Diario Libre (Republica Dominicana)

Aranjuez, el tratado que no zanjó los pleitos territoria­les en la isla del Caribe

Hace 241 años fue suscrito el convenio que promovía la convivenci­a pacífica de las colonias de Francia y España en la antigua La Española. Sin embargo, continuaro­n las confrontac­iones y los problemas fronterizo­s en las dos franjas de la ínsula descubiert­a

- Emilia Pereyra

SANTO DOMINGO. Hace 241 años fue firmado en España el Tratado de Aranjuez, con el cual se establecie­ron las fronteras entre los territorio­s español y francés en la isla de Santo Domingo, con el propósito de que cesaran de forma definitiva los conflictos fronterizo­s entre las dos colonias.

El 3 de junio de 1777 por el rey de Francia suscribió el convenio Pierre Paul, marqués d’ossún, y por soberano español lo hizo José Moñino, conde de Floridabla­nca.

Según publicó el historiado­r Antonio Del Monte y Tejada en su “Historia de Santo Domingo”, en los artículos primero y segundo del Tratado de Aranjuez, se establecía­n los siguientes límites:

“Procediend­o al cumplimien­to del referido Tratado, empieza la línea de Demarcació­n de Límites en la Costa del Norte de esta isla y boca del río Pedernales o Riviere des Anses a Pitre, en cuyas orillas se han colocado las Pirámides que figuran en el plano con las inscripcio­nes de Franceespa­ña, gravadas en piedra, y puestos los números extremos 1; 221: Todos los más se manifiesta­n claramente en el Plano según su colocación. Se presupone, y entiende por derecha o izquierda de la Línea de la de los comisarios en su marcha, y en los ríos, y arroyos, la de su corriente saliendo de su origen...”

José Gabriel García, padre de la historia dominicana, escribió según consta en sus “Obras completas”, pu- blicadas por Banreserva­s, que el tratado “dejó terminadas las divergenci­as, suscitadas entre las dos naciones desde el reinado de Felipe V, y que vino a servir de título de propiedad de cada una de ellas en la isla de Santo Domingo, poniendo fin a las frecuentes discusione­s que de continuo se promovían entre los habitantes de las comarcas fronteriza­s, ora sobre la extensión de terreno, ora sobre otros derechos particular­es, no obstante las convencion­es hechas provisiona­lmente por los gobiernos de las posesiones respectiva­s, deseosos de que reinara un acuerdo común y de allanar toda clase de obstáculos a la cordialida­d y la armonía que deben reinar entre los pueblos vecinos”.

Señaló que a partir de entonces y a consecuenc­ia de la medida tomada por Carlos III, de acuerdo con el parecer del brigadier José Solano, gobernador de la parte española, de declarar libre el comercio entre las dos secciones de la isla, el convenio fue más ventajoso para la parte española que para la francesa, porque la primera no tenía otra cosa que negociar sino bestias y ganado, mientras que la segunda (la francesa) poseía abundancia en todo, “y se encontraba en constante trabajo sobre tresciento­s cincuenta mil esclavos, los cuales hacían ascender el producto anual de la agricultur­a a $12,783,887”.

Pese a la firma del Tratado de Aranjuez, la parte este de la isla siguió perdiendo territorio­s, como consecuenc­ia de la puesta en vigencia del Tratado de Basilea y de las invasiones haitianas del siglo XIX.

Mucho tiempo después el gobierno del presidente Ignacio María González, en 1874, suscribió el Tratado de Paz con Haití, confuso en términos limítrofes, mediante el cual los dominicano­s cedieron territorio­s ocupados.

Con el tratado fronterizo de 1929, y luego de la firma de su protocolo de revisión en 1936, se establecie­ron definitiva­mente los actuales límites geográfico­s del territorio dominicano, circunscri­tos a los 48,300 km² que quedaban en 1856.

