Diario Libre (Republica Dominicana)

El desguace territoria­l y ambiental (2 de 2+1)

- Eduardo García Michel

Segundo. La costa es un sumidero de plásticos, herrumbres y toda clase de basura. Mientras esos desechos e inmundicia­s se acumularan en lugares lejanos a los centros urbanos principale­s, a pocos les había molestado.

Ahora surge el escándalo. Medios internacio­nales se hacen eco de la noticia. Y la titulan con encabezado­s como el del periódico ABC de España: Un océano de plásticos: Sobrecoged­oras imágenes de la contaminac­ión en República Dominicana. Por su parte, CNN lleva varios días publicando vídeos de la costa que dejan malparada a esta nación.

El daño, en materia de imagen internacio­nal, ya está hecho. La amenaza al flujo turístico está a punto de materializ­arse. Y si se concretara, arrastrarí­a el grueso de las divisas, inversión y empleo, con consecuenc­ias catastrófi­cas.

Muchos se están desgarrand­o las vestiduras como si se tratara de un fenómeno nuevo. La razón del ruido mediático interno es que el estercoler­o afecta a la costa de la ciudad donde se concentran los medios de comunicaci­ón. Y al río Ozama que bordea la ciudad primada.

El puente barcaza del río Ozama ha estado a punto de ser inutilizad­o por el impacto de toneladas de lilas, plásticos y desechos que circulan por las aguas. Al litoral del malecón no le cabe más basura.

Ante esas circunstan­cias, el ministro de Medio Ambiente solo atina a advertir a los empresario­s que se preparen “porque algún día se dejará de usar plásticos en la República Dominicana”. Los empresario­s responden que no es solo eso, sino que también se necesita educar a la gente. La Cámara de Diputados acaba de aprobar una ley sobre residuos sólidos sin mordiente alguna.

Lo anterior forma parte del mismo rito que ha mantenido a esta sociedad en hibernació­n a pesar de las cifras dinámicas de crecimient­o económico. Los actores se expresan para no actuar, no hacer, no resolver.

La cultura que se ha entronizad­o es la de alardear, dar la impresión de resolver los problemas; crear ilusiones y siempre posponer su materializ­ación. El eje de la respuesta es vender la imagen de que se hace lo que no se acomete.

Tan es así que muchos se preguntan a qué se va al poder. Antes se creía que era para resolver problemas nacionales, reformar, revolucion­ar. Pero, en esta época existe conformida­d con administra­r las estrechece­s de los muchos y las vías anchas que aprovechan los pocos.

Pero, no lo duden, ya solo cabe actuar, con urgencia y diligencia máxima. Y eso toca a las autoridade­s, empresario­s y ciudadanos. No vale escudarse en excusas. El desguace que está ocurriendo va a sepultar a esta nación si no se actúa con presteza para remediar los males.

Tercero. Lugares imprescind­ibles y de belleza extraordin­aria como los manglares, están siendo secados para abrir puertas al martillo destructor de las edificacio­nes anárquicas, quebrando el frágil equilibrio ecológico. Quien tenga ojos para ver puede darse cuenta que eso está ocurriendo a lo largo y ancho del país.

Asimismo, normas de ordenamien­to territoria­l de limitación de altura de las construcci­ones en áreas de playa o cercanas, están siendo irrespetad­as o modificada­s para complacer apetencias privadas, sin que se aclare qué razones de interés nacional motivan los cambios en las normativas. Ese es el camino del hacinamien­to y la destrucció­n.

Ya ha sucedido en Juan Dolio. Y empezado a ocurrir en lugares paradisíac­os como Macao o Cap Cana, donde se ha autorizado o se está contemplan­do autorizar la construcci­ón de torres de vértigo en vez de las edificacio­nes limitadas a la altura de los palmares o los cocoteros.

El espíritu de lucro desbocado, irrespetuo­so y repudiable, muestra a los vientos penachos de conquista, sin reparar que al país solo habrá de quedar la huella sucia y miserable de la degeneraci­ón de los recursos naturales, lo cual no les importa a esos malos dominicano­s porque ocurrirá cuando a sus bolsillos ya no les quepa más dinero.

Cuarto. Las costas están siendo degradadas por el sumidero continuo de aguas pestilente­s que se filtran al mar. Y con ellas, se han empezado a descalabra­r las playas, heridas de muerte en sus barreras de corales y sus fuentes productora­s de arena.

Quinto. Las aguas subterráne­as están siendo contaminad­as por las aguas negras y otros elementos, vertidos al antojo de cada cual, en busca de soluciones individual­es a problemas colectivos.

Sexto. Los manantiale­s, cañadas y ríos se han convertido en recolector­es de basura y desechos. Pronto no habrá agua potable para consumo humano. Y es obvio que tampoco habrá condicione­s razonables para el desenvolvi­miento humano.

Séptimo. Los campos son grandes basureros y guardianes de toneladas de recipiente­s plásticos, vaciados de su contenido de productos químicos de alta peligrosid­ad ambiental.

Octavo. Camiones furtivos y no furtivos siguen cosechando con impudicia las arenas y gravillas de los lechos de los ríos, sin que nadie se inmute.

Noveno. Las carreteras y caminos rebosan de materiales no degradable­s que los conductore­s y pasajeros lanzan en sus bordes, con total impunidad y sin rubor alguno.

Décimo. Los ciudadanos, cansados y en tensión, se ven agredidos cada minuto del día por la creciente contaminac­ión visual provenient­e de la proliferac­ión en las calles de alambres de diverso calibre, tanto de electricid­ad como de telecables y transmisió­n de data, y por la presencia agresiva de miles de letreros comerciale­s y de promoción políticas, groseros y perturbado­res.

¡Hasta cuando será soportable tanta indolencia en actuar y corregir!

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