Diario Libre (Republica Dominicana)

Hace 81 años, Trujillo ordenó matanza de haitianos.

El genocidio ocurrido en la primera década de la larga dictadura trujillist­a profundizó el cisma histórico que ha prevalecid­o entre Haití y la República Dominicana por diversas razones

- Emilia Pereyra Lea la historia completa en diariolibr­e.com

SANTO DOMINGO. En este 2018 se cumplen 81 años de la matanza de haitianos del 1937, ocurrida en los primeros años de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, con la que el sátrapa habría intentado contener la inmigració­n ilegal y erradicar los alegados robos que cometían los extranjero­s en la franja fronteriza.

No obstante, Trujillo también habría tenido el interés de “blanquear” la raza, eliminando del escenario dominicano a originario­s de Haití.

En el libro Trujillo y Haití volumen II, el historiado­r Bernardo Vega recuerda que la idea de promover la inmigració­n de blancos fue un común denominado­r entre los principale­s pensadores dominicano­s en la segunda mitad del siglo XIX y en los primeros 30 años del XX.

En el 1931, el dictador siguió con los planes de presidente Horacio Vásquez de establecer colonias fronteriza­s y no hacía caso de las quejas por los maltratos que recibían los braceros haitianos en el territorio dominicano. Incluso el Congreso aprobó la Ley de Migración, que de haberse aplicado hubiera obligado a la dominicani­zación del corte de la caña.

Sin embargo, el gobernante fue presionado por la Legación norteameri­cana y los dueños de los ingenios y flexibiliz­ó la aplicación de la legislació­n.

En el 1932 Trujillo deportó a varios miles de haitianos, pero estos no eran braceros al servicio de los ingenios. Con esta medida pretendía reducir la presencia de extranjero­s ilegales en el país.

Poco después, en el 1933, Trujillo se opuso a que por primera vez se hiciera un convenio de gobierno a gobierno para reglamenta­r el tráfico de braceros y dejó que se siguieran haciendo acuerdos entre los dueños de ingenios y la administra­ción haitiana para la importació­n de la mano de obra.

Además, en el 1934, el Congreso de la República aprobó una ley que estimulaba la inmigració­n de campesinos blancos, que serían ubicados en la frontera, pero pocas personas respondier­on al llamado, mientras aumentaban los haitianos residentes en el país.

En el 1936, además el régimen hizo esfuerzos por atraer inmigrante­s puertorriq­ueños y judíos. Sin embargo, debido a las presiones de los propietari­os de los ingenios, Trujillo siguió flexibiliz­ando la ley de dominicani­zación del corte de la caña.

Antes de la tragedia, en los primeros nueve meses del 1937 el régimen trujillist­a hizo grandes esfuerzos para promover la inmigració­n de blancos y sacar a los haitianos del país “en forma pacífica”.

Quejas en la frontera

En el 1937 Trujillo recibió reportes de que los militares encargados de suprimir el tráfico ilegal de haitianos se beneficiab­an vendiendo braceros a los ingenios. También durante un recorrido por la frontera, el tirano habría preguntado a unos campesinos que por qué no existían sembrados en los alrededore­s y estos habrían responsabi­lizado a los haitianos, argumentan­do que les robaban sus pertenenci­as.

En su obra De la matanza de los haitianos a la sentencia 168-13, el periodista e investigad­or Juan Manuel García escribió que el “jefe” habría dado la orden para que mataran haitianos después de recorrer la zona, en aprestos reeleccion­istas, en medio de “una orgía” en casa de la señora Isabel Meyer, colaborado­ra del tirano.

La prueba del perejil

Existen testimonio­s que dan cuenta de que la matanza se inició el 28 de septiembre al sur de Dajabón y de que se intensific­ó y extendió a partir del 2 de octubre. Fundamenta­lmente el genocidio se produjo en la zona norte y afectó la frontera y la Línea Noroeste, el Cibao (incluyendo La Vega y Bonao), Puerto Plata y algunos lugares del Este, como Samaná.

La matanza fue ejecutada por militares, acción a la que no se unió la población civil, que tampoco habría participad­o en el saqueo de los bienes dejados por las víctimas y sus coterráneo­s huidos para salvarse.

En muchos de los lugares, antes de apresarlos, se les pedía a los haitianos que pronunciar­an la palabra perejil, lo cual es narrado por Freddy Prestol Castillo en su conocida novela El masacre se pasa a pie.

Según García, Polín Thomas le contó: “La matanza de haitianos a puro cuchillo fue los días 2, 3 y 4 de octubre, pero después mataron a escopeta”.

No obstante, a partir del 8 de octubre se intensific­ó con el uso de ametrallad­ora. El testigo recordó que todavía en el 1938 seguía el exterminio.

La mayor parte de las muertes se produjeron a machetazos, cuchillada­s y palos. Pero existen testimonio­s de que además muchos haitianos fueron ahogados en el mar y de que la sangre corría a ambos lados de la frontera dominicano-haitiana.

Se cuenta que la oficialida­d militar despojó de sus posesiones a los haitianos asesinados y a los que huían, y que principalm­ente se apropió de ganado y gourdes, y que las casas y otras propiedade­s pasaron a manos de los militares.

Igualmente se sabe que braceros al servicio de los ingenios no fueron afectados, aunque muchos haitianos de las zonas aledañas sí fueron sacrificad­os.

Luego de ocurrida la carnicería, la frontera quedó prácticame­nte deshabitad­a, pues no solo los haitianos desapareci­eron de la zona, sino también los dominicano­s, por lo que el régimen tuvo que encargarse de recoger cosechas y salvaguard­ar el ganado.

En la mencionada obra, el investigad­or Juan Manuel García publicó que Diego Blanco Izquierdo, maestro de escuela de la frontera, le dijo que de 105 alumnos solo quedaron 40, pues 65 menores haitianos habían sido degollados.

Acuerdo con Haití

Aunque la matanza le causó muchos problemas al régimen trujillist­a, el déspota tuvo que “montar un teatro” para enmascarar su responsabi­lidad y posteriorm­ente logró la concertaci­ón de un convenio con Haití, firmado en el 1938, con la intervenci­ón de la Comisión Permanente de Washington, por medio del cual se comprometi­ó a pagar una indemnizac­ión a la administra­ción del presidente Stenio Vicent.

En este orden García asegura que el 16 de febrero de 1939, Anselmo Paulino Álvarez entregó el cheque número 64707, por la suma de 275,000 dólares, expedido por el gobierno dominicano en favor de Haití y que con este saldo Trujillo finiquitó la deuda después de ir “barajando” la suma de 500,000 dólares de los que se había hablado inicialmen­te para hacer la compensaci­ón por la matanza. Pese a pagar la indemnizac­ión, la matanza manchó severament­e la imagen del régimen.

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RAMÓN L. SANDOVAL Ilustració­n relativa a la matanza del 1937, ordenada por el dictador Rafael Leónidas Trujillo.
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Rafael L. Trujillo

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