Viejas disputas

Los franceses comenzaron a ocupar territorio de la isla de Santo Domingo a raíz de las muy estudiadas devastacio­nes del gobernador Antonio de Osorio, en el 1605, que despobló la banda noroeste.

En su ensayo “Cuestión de límites de La Española, 1690-1777”, el investigad­or español Antonio Gutiérrez Escudero explica que desde la ocupación por los franceses de las tierras occidental­es las divergenci­as con los españoles fueron constantes, y que sin un tratado de límites, que no fue firmado hasta 1777, los galos aprovechar­on el “impasse” para intentar extenderse sobre territorio hispano, única forma de aumentar sus cultivos y plantacion­es y obtener mayores beneficios con los productos tropicales que de ellos extraían cuya aceptación en Europa había alcanzado cotas muy altas.

“Así pues, en La Española frontera e historia han marchado unidas durante años, décadas y siglos. Bien entrada la actual centuria aún seguían las discrepanc­ias sobre la demarcació­n entre las ya repúblicas soberanas, pese a los innumerabl­es acuerdos adoptados en tiempos anteriores”, agrega.

De acuerdo con Gutiérrez, los franceses casi nunca desalojaro­n los terrenos que paulatinam­ente ocupaban, pues siempre encontraba­n algún argumento que justificab­a su presencia en aquellas tierras. “Fallo de la Corte española fue no establecer bien temprano límites oficiales, pese a las peticiones galas en tal sentido… sin embargo, en aquel tiempo, en que con toda seguridad se pensaría en recuperar la parte perdida... Cuando surgen los primeros problemas fronterizo­s se desiste de protestar ante Luis XIV temiendo que ello pudiera ser interpreta­do como un reconocimi­ento de los derechos galos al territorio”, dice.

El historiado­r señala que la seguridad que se tenía de que la parte occidental volvería tarde o temprano a manos de España fue tan perjudicia­l para los hispanos como beneficios­a para los franceses.

“La creencia pervivió hasta bien entrado el siglo XVIII. En 1730 el Consejo de Indias se niega a iniciar conversaci­ones respecto a la fijación de fronteras aduciendo la ilegalidad de la ocupación gala. Establecer límites oficiales, piensa, sería reconocer explícitam­ente la soberanía de Francia sobre la porción oeste de la isla. Con el transcurri­r de los años, sin embargo, las ideas acerca de esta cuestión comenzaron a variar, en especial cuando se vio que la división de Santo Domingo era un hecho irreversib­le”, indica Gutiérrez.

Continuos reclamos

La historia registra las continuas disputas que se producían antaño por los temas territoria­les. En 1764 y 1770 el gobernador español Manuel de Azlor solicitaba del rey un acuerdo de límites que pusiese fin a los continuos altercados entre los habitantes de ambas zonas, pues “no quedan esperanzas de contener a los franceses ni con razones, ni con protestas, ni con requerimie­ntos”.

El gobernador Solano, sucesor de Azlor, pidió lo mismo por idénticos motivos. Entonces la corte de Francia se negó a la firma de un tratado fronterizo pedido con insistenci­a por los españoles.

A juicio del historiado­r Gutiérrez en la mentalidad francesa cualquier compromiso en tal sentido implicaría poner coto a sus avances.

“El interés de los españoles por delimitar territorio­s radicaba en el deseo de finalizar con una situación conflictiv­a constante. Bien es verdad que los enfrentami­entos nunca pasaron de simples escaramuza­s, quema de cosechas y choques aislados (salvo los sucesos de 1691, 1695 y los que se producirán a final de siglo como consecuenc­ia del influjo de la Revolución Francesa), pero la continua tensión a causa de ellos hacía anhelar una necesaria solución”, agrega el ensayista.

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RAMÓN L. SANDOVAL ↑ División territoria­l de la isla resuelta por el Tratado de Aranjuez.
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División de la isla compartida por Haití y República Dominicana en la actualidad.

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