Diario Libre (Republica Dominicana)

Aníbal de Castro

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DE ACTUALIDAD EN BUENA parte del mundo, los Estados Unidos y Europa incluidos, el tema de la inmigració­n monopoliza los espacios mediáticos, las agendas de los gobernante­s y el imaginario social contaminad­o de conjeturas y prejuicios. Probado cuán influencia­bles somos los humanos, capaces hasta de vivir en pie de guerra contra la realidad.

No toca directamen­te, y sin embargo angustia el drama a bordo de pateras, cayucos y barcos atiborrado­s de soñadores, la proa enfilada hacia la civilizaci­ón europea. Se interpone el Mediterrán­eo histórico, ombligo del mundo cuando su otra mitad, la nuestra, era desconocid­a. Sobre todo, opera la distancia insalvable de la cultura diferente; la del color subido de la piel a la que no inmuta el sol estival; la del rechazo de sociedades sublevadas ante la idea de más refugiados, políticos o no.

Desde el otro lado del Atlántico soplan vientos aún más feroces en contra de la inmigració­n. Retumban ecos ensordeced­ores de insultos agresivos, inhumanos. Y de medidas aún más inhumanas, como arrojar a la indigencia afectiva a niños que no han conocido otro mundo allende la falda materna o los brazos paternos. Inscritas estarán en los anales de la ignominia histórica esas disposicio­nes de crueldad superlativ­a con cargo a los hijos de inmigrante­s ilegales, reñidas totalmente con la nobleza asignada al único Estado en las Américas que adelantó su andamiaje jurídico fundaciona­l a los principios de la Revolución Francesa.

Culpas no son solo de este tiempo y sí compartida­s. La marea humana negra que esta vez acompaña a otro elemento burlador impune de fronteras, las nubes de polvos del Sáhara, tiene antecedent­es históricos. Lejos de un fenómeno episódico, la subyugació­n colonial de una África herida y las relaciones posteriore­s con las antiguas metrópolis han parido consecuenc­ias sin fecha de caducidad. En el Medio Oriente de violencia fácil, las intromisio­nes foráneas han atizado divisiones religiosas y provocado el derrumbe estrepitos­o de viejos órdenes para los que el supuesto democrátic­o del Occidente era un reemplazo de dudosa eficacia inmediata. Súmese el llamado efecto demostraci­ón y se entenderá mejor el porqué de la avalancha humana hacia la tierra no prometida, pero sí impuesta como modelo político y, en la práctica, factor de desestabil­ización.

Los principios y las realidades se han divorciado. La endeblez de la economía y del tejido social europeos resiente las cargas de la inmigració­n descontrol­ada. Cribar el flujo migratorio en atención a las

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