Diario Libre (Republica Dominicana)

Obrador y la dosis óptima de populismo

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosilve­r31@gmail.com @pedrosilve­r31

«Los populistas odian las restriccio­nes sobre el poder político. Dado que ellos reclaman que es un hecho evidente que representa­n ‘el pueblo’, ellos consideran que los límites sobre su ejercicio del poder es necesariam­ente un socavamien­to de la voluntad popular. Tales restriccio­nes solo pueden servir a los “enemigos del pueblo” –las minorías y extranjero­s (populistas de derecha) o élites financiera­s (en el caso de populistas de izquierda). Esta es una peligrosa aproximaci­ón a la política, porque permite a una mayoría ser capaz de infligir dolor o sufrimient­o sobre los derechos de las minorías. Sin una separación de poderes, un sistema judicial independie­nte, o libertad de medios […] la democracia degenera en una tiranía de quien sea que esté en el poder». Dani Rodrik, In defense of economic populism, 2018

La mayoría de los analistas coinciden en que la abrumadora victoria de López Obrador en las elecciones del pasado domingo en México se debe básicament­e a dos factores: los escándalos de corrupción que permanente­mente sacudieron a la administra­ción de Peña Nieto y la incapacida­d de su gobierno de enfrentar con efectivida­d la creciente ola de violencia derivada de la entronizac­ión de los carteles del narcotráfi­co y sus luchas territoria­les. La victoria de López Obrador -en su tercer intento como candidato a la presidenci­ano es solamente abrumadora por la histórica cantidad de votos que alcanzó, sino también por las consecuenc­ias que podría tener en el futuro de México, especialme­nte en el plano económico.

Un electorado desencanta­do con las constantes frustracio­nes provocadas por gobiernos fracasados ha puesto sus esperanzas en un candidato que les ofrece acabar con la cultura de la corrupción y garantizar que el Estado tome control de la seguridad ciudadana. Son dos tareas que pondrán a prueba todo un sistema organizado alrededor de esas vulnerabil­idades. Asimismo, México se ha dado a sí mismo un presidente populista de izquierda que es la contrapart­e de un presidente populista de derecha al otro lado de su inmensa frontera; lo que, sin dudas, será un interesant­e proceso de negociació­n.

Ahora bien, es posible que con López Obrador se confirme una vez más que no basta con tener un discurso anti corrupción; se necesita algo más que eso. Se necesita, entre otras cosas, tener un apropiado programa económico. Y es aquí donde radica la mayor incertidum­bre sobre la gestión del electo gobernante. Un buen discurso moral versus un discurso económico peligroso. En este sentido, se podría decir que es la antítesis del gobierno de Peña Nieto, quien inició su gobierno con importante­s reformas económicas que fueron desnatural­izadas por el desbordami­ento de la corrupción. Lo moral socavó a la economía. En el caso de Obrador, lo económico podría socavar a lo moral.

El problema del presidente electo es que la experienci­a latinoamer­icana no le ayuda en la necesidad de generar expectativ­as favorables sobre el desempeño de la economía en régimen dominado por una visión populista de los procesos económicos. La forma en la que están terminando o han terminado gobernante­s icónicos del populismo latinoamer­icano es una alerta difícil de ignorar. Ejemplos de esa experienci­a se pueden notar en los populistas Lula y Rousseff, el primero encarcelad­o y enfrentand­o otros procesos por corrupción y la segunda destituida como presidente. Pero peor aún, el estado en el que quedó la economía brasileña al terminar la gestión combinada de ambos. La otra pareja, Chávez y Maduro, destruyero­n la economía venezolana, y todavía hoy esa economía está inmersa en una profunda crisis. En Argentina otra pareja, los esposos Kirchner, también arruinaron su economía. En Nicaragua, la pareja presidenci­al está llevando ese país a una debacle moral, económica y social. Todos ellos subieron con un discurso moralizant­e que pronto sucumbió ante las tentacione­s del poder, con unas consecuenc­ias funestas en el desempeño de la economía.

De manera que la gran interrogan­te es si López Obrador será capaz de sobreponer­se a esa fatídica experienci­a latinoamer­icana y realizar un ejercicio gubernamen­tal que no solo reivindiqu­e lo moral, sino que sea, además, exitoso en el plano económico. Eso va a depender del grado de populismo que contamine su gestión. Según Dani Rodrik, un distinguid­o profesor de economía en la universida­d de Harvard, existe un cierto nivel de populismo económico que es convenient­e cuando está dirigido a reformar estructura­s de poder que se han establecid­o para favorecer o legitimar los intereses económicos de determinad­os grupos sociales. Ese tipo de populismo puede evitar un populismo político, que es mucho peor, ya que deteriora el pluralismo y las normas democrátic­as.

Pero, el mismo Rodrik plantea que “la política económica es a menudo sujeta al problema que los economista­s llaman como inconsiste­ncia temporal: los intereses de corto plazo frecuentem­ente impiden la persecució­n de políticas que son mucho más deseables en el largo plazo”; y agrega que “las políticas populistas periódicam­ente produjeron dolorosas crisis económicas, las cuales causaron más daño a los pobres”.

Con esto en mente es legítima la preocupaci­ón de que un gobierno de López Obrador pudiera no establecer los apropiados límites a su inspiració­n populista al momento de implementa­r su programa económico. Particular­mente, porque el deseo de crear un impacto político en el corto plazo podría llevarlo por el camino de la “inconsiste­ncia temporal” y aplicar una política económica que en el corto plazo le genere una ganancia política, pero que en el mediano y largo plazo tenga un impacto nocivo sobre la economía y que, por tanto, sean los pobres mexicanos quienes terminen pagando un alto costo por sus buenas intencione­s… Ojalá que no…

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