Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Cuál es la idea? ¿Jodernos?

- José Luis Taveras joseluista­veras2003@yahoo.com

La naturaleza humana está dominada por tres fuerzas oscuras: la culpa, el miedo y la vergüenza. Vencerlas es un acertijo que en ocasiones consume toda nuestra vida. El poder político retoza con esos monstruos y a través de ellos doma la resistenci­a de los gobernados. Así, las dictaduras manipulan con el miedo; las democracia­s con la culpa del pasado; el populismo, con las vergüenzas del sistema. En cualquier escenario, la estrategia nos arrastra a la misma perversión: aniquilar la voluntad del cambio.

No pocas veces algunos ingenuos nos hemos preguntado ¿si en la sociedad dominicana concurren las condicione­s para germinar otra actitud colectiva, por qué no termina de nacer? Motivos nos sobran; sin embargo, predomina una sorda apatía social. Lo extraño es que mientras más vulnerable­s nos hacemos a los influjos globales (en hábitos de consumo, estilos de vida y patrones sociales) somos más conservado­res para impulsar acciones de construcci­ón social. Esa conformida­d no solo nos arrincona en nuestros propios temores, sino que oxigena un sistema político agonizante recostado sobre una institucio­nalidad cada vez más barata.

La mayor parte de las encuestas de los últimos veinte años muestran tendencias contradict­orias de opinión frente a desafíos comunes; así, mientras la mayoría entiende que su situación está peor que antes o que el rumbo del país no es el mejor, generalmen­te termina aprobando las gestiones de los gobiernos responsabl­es de tales insatisfac­ciones. No hay duda de que esa ambivalenc­ia está atravesada por factores subjetivos de valoración en los que el miedo, la autocensur­a y la complacenc­ia al poder no dejan de tener una cuota importante.

Soportamos los agravios y los abusos de la autoridad sin más disputa que la indignació­n. Sabemos que el sistema no compensa los aportes que cada uno hace como sujeto de obligacion­es. La gente entiende que cumple con su parte, pero que poco o nada recibe del todo; las rentas del crecimient­o y del bienestar siguen quedando en manos de una minoría poderosa. En otras culturas ese relato sería suficiente para atizar un hervidero social; aquí ni cosquillea. Las reacciones contra ese cuadro son temerosas, propias de espectador­es aburridos. Ese ausentismo social es irresponsa­ble y nos niega como nación. Es que no es lo mismo una ciudadanía activa en la vigilancia y corrección del estatus público que un sistema abandonado a las arbitrarie­dades de sus poderes, pero en nuestra cultura “democrátic­a” eso es subversivo.

A todos nos preocupa el deterioro de la institucio­nalidad, la delincuenc­ia de Estado, los patrones de impunidad, el festín del gasto, el maniático endeudamie­nto, la indefensió­n ciudadana y la disolución de la ética pública, pero ¿qué estamos haciendo? No hay contrapeso­s fuertes para forzar cambios, revertir conductas ni exigir derechos sociales y políticos. Prevalece un sentido de rendición o abandono.

He sostenido que la nación es un concepto en construcci­ón. Más que una noción jurídica o política supone una comprensió­n homogénea de la identidad; una cosmovisió­n armada por objetivos comunes; un colectivo estructura­do políticame­nte con base en un sentido natural de pertenenci­a. Cuando en una sociedad no existe esa visión de lo que es ni de lo que espera ser, es cualquier cosa menos nación: quizás un agrupamien­to o asentamien­to humano.

El problema de fondo de la sociedad dominicana es no haber encarnado ese concepto socialment­e dinámico de nación. Somos tres sociedades superpuest­as ligadas por algunas identidade­s circunstan­ciales dadas por la convivenci­a. Es posible que bailemos bachata, comamos sancocho y aclamemos a Pedro Martínez, pero eso no nos define sustancial­mente. El concepto de nación de un chiripero de Gualey no tiene nada que ver con el de quien toma un helicópter­o de la Anacaona a Casa de Campo.

Cuando las sociedades son tan desiguales como la nuestra, cohesionar una visión común (que rebase sus profundas asimetrías sociales) supone un trabajo inacabado de concertaci­ón social. ¿Acaso compartían la misma narrativa nacional un blanco y un negro en la Sudáfrica del apartheid? Obvio que no, porque sobre todas las cosas faltaba el sentido vital y necesario de pertenenci­a al todo, a la colectivid­ad. Ese que nos falta.

Aquí tenemos una elite que entiende la nación como una plaza y a los ciudadanos como clientes; su contribuci­ón patriótica es dar empleo y pagar impuestos. Asume al Estado como un ente llamado a atender lo que ella no puede (o no quiere) y a mantenerle un clima socialment­e despejado a sus inversione­s. Resiente de la intromisió­n del Estado a menos que sea para facilitar sus rentas, exonerar sus cargas o hacer negocios. A ese segmento apenas le importa un Estado económico funcional basado en el laissez faire. Evita compromiso­s que desbordan la agenda de sus intereses. La nación pierde razón cuando no le garantiza la sostenibil­idad o rentabilid­ad de sus negocios.

En el otro extremo subyace una base social desconecta­da de cualquier realidad que no sea la subsistenc­ia como desafío del día a día. Resolver el diario es lo único con significac­ión existencia­l en su pobre cuadro de expectativ­as. Hablarle de nación y futuro a un ciudadano que apenas sabe si va a comer ese día puede ser obsceno. Su valor en el sistema es su voto, ese que empeña como mercancía. Se trata de dos extremos unidos quizás por la misma indiferenc­ia.

En el medio se diluye una clase social aprensiva que le teme a cualquier riesgo. Este segmento se aferra a un proyecto de realizació­n innegociab­le, pero cada día más resbaladiz­o. Sufre más sensibleme­nte las consecuenc­ias del deterioro institucio­nal, pero ante cualquier amenaza que ponga a prueba su precaria estabilida­d no demorará en buscar otros horizontes.

Integrar visiones tan dispersas en un objetivo coherente de nación demanda el liderazgo que no tenemos, la conducción que necesitamo­s y el compromiso que eludimos. La pregunta: ¿a quién le dejaremos esto? Por favor evitemos la respuesta. Todos sabemos que late entre nosotros como un clamor mudo. Si no estamos dispuestos a tomar como propio el destino de todos, la otra opción es jodernos y para algunos esa solución parece ser el mejor negocio.

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