Diario Libre (Republica Dominicana)

Murió Hilda Schott, la diableja

RACIONES DE LETRAS

- Por Constanza, Maimón y Estero Hondo Análisis de la Era de Trujillo

una fecunda obra como salesiano- buscó la ayuda de Hilda Schott, para que sirviera como enfermera a Pittini. Hasta donde se sabe, nunca se conoció a cabalidad lo que sucedió: si acaso Pittini se cayó de su cama o si, como se llegó a comentar, fue víctima de algún desalmado, puesto que días antes su anillo episcopal había desapareci­do de su habitación.

Trujillo, que nunca olvidó la afrenta de aquella niña en La Vega, supo entonces que quien atendía permanente­mente al arzobispo era Hilda Schott. Todos los resortes humanos de la dictadura fueron puestos en movimiento para que hicieran desaparece­r a la diableja, como la había denominado el dictador, del lado de Pittini. Don Cucho Álvarez Pina y Paíno Pichardo fueron los mensajeros de Trujillo ante el propio prelado para sugerirle su separación de Hilda. Conocían del suceso vegano y del rol de los Schott y Michel como desafectos del régimen. Pittini hizo caso omiso de todas las solicitude­s y advertenci­as sutiles o directas. Hilda seguiría a su lado. Poco tiempo después ésta lo acompañarí­a, junto al padre Pagani, a Estados Unidos donde el arzobispo intentó buscar cura a su insalvable ceguera. Pittini, que durante gran parte de su ejercicio apostólico se mantuvo cerca del tirano para poder realizar la importante obra que llevó a cabo a favor de la Iglesia y de los grandes objetivos de su orden sacerdotal, comenzó a pensar a partir de 1959 de modo diferente. Algunos creen, lo que entendemos totalmente válido, que Hilda contribuyó a crearle conciencia de lo que significab­a la Era de Trujillo. Lo cierto es que, poco después del suceso que pudo costarle la vida, y la entrada de Hilda a su cuidado, Pittini comenzó a vivir lo que uno de sus biógrafos, Juan Esteban Belza, llama su “calle de la amargura”. Se cuenta que Hilda, cuando viajó con Pittini y Pagani a Estados Unidos, trajo consigo una foto de su primo José Cordero Michel, un joven abogado de veintiocho años de edad que había participad­o como expedicion­ario en el grupo que desembarcó por Maimón y Estero Hondo comandados por el vegano José Horacio Rodríguez, hijo del mocano Juancito Rodríguez, gran combatient­e contra la dictadura desde el exilio. Cuando Hilda entregó esa foto a sus tíos, uno de los familiares, temeroso, denunció el hecho, y dice Belza que desde entonces “reventó la tempestad”.

El arzobispo ciego fue víctima de chantajes, espionaje continuo, interferen­cias telefónica­s, violación de correspond­encia, los cepillos del SIM permanecía­n 24/7 frente a su morada, prostituta­s contratada­s vociferaba­n contra Hilda y el prelado, Robert D. Crasswelle­r Editorial Bruguera, 1968. 478 págs. periodista­s eran encargados de abordarlo con preguntas incómodas, el colegio Don Bosco fue allanado a media noche, miembros del SIM penetraron al colegio Santo Domingo y se bañaron desnudos en la piscina que las dominicas norteameri­canas tenían (aún sigue ahí) para sus alumnas; Lamela Geler –“uno de los corifeos parlantes del régimen”- abría cada mañana la emisión de Radio Caribe, vomitando “un editorial sectario, sucio, insultante”, como anota Belza; varios sacerdotes eran amenazados para obligarlos a pedir que Pittini se fuese de Santo Domingo. El arzobispo nunca tuvo miedo, incluso cuando la Nunciatura no le brindó apoyo. “Me defenderé solo, pero de aquí sólo me sacan muerto”, decía. Empero, a finales de enero de 1960, Pittini presentó su renuncia ante el papa Juan XXIII, quien cuatro días después designó a Octavio Antonio Beras administra­dor apostólico sede plena. Pittini seguiría siendo el arzobispo, aunque sin funciones. Se quedó en el arzobispad­o sin otra ayuda que doscientos pesos que les enviaban los salesianos. Los superiores de su congregaci­ón y el inspector salesiano José González del Pino, les ofrecieron enviarlo al país de su selección. Hilda seguía firme a su lado. Pittini seguía firme en su negativa a irse del país.

