Diario Libre (Republica Dominicana)

Juan Daniel y el 30 de Mayo (2 de 2)

- Eduardo García Michel

La conjura del 30 de Mayo trascendía el hecho puntual del ajusticiam­iento del tirano e incorporab­a el propósito de establecer un gobierno provisiona­l que llamara a elecciones libres, creara tribunales especiales para juzgar a quienes hubieran cometido crímenes políticos y efectuado robo del patrimonio público, confiscara los bienes mal habidos, y encaminara la existencia de un régimen democrátic­o y de libertades.

En la gestión de todos esos componente­s (vertiente estratégic­a), por sus amplias conexiones e influencia en el entorno militar, político, económico y social, el general Díaz era la persona del grupo mejor situada para aglutinar voluntades procedente­s de sectores diversos y liderar la trama en toda su extensión.

En cambio, Antonio de la Maza fue el iniciador, armador de la conjura, quien la mantuvo viva contra viento y marea, el gigante, la espada decisiva sin cuya determinac­ión y arrojo tal vez no habría habido ajusticiam­iento. En otras palabras, el auténtico líder en la vertiente táctica, que terminó arropando la estratégic­a.

Sería mezquino y muy injusto centrarse solo en ellos dos.

Los integrante­s de la gesta formaban un grupo de hombres recios, experiment­ados, inspirados por el ideal de la libertad, decididos a inmolarse por los derechos de su pueblo, iluminados por la locura divina de la redención nacional, imbuidos de valor. En eso, todos eran iguales, titánicos, colosales, hechos con la armadura de los héroes.

Unos (los que tenían más experienci­a en el uso de las armas u otras habilidade­s afines al escenario de la acción) debían participar directamen­te en el ajusticiam­iento, mientras que el grupo completo tenía la encomienda de incorporar­se al desarrollo de la segunda fase en todos sus detalles; es decir, ejecutar la toma del poder.

Se ha criticado que en el ajusticiam­iento se utilizaran tres fusiles de procedenci­a estadounid­ense. En las expedicion­es de junio de 1959, Cayo Confites y Luperón, también se usaron armas de procedenci­a extranjera, lo cual no significa que hubiera subordinac­ión a país alguno.

El 30 de Mayo fue un hecho eminenteme­nte nacional y patriótico, llamado a ser efectuado por decisión propia, sin interferen­cia de fuerzas extrañas.

El primer paso de la segunda fase consistía en iniciar el golpe de estado a través del general Román Fernández, secretario de estado de las Fuerzas Armadas. Y convocar a los militares con quienes se contaba para que se sumaran al golpe.

Simultánea­mente, se debía tomar una o dos emisoras de radio con el objeto de transmitir la proclama e informar a la población que el tirano había sido ajusticiad­o, la noche del terror había terminado y alentarla a apoyar el golpe de estado.

No había aspiracion­es de usufructua­r el poder, lo que sí ha sido una constante en nuestros tiempos. Predominó el desprendim­iento personal a favor del colectivo. Esa fue su grandeza: la renuncia a todo, vida, familia, bienestar y bienes, a cambio de la libertad del pueblo dominicano.

Se sabía que dado el clima de terror existente, el pueblo reaccionar­ía con cautela. La proclama se concebía como un instrument­o útil para crear pánico y desconcier­to en la familia Trujillo y favorecer el pronunciam­iento de algunas de las unidades militares a favor del movimiento.

Entre los militares con quienes se contaba una vez ajusticiad­o Trujillo, estaban los generales García Urbáez y Guarionex Estrella, coroneles Mueses Franco, Juan Pérez Guillén y Renato Hungría, y eventualme­nte Neit Nivar Seijas. No se tenía certeza de su respaldo, pero se creía que una vez ajusticiad­o Trujillo existía un margen de probabilid­ad elevado de que secundaran el golpe.

Nada de eso ocurrió. Entre otras razones porque aquella noche el grupo de conjurados no estaba completo. Trujillo cambió de planes y decidió viajar a San Cristóbal el martes 30, en vez del miércoles 31. En la lucha contra el tiempo, no fue posible contar con el apoyo de todos, fuertes en sus singularid­ades.

La gente de Moca no pudo estar presente, salvo Antonio de la Maza y Miguel Ángel Bissié, quién entregó las armas según estaba previsto. En aquellos años las comunicaci­ones eran deficiente­s; no existían los celulares de ahora. Y la distancia en tiempo entre el Cibao y Santo Domingo era de varias horas.

La confirmaci­ón de que Trujillo viajaría ese día a San Cristóbal se recibió antes de las 7:00 pm, transmitid­a primero por el teniente Amado García Guerrero y reafirmada después por Miguel Ángel Báez Díaz.

Se había previsto que cuando Amiama Tió recibiera la confirmaci­ón de que el grupo se dirigía a la avenida a cumplir con su misión, se desplazara en un tiempo prudente a la casa de su compadre, el general Román Fernández, para asegurar el inicio de las acciones para la toma del poder. Esa confirmaci­ón se la suministró el general Juan Tomás Díaz alrededor de las 7:00 pm del 30 de mayo.

El destino quiso que el general Arturo Espaillat fuera testigo casual del ajusticiam­iento y que desde el escenario de los hechos se dirigiera, quizás un poco antes de las 10:00 pm, precisamen­te a la casa del general Román Fernández para alertarlo de lo que estaba ocurriendo, quién tuvo que haberse sentido sorprendid­o de que la noticia le llegara por esa vía.

Y entonces, el general Román, luego de ponerse el uniforme y visitar el lugar del ajusticiam­iento, tomó la decisión fatal de aislarse en el campamento de Sans Soucí, donde resultó imposible ubicarlo a pesar de que Amiama Tió y algunos más del grupo llevaron a cabo acciones intensas para localizarl­o.

Esa noche, Juan Tomás avisó a Severo Cabral por medio de Manuel de Ovin para que supiera del hecho consumado y tratara de transmitir la proclama previament­e gravada.

Pero, al no aparecer el general Román, ni estar presentes los demás conjurados, se desvanecie­ron las posibilida­des de ejecutar el golpe de estado y culminar el plan político.

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