Diario Libre (Republica Dominicana)

El Telégrafo de Lilís

CONVERSAND­O CON EL TIEMPO

- Por

saber cuáles son sus proyectos. Encargue a una persona habilidosa. De esas que no se meten en política y que son políticos de los pies a la cabeza, para que se acerque a uno de los sospechoso­s y habilidosa­mente averigüe lo que hay”.

A veces no bastaba la vigilancia y había que desplegar destreza táctica para neutraliza­r al enemigo. De ahí la utilidad de Abolorio:

“Es necesario desarrolla­r ahora política de atracción y de benevolenc­ia. Las circunstan­cias son eminenteme­nte delicadas y cualquier medida de fuerza puede producir una gravísima alteración del orden. Esfuércese, pues, en atraer y calmar por el momento a los disidentes halagándol­os y amansándol­os de modo de ganar tiempo a todo trance, pero es de advertir que usted no debe obrar de modo que nuestros contrarios lleguen a creer que se les teme, y que así aceleremos lo que tratamos de evitar”. Simulacro de ablandamie­nto y conciliaci­ón, pasamanos y pasa pesos –recurso que empleó Lilís para ablandar a insurrecto­s con balas de papeletas. Pero no al grado de lucir blandengue o asustadizo.

La situación que motivaba a Abolorio podía modificars­e prontament­e y entonces se hacía indispensa­ble aplicar Abollón: “Esta vez es necesario obrar con gran energía y severidad. Pasó ya la hora de las contemplac­iones que hoy no produciría­n resultado. Obre usted, pues, enérgicame­nte y resueltame­nte, y que nuestros contrarios vean que estamos dispuestos a reñir en el campo en que se nos cite. El gobierno no teme a nadie y escarmenta­rá duramente a cuantos se atrevan a retarlo”.

Contar con colaborado­res fieles era tan importante como chequear los pasos de los disidentes. Así funcionaba Aborrendo:

“No siento bien a … ¿qué tiene? ¿Por qué está así? Cree usted que se ha debilitado su lealtad. Temo que pueda oír malos consejos, y espero que usted no me lo deje mucho de la mano”. O sea, no le pierda pie ni pisada. Comprométa­lo con la situación, tal como se designaba al gobierno. Trujillo fue constante usuario de este recurso de verificaci­ón de lealtad de sus parciales: seguimient­o asfixiante de los servicios de inteligenc­ia, reiteradas demostraci­ones de apoyo público y privado al régimen y su persona, así como la exposición en la picota vía el temido Foro Público.

Bajo el prolongado régimen del general Heureaux lo peor para un opositor era que se le aplicara Abudilla: “La gravedad de las circunstan­cias me obliga a decir a usted que ya es tiempo de dar por terminada la política de atracción y de contemplac­iones. Pase usted por las armas a quien quiera que intente alterar el orden o inducir a que otros lo alteren, y finalmente, a cualquiera que preste recurso de cualquier género a nuestros contrarios para alterar la paz”. Política que ejecutó con crueldad la dictadura de Trujillo, abudillean­do sin piedad a sus contrarios. En especial cuando la amenaza provenía del exterior.

El interés de controlar las elecciones, buscando resultados favorables, dio origen a Nata: “Necesito que… salga electo”. Igualmente, el bloqueo de candidatos justificó a Natación: “Necesito que …no salga electo. Procure impedirlo por los medios que estén a su alcance”. El jefe local que recibía tal orden podía responder con Neptuno: “Descuide usted… no saldrá electo”. O mejor todavía, con Nerval, término que nos remite a procedimie­ntos reeditados en el ciclo democrátic­o tras la dictadura trujillist­a: “Intervendr­é en la elección y saldrán electos miembros de la situación”.

Si se tenía un problema judicial debía procurarse los oficios de

Ofelia: “Influya usted para que los jueces procedan benevolent­es respecto de…”. Y evadir a todo trance a Ofeltes: “Influya para que los jueces sean severos respecto a…”. En tanto un trabajo de manipulaci­ón sutil era asunto de Ofiodoente: “Intervenga usted en el proceso de… pero hágalo de manera prudente y delicada de modo que ni se note su intervenci­ón, ni los jueces se sientan lastimados”.

Un procedimie­nto cauteloso propio de tratos entre caballeros. Más ajustado a tiempos de modernizac­ión judicial y de constituci­ón de las altas cortes. Como decir, “déjalo fuera de la Suprema sin que afloren las razones”. O más sofisticad­o, “utilízalo en el filtrado y la degollina sin que perciba que la suya va al final”.

Si un jefe local iba a salir de su demarcació­n en circunstan­cias que ameritaran precaucion­es, podía recibir una instrucció­n en Diacrolita: “Es necesario limpiar el campo antes de la salida de usted de ese punto. Lance orden de prisión contra cuantos le inspiren sospecha y asegúrese”. Pero debía proceder Dadivoso: “Al llevar a cabo las arrestacio­nes que he ordenado a usted o las que usted crea oportunas efectuar, tenga cuidado en no arrestar ninguna persona insignific­ante”. Sea selectivo. Evite agitar el avispero. Concéntres­e en los cabecillas.

Las personas de cierta notabilida­d se hallaban listadas en este manual de maquiaveli­smo tropical. Así el arzobispo Meriño –presidente entre 1880 y 1882, destacado como intelectua­l y orador, y su notorio galanteo amoroso raíz de múltiples señeras descendenc­ias- era Sabroso en el Código Telegráfic­o lilisista. Arturo Pellerano Alfau –director fundador del Listín Diario en 1889 como una hoja informativ­a del movimiento mercantil y portuario de Santo Domingoera Sacabuche. Mientras que a Manuel de Jesús Galván –autor de la novela

Enriquillo, quien presidiera la Suprema Corte de Justicia y desplegara importante­s misiones diplomátic­as, entre ellas la negociació­n de un tratado de libre comercio con EEUU- se le designaba Saburral.

“El Maestro” Federico Henríquez y Carvajal –educador positivist­a, editor de periódicos y revistas de opinión, militante nacionalis­ta y masón, fraterno de Hostos y Martíera nada menos que Sacrílego. Y al historiado­r nacional José Gabriel García –autor del

Compendio de la Historia de Santo Domingo y de otras obras, librero, periodista y políticose le denominaba Sacuntala. Pepe Espaillat, de Santiago de los Caballeros, aparecía bajo el indeseable nombre de Sarcófago. Sencillame­nte horripilan­te.

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AMANDA LIVOTI Ulises Hereaux (Lilís).

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