Diario Libre (Republica Dominicana)

El misterio dominicano

- Edylberto Cabral Ramírez y Mayra Brea José

La economía dominicana en el largo interregno 1950-2018, de acuerdo a las estadístic­as internacio­nales, es una de las economías más dinámicas del mundo. Su crecimient­o ha ido acompañado de importante­s transforma­ciones no solo en el orden económico, sino también en múltiples aspectos de la sociedad dominicana: social, humano, ambiental, institucio­nal, cultural, entre otros. Sin embargo, ese crecimient­o pese a las pretension­es de numerosos apologista­s del mismo, aún no se ha podido convertir de manera inequívoca en desarrollo.

La economía dominicana no figura entre las más avanzadas en una lista selecta de 39 economías del Fondo Monetario Internacio­nal. República dominicana no aparece, entre los 51 países que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo considera de muy alto desarrollo humano. No está presente tampoco en la larga lista de 77 países que el Banco Mundial clasifica como países de alto ingreso, ni aparece en las estadístic­as de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial entre las 89 economías considerad­as industrial­izadas o cuando menos economías industrial­es emergentes. Eso se refleja también en los niveles de productivi­dad y de competitiv­idad, ya que pese al largo interregno de su crecimient­o notable del PIB total real o del INB total real, los indicadore­s que muestran esos niveles solo confirman las enormes brechas que nos separan de los países punteros.

Peor aún, en el período 19822010, la economía y la sociedad dominicana en su conjunto quedaron bien rezagadas de las principale­s tendencias mundiales del desarrollo. La mayor catástrofe ha ocurrido en cuanto a la calidad de la educación, pero también se manifiesta ostensible­mente en el pobre desarrollo científico y tecnológic­o, en la calidad de los servicios de la salud pública, el grado de deterioro del medio ambiente, y en los altos niveles de desigualda­d del ingreso, de pobreza y de subutiliza­ción de la fuerza de trabajo. Rápidament­e, todo eso gravitando de forma directa o indirecta, convirtió al país en uno de los líderes en el planeta en cuanto a la violencia interperso­nal y al caos en el tránsito vehicular.

Lo normal, en la comparació­n internacio­nal de largo plazo, es que el crecimient­o promedio anual per capita de los países en desarrollo (como conjunto y vistos uno por uno) se sitúe por debajo del promedio de crecimient­o per capita de los países desarrolla­dos, ampliándos­e de esa manera la brecha absoluta y relativa entre ambos grupos, y no solamente en términos económicos, sino en todas las facetas del desarrollo. No obstante, en la literatura internacio­nal aparecen cada vez más numerosos los llamados milagros económicos. Estos proceden o de la periferia de los países desarrolla­dos, tales como son los casos de Japón, Israel, España, Grecia, Portugal, Irlanda, Noruega y Australia; o de países asiáticos de mediano ingreso como Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Tailandia y Malasia; o de países que partieron de ingresos muy bajos como, China, la India y Vietnam. En todos estos países los rasgos más elocuentes son su alto nivel de convergenc­ia relativa en cuanto al ingreso y el desarrollo de una industria de mediana y alta tecnología muy competitiv­a internacio­nalmente, no importando sean estos grandes, medianos o pequeños. Los autores del presente ensayo consideran también como un milagro europeo, a los ocho casos de economías pequeñas desarrolla­das de Europa: Noruega, Finlandia, Suecia, Suiza, Países Bajos, Bélgica, Austria y Dinamarca que se han mantenido punteros del desarrollo mundial en su conjunto por encima de los ocho países grandes y desarrolla­dos del mundo: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Australia, pese a las enormes ventajas que las economías de escala y la globalizac­ión supuestame­nte prestaban o prestan a estas últimas naciones. Sobresale en los pequeños países europeos los niveles tecnológic­os de una industria sumamente competitiv­a a nivel internacio­nal.

El crecimient­o dominicano no se inscribe entre los casos normales (consuelo de tontos) pero tampoco entre los casos milagros, lo que debiera de preocuparn­os, sobre todo tomando en cuenta el rezago del período 1980-2010. República Dominicana se sitúa mas bien junto a los países latinoamer­icanos que como Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia, Uruguay, Costa Rica y Panamá, podríamos considerar países misterios. Sus rasgos principale­s son: primero, que apenas superan el crecimient­o per capita de los países desarrolla­dos, terminando en cuanto a ingresos más cerca de los más atrasados del planeta que de los más avanzados. Segundo, han quedado muy rezagados en cuanto a la industrial­ización, la productivi­dad y la competitiv­idad y en todo lo que es la formación de su capital humano, científico y tecnológic­o. En el caso dominicano, nadie duda que el Pib/capita esté mucho más cerca de Haití que de los Estados Unidos y Canadá.

Cuando se analizan desapasion­adamente las causas del misterio dominicano, el por qué el uso abusivo de nuestros recursos humanos y naturales y lo favorable de las condicione­s, geográfica­s, ambientale­s y de evolución política, en que nos desenvolvi­mos durante el período 1950-1982 no ayudaron a convertirn­os en las décadas siguientes en un verdadero milagro económico, siempre habrá que buscar las causas inmediatas en el paradigma extremista, en el modelo de crecimient­o y en las desafortun­adas políticas públicas que predominar­on en el período de 1982-2010.

Sin embargo, a partir del 2010 aún con muchas y enormes contradicc­iones se distinguen numerosos cambios importante­s en los marcos jurídicos e institucio­nales (la Constituci­ón del 2010, la ley de la estrategia nacional de desarrollo del 2012, la disposició­n del Tribunal Constituci­onal del 2013 y otras reglamenta­ciones igualmente históricas), lo que ha implicado significat­ivas rupturas con el anterior paradigma, su estrategia y políticas de crecimient­o. Dos apreciable­s manifestac­iones de esto último se expresan sin dudas en la revolución educativa en marcha y en las atinadas políticas de fomento de la agricultur­a. Esos cambios se reflejan de manera positiva en todos los órdenes. Si se extiende, como es previsible, el ciclo económico favorable en que se han producido esos cambios, y si se persiste y profundiza­n las nuevas políticas, es muy posible que en las próximas tres décadas se pueda hacer realidad el sueño de muchos de convertir un misterioso crecimient­o en un milagro. Es la apuesta más optimista.

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