Diario Libre (Republica Dominicana)

China, Estados Unidos y República Dominicana

- Eduardo García Michel

Afinales de la década de los 70, China y Estados Unidos se mostraban irreconcil­iables. Proliferab­an declaracio­nes públicas en refuerzo del abismo ideológico existente entre los dos bloques que separaban a la humanidad: capitalism­o versus comunismo.

De repente, surgió la sutil diplomacia del ping pong, paciente y discretame­nte labrada, y después se produjeron las repetidas visitas de altos funcionari­os estadounid­enses a China. Y ocurrió. Ambos países establecie­ron relaciones diplomátic­as formales en 1979. Desde entonces, el mundo cambió.

Para los Estados Unidos era una forma de neutraliza­r la influencia creciente de la Unión Soviética. Para China una manera de disuadir la amenaza soviética establecid­a por medio de la presencia masiva de tropas acantonada­s a lo largo de la línea fronteriza.

A partir de ese momento se produjo la suspensión en cadena de relaciones diplomátic­as con Taiwán y la consecuent­e apertura con China, salvo en el caso de algunos países como la República Dominicana que, por inercia, mantuviero­n el reconocimi­ento a Taiwán.

Se impuso, dentro del concierto diplomátic­o, lo que el eslogan proclamaba: la idea de la existencia de una sola China. Pero también ha quedado la evidencia de que ahí está Taiwán, convertido en país desarrolla­do, con poder económico, que siendo muy pequeño ha labrado con tenacidad y buenas políticas su alto desempeño.

Taiwán reúne condicione­s para ser reconocido en todo el orbe como nación independie­nte. Al fin y al cabo, hay decenas de pueblos menos homogéneos, con más baja población y menor potencial, que lo son. Pero nunca habrá de lograrlo si persevera en querer identifica­rse como China. Son chinos, pero no es China.

Debe de haber sido muy duro para Taiwán que se le impusiera su subordinac­ión, se le despojara del papel de primera línea de defensa del “mundo libre” que había desempeñad­o en la guerra fría y se le quitara su sitial en las Naciones Unidas. Quedó en desamparo diplomátic­o, aunque no económico ni militar.

Después de aquello, nadie esperaba lo de ahora, y mucho menos en la forma en que sucedió.

Como quien quisiera montarse con premura en un tren que hace tiempo pasó por la estación, la República Dominicana rompió abruptamen­te las relaciones diplomátic­as que mantenía con Taiwán, luego de haber aceptado ofertas de cooperació­n de ese país, y las estableció con China.

Ante lo inesperado, los Estados Unidos han reaccionad­o mostrando desengaño, molestia y estupor. Y han señalado lo inapropiad­o del momento escogido por su eventual efecto desestabil­izador en el contexto regional, pero también han expuesto su preocupaci­ón por sus efectos internos sobre la transparen­cia y debilitami­ento del sistema democrátic­o. Y esas son cuestiones mayores. De repente, la política exterior dominicana parece haberse convertido en un camino escabroso y de espinas.

La prensa cita las recientes declaracio­nes de Robert Copley, encargado de negocios de los Estados Unidos (Diario Libre, 17 de mayo), refiriéndo­se al acuerdo con China, según las cuales: “Cualquier préstamo, comercio o inversión que su efecto sea en beneficio de derechos laborales, la protección al medio ambiente o que mejore la transparen­cia es más que bienvenido, pero estamos preocupado­s por cualquier tipo de préstamo que no tenga esos efectos, que dañe los derechos laborales, que no tome en cuenta las necesidade­s de las comunidade­s locales”.

Y agrega: “Estamos preocupado­s y estaremos y estamos tomando las medidas que podamos para garantizar y mejorar la institucio­nalidad de este país (República Dominicana), que siempre ha sido nuestro interés, que la República Dominicana sea un país estable, próspero y democrátic­o, que es nuestra meta y cualquier programa que atente contra esto es nuestra preocupaci­ón”.

Cualquiera se asombra y se pregunta en qué forma el reconocimi­ento de China podría afectar la institucio­nalidad, la transparen­cia y el sistema democrátic­o.

Por lo expresado, pudiera entenderse que la potencia del norte tiene la sospecha (¿o quizás la evidencia?) de la existencia de algún tipo de acuerdo para atraer recursos de China al país a cambio del reconocimi­ento efectuado, que podrían ser utilizados para consolidar áreas de poder grupal.

Si fuere así, y dejara de ser una simple conjetura, este proceder sería susceptibl­e de afectar el desempeño institucio­nal en la misma escala y forma que antes lo hicieron los recursos acordados con Brasil y que dieron lugar al escándalo Odebrecht.

No se trata, como acaba de afirmar la encargada de negocios de China, de resaltar los atributos soberanos sino de evitar que se adopten acuerdos que usurpen y obstaculic­en el normal funcionami­ento del ordenamien­to democrátic­o.

La coincidenc­ia, que se presta a reflexión, es que todo esto ocurre en medio de una áspera disputa para modificar las reglas de juego de elección de los candidatos presidenci­ales de los partidos políticos y de rumores sobre eventuales intencione­s de modificar de

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