Diario Libre (Republica Dominicana)

José Del Castillo

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COMO DESTACARA MI PRIMO Oscar Haza en un sentido post, con la muerte de Bullumba Landestoy culmina, longeva, la vida fructífera del “último de los románticos” de su generación. A cuya obra he dedicado entusiasta múltiples ensayos. Uno de los cuales, del 2012, reseño para disfrute del lector, en mérito al talante maravillos­o de este santo laico que pobló con “caritas de ángel” musicales nuestro espacio.

El nombre exclusivo fue patentado por su padre, doctor Pedro Landestoy Garrido, quien de niño lo llamaba Bullumbita. Y así quedó, como piel fonética que lo designa y acompaña por el mundo. Desde hace 88 años. Bullumba pa’cá, Bullumba pa’llá. Entonces por qué no, bullumbean­do con Bullumba. Que no otra cosa es lo que uno hace cuando se encuentra con este músico de raza criado entre Villa Francisca donde residía su padre quien ejercía la consulta médica y la Mella bullanguer­a donde su familia tenía farmacia. Con La Nación dando pitazos noticiosos y El Trocadero macerando la bohemia. Mientras el muchacho se dejaba atrapar por el imán del piano pedagógico de Mary Siragusa, su otra familia. El, quien junto a su hermano Keko perdió a la madre en 1930, víctima de San Zenón.

Esta vez vino viernes y se fue miércoles. Siempre de prisa, como si el Señor esperara en Nueva York para alcanzarle las escaleras al Cielo. Una boda me comprometí­a el fin de semana en Punta Cana, así que pedí a la Peña de Tyrone, con sesión sabatina donde Jorge Severino, incorporar al maestro al convite. El domingo, ya de regreso en la tarde, lo recogí en su hospedaje en la Zona, a un paso de Las Mercedes que le acogía a diario en la misa. Un paseo por el polígono central, con helado Häagen-dasz y te de tilo, precedió visita a Fabio Herrera. Pautada “relámpago”, ya que el maestro había trasnochad­o, se extendió por lo grata.

El otro encuentro fue el lunes a las seis de la tarde en el acogedor PH de Fabio y Lucía Amelia. Una tormenta eléctrica, con ventarrón incluido, amenazaba abortar los arreglos desplegado­s en la terraza, que domina en panorámica la nueva urbe. El cielo encapotado disparaba sus descargas relampague­antes cual si fuese castigo de los dioses, a nos, sempiterno­s pecadores. Una Lucía Amelia previsora dispuso trasladar bajo techo la actividad.

Fui puntual, conforme al deseo del compositor, quien el domingo en la noche me advirtió que bajo circunstan­cia alguna faltara. “José, es una reunión muy importante, a la que asistirá Niní, el director del Teatro Nacional”, me dijo caracteriz­ado. “Allí te enterarás del proyecto”. El segundo en llegar fue él, jovial, con traje celeste a mil rayas. Le esperaba la noticia del deceso ese día de Manuel Troncoso, su amigo y colega. Algo que le rondó, recurrente, toda la jornada, reafirmand­o su fe en Dios.

“Oye, Bullumba, lo que son las cosas de la vida. Al darle el pésame a Jesús, el hijo

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