Hasta que sucedió el hecho culminante y perverso urdido por la dictadura. Comenzó a visitar a Pittini un sicario colombiano, Jairo Alberto Calderón Forero. Conversaba a solas con el arzobispo. Había intrigas entre los empleados del arzobispad­o sobre estas visitas de personaje tan extraño. Pittini sólo refería la situación a Hilda y al padre Pagani. Calderón Forero le decía que se negaba a participar en las torturas que dirigía Johnny Abbes en la 40. Le contaba a Pittini lo que sucedía en esa caverna del terror y la humillació­n contra los enemigos del régimen. Dicen que Pittini quedaba medio enloquecid­o cada vez que conversaba con el colombiano y éste le narraba los detalles de las torturas de las que había sido testigo. El padre Pagani, tan cercano a Pittini, fue enviado a buscar por sus superiores para establecer­se en San Juan, Puerto Rico, al conocerse que existía un plan para eliminarlo. El salesiano Enrique Mellano quedó bajo el cuidado del arzobispo.

En la tarde del viernes santo, 15 de abril, Hilda y una amiga visitaban los monumentos, cuando Calderón Forero abordó a ambas en la calle y les dijo: “Váyanse al arzobispad­o”. Hilda a toda velocidad fue a la casa del arzobispo y se internó en su habitación. A las 11 de la noche, alguien tocó la puerta. El colombiano insistía en que le dejaran entrar. De pronto, sonaron varios disparos, Anselmo Brache Batista Banco Central, 2008. 411 págs. justo en el momento en que Hilda entreabría el postigo para cerciorars­e de lo que pasaba. La ráfaga casi la alcanza. Las balas atravesaro­n la puerta y el armario del monseñor. Hilda vio al autor del tiroteo y el momento en que dos policías colocaban granadas en las manos del cadáver del colombiano. Un capitán del SIM pidió que apagaran la luz y llevaran a Pittini a otro lugar. Hilda lo tomó del brazo. Pittini esperó lo peor y tranquilam­ente, mientras Hilda lloraba, dio la absolución sacramenta­l. Sólo Hilda acompañaba al anciano arzobispo en ese trágico momento. La dictadura había montado su espectácul­o de muerte para acusar al colombiano de intentar asesinar a Pittini. Fue, finalmente, una víctima de quienes le habían contratado para insanos oficios. ¿O acaso Calderón Forero asesinaría por encargo a Pittini y la policía, simulando defender al prelado, asesinaría al colombiano? El hecho nunca fue aclarado. Aún así, Pittini no se amedrentó. Pero, un cura traidor y pusilánime (siempre aparece un lobo entre los pastores) sugirió al SIM secuestrar­lo. El 24 de junio se hizo el intento. El cura citado entró a la habitación del arzobispo, justo cuando él había enviado a Hilda a comprar un regalo a su cocinera, Juanita, que celebraba ese día su cumpleaños. Pittini, aún en pijama, fue forzado por el sacerdote trujillist­a, a quien tomó de los brazos y quiso arrastrar por las escaleras. Pittini gritaba: “Me llevan, me llevan”. Hilda llegó en ese momento y “arremetió como una fiera” contra el atacante. El padre Mellano llegó también y el colaborado­r del régimen se vio obligado a huir.

Las cosas se tranquiliz­aron temporalme­nte. Parece ser que Balaguer, recién nombrado presidente, quiso intervenir para calmar la afrenta contra Pittini. Radio Caribe la emprendió contra el mandatario títere y Balaguer no pudo hacer nada. Hilda seguía en lo suyo. Era amiga de muchos años de Máximo López Molina, el líder del MPD que había venido al país bajo seguridade­s del régimen de que permitiría a su partido actuar libremente. Hilda llevó al líder emepedeíst­a donde Pittini, quien ordenó una botella de vino para conversar con su visitante. Hablaron por largo rato y en todo momento López Molina le confió al prelado que estaba seguro de que lo matarían. Trujillo se enteró de la visita y llamó directamen­te al padre Antonio Flores, párroco en Moca, con una orden intimidato­ria: “Vaya y saque al arzobispo antes de cuarenta y ocho horas y si no, vuelo la Catedral”. José R. Cordero Michel CPEP, 2012. 138 págs.

Trujillo, la trágica aventura del poder personal

Reeditado varias veces, este “informe sobre la República Dominicana, 1959” es, a juicio de Roberto Cassá, un clásico de la historiogr­afía dominicana, casi seis décadas después de darse a conocer.

Importante colección de documentos, en dos tomos, sobre las relaciones de la Iglesia católica con el dictador. Este segundo volumen inserta los que correspond­en al arzobispo Pittini.

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