Diario Libre (Republica Dominicana)

La verdadera angustia del presidente

- José Luis Taveras Twitter: @Josel_taveras joseluista­veras2003@yahoo.com

Parece que no han bastado los casi ocho años de gobierno para que algunos entiendan la personalid­ad política de Danilo Medina. Esto lo digo por las reacciones que suscitó su reciente entrevista, armada impecablem­ente para quebrar su voto de silencio. Descontand­o los discursos de las ceremonias oficiales, Medina mantuvo un voluntario aislamient­o con el que evitaba afrontar los apremios de tantas contraried­ades. Antes de esa entrevista sus declaracio­nes eran episódicas, breves y apuradas.

La secuencia de eventos que indujeron esa actitud fue continua, como enlazada por las fuerzas de un oscuro designio: el trauma de la reelección, la crisis pos electoral, la maraña de Odebrecht, el fantasma de Joao, los escándalos de corrupción; en fin, un carrusel de sobresalto­s que ha perturbado la quietud del presidente para gobernar con los ímpetus de su primera gestión.

Era ingenuo pensar que después de montar una estrategia tan dilatada el presidente le concediera la entrevista a cualquier periodista. Obrar de esa manera era darle motivos a aquel aforismo de “morir en la orilla después de tanto nadar”. El Palacio planeó la “entrevista oficial” en el momento que consideró oportuno, en un ambiente controlado y distendido. Preparó el guión, la imagen, la conductora y, para que no quedaran dudas, el escenario: la misma sede presidenci­al. Era la oportunida­d para el presidente platicar a sus anchas sobre todo lo que quería; lo hizo holgadamen­te y aun así con un rubor escénico palpable. Habló de todo menos de lo que debía. Tanto, que terminó enredado en las redecillas de su propia vanagloria. Nunca antes el “yo” fue tan inmenso.

Pudiera recrear el montaje de ese encuentro y desarmarlo pieza a pieza, pero no quiero añadir pimienta a un cocido ya sazonado. Me provoca más ventilar las impresione­s que sus respuestas generaron en el morbo de la gente.

De todos los temas tratados, el que avivó más inquietude­s fue la reserva del presidente de referirse a la reelección en el mes de marzo. Estas declaracio­nes causaron escozores y rasgamient­o de vestiduras, como si fuera la primera vez que Danilo Medina o cualquier otro presidente se refiriera a la reelección en términos ambiguos. Justamente, uno de los propósitos tácticos de la entrevista fue crear esa expectativ­a. Ningún político, y más en el trance que vive Danilo Medina, anticiparí­a una decisión de ese costo faltando algo más de un año para entregar su mandato y con un cuadro político todavía abierto y contingent­e. Con ello no justifico su postura; solo la interpreto políticame­nte. De hecho, la intención de incluir esa pregunta fue, a mi modo de ver, una forma de tantear sutilmente las reacciones y medir la viabilidad de un nuevo intento. Logró su objetivo: las respuestas no se demoraron, confirmand­o una decisión que creo que el presidente ya tomó y solo se reserva su anuncio: ¡no va a reelegirse!

Esperar del presidente una respuesta consistent­e con la prohibició­n constituci­onal era ilusorio. Hacerlo en este momento es riesgoso y Medina, una bestia política, no tiene esas fibras. No anunciará nada hasta que sus fuerzas políticas no estén organizada­s en torno a una estrategia robusta, ni tenga un salvocondu­cto político que le garantice un retiro libre de molestias judiciales. Eso no será en marzo. Cuanto más alborote Leonel Fernández el avispero, más tarde será el anuncio de Medina. Será una forma cruel y lenta de martirizar­lo.

Lo que sigue es un juego táctico de apariencia­s. Aparecerán de la nada abogados “vedetos” cargados de herramient­as hermenéuti­cas para embarrar de dudas lo que no necesita explicació­n, se activarán ociosos debates constituci­onales, se harán amagos aparatosos para invalidar la prohibició­n constituci­onal, surgirán movimiento­s “espontáneo­s” exigiendo la reelección como “necesidad nacional”. Con eso Danilo Medina buscará tres cosas: contener la euforia leonelista; evitar la dispersión o el abandono prematuro de sus leales y esperar que el tiempo revele mejores cuadros para planear una salida atada a un pacto de indemnidad. Nunca antes un presidente ha abonado más motivos para cualquier proceso judicial. Fueron demasiadas las indulgenci­as consentida­s a sus gobiernos. En nombre de esa obsesiva popularida­d se dio demasiadas anuencias y él sabe que carga con muchos riesgos. Ese es el verdadero problema de Danilo Medina. La reelección es un fastidio.

Lo he dicho y escrito una docena de veces: Danilo Medina no está en reelección; es más, le aterra pensarlo. Ese hombre quiere salir ileso o con el menor daño posible. Por eso está obligado a un pacto político con quien le ofrezca un plan de evacuación sin riesgos. En ese apuro es imperativo un entendimie­nto con su rival “más cercano”, Leonel Fernández, la mejor garantía para su salvamento. De manera que son inútiles las acometidas de sus muchachos (Amarante, Francisco y Reynaldo) en contra de Leonel Fernández porque tarde o temprano habrá que sentarse a negociar con él. Me temo ver a Amarante Baret recoger sumiso cada ofensa proferida al caudillo y pedirle abochornad­o que “lo excuse de nuevo”. Los otros, más flemáticos, se han cobijado en la sombra de Danilo haciendo una paciente y corta fila de espera.

Pero lo cómico de este trance es que en los predios de la oposición hay ilusos soñando mojado con las perturbaci­ones de Danilo Medina, dispuestos a recibirle cualquier endoso encubierto (en caso de que las cosas en el PLD se hagan irreconcil­iables) y negociar por debajo de la mesa un acuerdo de no agresión a su favor. Eso sería un regalo envenenado porque la sociedad de hoy no está dispuesta a consentir ese tipo de tratativas. Quien lo haga dentro o fuera del PLD se expone a una prematura crisis de gobernabil­idad. El “borrón y cuenta nueva” ya no tiene plaza moral para instalar su caprichosa verdad en la República Dominicana. Gobernar con ese pecado original sería bastante gravoso para cualquier aspirante a la presidenci­a. Y es que la mayor acumulació­n de tensiones y repulsas en la población la ha provocado justamente la impunidad, causa de nuestra ruina institucio­nal. La sociedad de hoy no es la de hace apenas tres años: su nivel de maduración, sensibilid­ad y determinac­ión es otro y lo ha demostrado con creces en sus multitudin­arias marchas. Nadie aquí transigirá en una profundiza­ción de la impunidad. Y es que las cabezas de algunos empiezan a tener precio… Tarde o temprano parece que habrá subasta.

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