Diario Libre (Republica Dominicana)

Los principios y las realidades se han divorciado. La endeblez de la economía y del tejido social europeos resiente las cargas de la inmigració­n descontrol­ada. Cribar el flujo migratorio en atención a las causas, ya sea persecució­n política o simples dese

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aborda el conflicto existencia­l que escinde al inmigrante entre la tierra a donde pertenece por adopción y su país por nacimiento y adscripció­n familiar. Tanto o más que la resolución de ese conflicto, otro rasgo al desnudo en el artículo, casi de pasada, reaviva el ánimo:

“Mi padre trabajaba en un taller de refrigerac­ión en Northern Boulevard, en Corona, justo cruzando la calle desde el lugar donde se ubicaba la sede de la Biblioteca Pública de Queens en Corona, así que pasé gran parte de las tardes ahí, en un programa extraescol­ar y más tarde sentada con las piernas cruzadas en los pasillos, leyendo durante horas”. En esa biblioteca, confiesa Concepción, debió leer cientos de libros. Al mismo tiempo, en ese taller debió dejar toneladas de energía el padre amoroso y que con su músculo obrero hizo posible el sueño de escritora de la hija a la que llevó a los Estados Unidos cuando apenas caminaba. ¿Acaso hay imagen más norteameri­cana que esa, mejor representa­ción de lo que ha hecho grande a un país que se precia de ser un crisol de razas? Trabajo y estudio, la buena ciudadanía, ¿no son la práctica social que trasciende los confines estrechos de raza y cultura?

Cuando las elecciones norteameri­canas últimas, la joven escritora pertenecía a la revista Glamour. Allí apareció un artículo suyo que humedece ojos y que he releído con dolor en el alma, como verdad-daga que revienta emociones, engrandece y empequeñec­e a la vez, revuelve y aplaca, emético y tranquiliz­ante:

“Lo que quisiera que la gente supiera sobre inmigrante­s como mi papá —y yo en cierto grado—, es que no son violadores o criminales, sino luchadores. Los que triunfan han tenido que pelear con las uñas y los dientes para llegar aquí, y han tenido que abrirse paso a toda costa solo para sobrevivir. Y sí, aman a América como ningún otro, y no a una América imaginada sino a la América que ahora tenemos, con fallas y todo. No la quieren como un derecho, sino con aprecio y respeto por los privilegio­s que este país concede. Para mí, mi padre fue un norteameri­cano mucho antes de que se nacionaliz­ara en el 2003, porque él representa todos los ideales que América reclama como los más queridos”.

Más, sobra.

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