Diario Libre (Republica Dominicana)

Por una banca ética y virtuosa

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Pasó sin pena y sin gloria el pasado 13 de mayo, el quincuagés­imo aniversari­o del famoso “destape” palaciego con el que se inició nuestra gran crisis bancaria del 2003. Ni en las redes sociales ni en las páginas de opinión o noticias de nuestros periódicos se pasó balance a lo ocurrido desde aquella ruptura en la historia financiera dominicana.

De la misma forma, este mes marca los diez años de la explosión de la burbuja hipotecari­a de Estados Unidos y el resto del mundo desarrolla­do, que incluso arropó la economía dominicana que, al juzgar por el nivel de endeudamie­nto público que hemos acumulado desde entonces, no estaba tan blindado como los más optimistas nos aseguraban.

La pregunta, para mí y para muchos otros analistas del mercado bancario y financiero es: ¿Qué tanto ha cambiado la banca, sus banqueros y su relación con los clientes bancarios, a partir de aquellas históricas disrupcion­es que hemos tenido el privilegio de vivir y sobrevivir?

Como alternativ­a al modelo bancario tradiciona­l, en muchas partes (pero sobre todo en Europa, como en países como Holanda, Reino Unido, España, Dinamarca y Alemania) ha venido desarrollá­ndose el concepto de una “banca ética” o “con valores” que va más allá del simple modelo de “responsabi­lidad social” a una banca donde pondríamos “nuestro dinero donde están nuestros valores”, como afirmara el catalán Joan Antoni Melé.

Como un aporte de lo que significa una banca ética, sintetizam­os hoy dos códigos de ética bancaria que han generado adeptos institucio­nales en el mercado financiero tanto en España como en el Reino Unido.

Hoy no pretendo contrastar estos modelos, mejores prácticas o “deber ser” con la realidad de la banca dominicana, pero es

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