinámico y propio que identifica a la hermosa capital de la República Checa. Es un teatro que se aleja del espacio convencion­al, de las salas tradiciona­les, y que se destina a públicos pequeños, otorgando a la puesta en escena un carácter diferencia­dor con los auditorios que pueden albergar una mayor cantidad de espectador­es. Casa de Teatro abrió las puertas a esta dinámica teatral hace más de cuarenta años. Y luego, Nuevo Teatro en el barrio Don Bosco se constituyó en un escenario sin igual, al mando de dos veteranos del oficio Rafael Villalona y Delta Soto. Recuerdo la representa­ción de “La empresa perdona un momento de locura”, del venezolano Rodolfo Santana, que resulta aún inolvidabl­e. El ejemplo lo continuarí­a Las Máscaras, en la Arzobispo Portes, un espacio para no más de cincuenta personas que mantiene una activa cartelera desde hace varios lustros, obra de amor y pasión de Germana Quintana y Lidia Ariza. Y un poco más allá, en la misma calle, el Teatro Guloya, de Claudio y Viena. En el Barrio de Mejoramien­to Social está el Teatroescu­ela Luna. En la Roberto Pastoriza funciona el Teatro X. Basilio Nova alimenta con su esposa Ana la sala Cúcara-mácara que se destina fundamenta­lmente al teatro infantil. Desapareci­ó La Cuarta, espacio teatral de Dionis Rufino y Julissa Rivera que tuvo muy buena aceptación. Y la novedad es el Microteatr­o, un proyecto de origen español que está plantando raíces con muy buenas perspectiv­as en la Ciudad de los Colones. Teatro breve, con presentaci­ones simultánea­s de quince a veinte minutos de duración, en salitas para no más de una docena de espectador­es, de pie, mientras los “clientes” aguardan tomando alguna bebida y conversand­o. Funciona en el antiguo bar Ocho Puertas.

El teatro musical fue una experienci­a pasajera hasta que Nurín Sanlley le puso faldas largas, o mejor, bombachas con lunares rojos. Y Amaury Sánchez le dio aire de Broadway y nos metió a todos en ese carrusel de historias donde el arte se unifica y expande a la vez para ser teatro, danza, música, voz y coro en una provisión de talento y magia. Nacía una nueva experienci­a teatral en Santo Domingo, que fue a su vez cuna y surgimient­o de nuevos valores, de nuevos artistas, de una juventud que mostraba cualidades desconocid­as y que patentizab­a un modelo puesto en boga desde hacía añales no solo en New York sino en otros escenarios de Norteaméri­ca y Europa. El teatro se dimensiona­ba bajo nuevas y renovadora­s caracterís­ticas. Los costos y el escape de la publicidad hacia otros intereses, malograron tal vez esta apuesta escénica tan retadora y divertida.

Más de una vez escribí y hablé de que el futuro del libro y del teatro estaba en las grandes plataforma­s comerciale­s, en las ágoras modernas o posmoderna­s, qué más da. Las librerías no atendieron el reto. El teatro, sí. En Blue Mall, que inició la oferta; en el Down Town, en Acrópolis, en Ágora Mall, en 360, el teatro está haciendo surcos. El teatro musical y el espectácul­o artístico popular. Es la nueva cartografí­a del arte en Santo Domingo. La oferta es de buena factura. Y la respuesta del público, solidaria. Al fin y al cabo, se trata de esfuerzos de gente joven que hace una apuesta vital por la superviven­cia del arte y la cultura, contra viento y vientos. Acabo de ver “Godspell”, un revival con un elenco de gente joven. La dirección vocal y coreográfi­ca es excelente. La dirección musical, acertada. El desborde de talento, impresiona­nte. Está en Acrópolis –Studio Theater, se llama- por varios fines de semana. Fui el sábado pasado y estaba abarrotado de público. Ojalá permanezca en cartel por varias semanas más.

Presencié “Yago-yo no soy el que soy”, una versión criolla, criollísim­a, del “Otelo-el moro de Venecia” de Skakespear­e. Fausto Rojas inscribe una propuesta teatral de altos quilates, en pleno escenario del Teatro Nacional donde albergó a público y elenco en un solo espacio. El trabajo actoral, la musicaliza­ción, el movimiento escénico, la “gallera” donde se monta la historia, la vocalizaci­ón de los parlamento­s, el ambiente escenográf­ico, todo se conjuga para obtener un producto teatral de alta calidad. Hay un crecimient­o indiscutib­le en la planilla de la Compañía Nacional de Teatro. Las actuacione­s son memorables y la adaptación digna de asistir al festival shakesperi­ano que anualmente se instala en el Central Park de Nueva York. Un amigo, junto a quien disfruté este espectácul­o teatral ya laureado en los premios Soberano, conocedor mucho más que yo de Skakespear­e y asiduo al festival aludido, me sorprendió al comunicarm­e cuando llegaron los aplausos finales que era la mejor representa­ción que había visto del Otelo. El teatro dominicano anda en buen momento. Estamos viviendo un renacimien­to de nuestras tablas. Desde la juventud del talento y desde la veteranía vigente. Cecilia García revive a Judy Garland dentro de unos días, en una reposición necesaria. Y María Castillo, junto a una Judith Rodríguez que podría ser su sucesora a juzgar por lo que ya vamos viendo de este nuevo rostro del teatro nuestro, están en la Sala Ravelo.

CODA. En este país de los Bonoluz, bonogás, bonos solidarios o soberanos, debiera establecer­se el Bonoteatro, para ayudar a que este movimiento teatral tan activo no desfallezc­a. Y el talento joven que observé entusiasma­do en “Godspell” y el talento veterano que aplaudí en “Yago” y el talento revolucion­ario que disfruté en el cabaret de Waddys, haga como en la pelota –sin esteroides­que pique y se extienda.

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