Diario Libre (Republica Dominicana)

Los claroscuro­s de un personaje de muchas historias

A DECIR COSAS

- Por

no provienen de las clases sociales explotador­as ni de los círculos contrarrev­olucionari­os de entonces. Sus aberracion­es, frustracio­nes y resentimie­nto social, egoísmo e incapacida­d para entender la miseria espiritual y material que sembraba a su alrededor, marcaron su familia. Desconside­ró a su esposa Jenny con el embarazo de la cuasi esclava, Helen Demuth (familiarme­nte Lenchen), quien llegó al servicio nunca pagado de los Marx cortesía de la señora von Westphalen, suegra del revolucion­ario.

Judío, y sin embargo antisemita, endilgaba a su raza los mismos epítetos y prejuicios que luego adoptaría la jauría nazi. Los veía como usureros, rendidos al dios Dinero. En esos odios y despropósi­tos de ese otro Carlos Marx debió influir, sin duda, que nunca gozó de una posición económica estable. Responsabl­e solo él, porque en Londres, donde vivió 34 de sus 65 años de existencia, solo trabajó como correspons­al de un periódico norteameri­cano durante algunos años. Pero, sobre todo, porque era un bebedor incorregib­le, siempre gastaba más de lo que recibía y se fue de este mundo flotando sobre deudas. No eran tiempos de tarjetas de crédito, y los prestamist­as y las casas de empeño tuvieron en Marx un cliente constante, mala paga, eso sí. Con decir que lo echaron de la casa donde vivía, en Chelsea, en el oeste de Londres, por impago de la renta.

A la luz de las convencion­es de hoy, el Moro, como le llamaban las hijas quizás por el Otello de Shakespear­e, pasaría como misógino. En cualquier época, empero, su estatura como padre sería medida por un hecho cierto, vergonzoso por demás: de sus siete hijos con Jenny von Westphalen, cuatro murieron en la niñez, por enfermedad­es previsible­s en parte provocadas por los torpes hábitos alimentici­os y de higiene prevalecie­ntes en el hogar de los Marx, en el Soho londinense. Su preferenci­a era

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