Diario Libre (Republica Dominicana)
Aníbal de Castro
QUE VIVIMOS DE ESPALDAS al Caribe ha mutado en perogrullada, perdido el impacto por la tanta repetición estéril. La realidad, siempre imbatible, carcome lentamente el aserto: hay un avance relativo en las relaciones diplomáticas y de negocios con la región a la que pertenecemos por razones que trascienden la simple geografía.
Otras distancias importan, no solo las que imponen las aguas marinas en el archipiélago donde germinó la historia moderna del Nuevo Mundo. La separación se perfila cultural, espiritual. En parte atribuible a la barrera del idioma, se asienta en la ignorancia de las colindancias históricas y las consecuencias compartidas del colonialismo y la geopolítica. Hemos olvidado, a veces a propósito, la savia que nos vino del África en los barcos atiborrados de esclavos, y el hermanamiento de razas y tradiciones transportado en el desatino europeo.
No es de extrañar, por tanto, la escasa atención dispensada a la muerte reciente de uno de los contribuyentes más excelsos a la literatura universal, V. S. Naipaul. Sus obras compendian el caleidoscopio caribeño con una vitalidad fuera de serie. Escapan de lo anecdótico y local para enlazar causas y consecuencias en relatos en los que la ficción desenmascara la realidad. Los ensayos revelan una mente acuciosa, inquisitiva, dispuesta al análisis penetrante no exento de cinismo. Sus crónicas de viaje nos adentran en circunstancias humanas y materiales que retan la imaginación y colocan el futuro del llamado Tercer Mundo entre signos de interrogación.
Fiel producto del Caribe imperial, Naipaul, de padres indios musulmanes, nació en la isla Trinidad y emigró muy joven a Inglaterra donde desarrolló su carrera literaria y periodística hasta morir el mes pasado, a la edad de 85 años. Sus primeros años de inmigrante fueron difíciles. Tanto por la estrechez económica, que no le impidió graduarse en la Universidad de Oxford, como por la búsqueda intensa de una identidad propia. He aquí la marca en su vasta producción. Desde Un recodo en el río hasta sus anotaciones viajeras—la sobresaliente Entre creyentes incluida—, el grabado imborrable es la alienación, el desamparo cultural enraizado en el colonialismo y el subdesarrollo anejo. Al lector adviene un sentimiento angustioso, un sentido de no pertenencia que deriva en confusión y desplazamiento del yo.
Al otorgarle el Premio Nobel en el 2001, la Academia Sueca hablaba de que Naipaul circunnavegaba el mundo con su literatura, en referencia a “una narrativa perceptiva y una incorruptible búsqueda en trabajos que nos impulsan a vislumbrar la presencia de historias ocultas”. Ciertamente, la otra historia del mundo colonial, con