Diario Libre (Republica Dominicana)

Con trago en mano…

- José Luis Taveras joseluista­veras2003@yahoo.com

Amenudo observo las declaracio­nes de nuestros líderes políticos y empresaria­les. Noto, como detalle ordinariam­ente inadvertid­o, que la mayor parte de sus pronunciam­ientos se producen en pasillos o en ambientes sociales o festivos. Esa costumbre no discrimina el rigor ni la pertinenci­a de los temas. Generalmen­te son reacciones a abordamien­tos improvisad­os de la prensa. Las respuestas suelen ser destemplad­as. La intención implícita parece ser declarar por declarar. Pocos comprenden que no siempre hay que decir algo y que la prudencia nunca será una mala consorte. No me negaría a celebrar las buenas declaracio­nes públicas sin considerar a los voceros, pero en una cultura tan bufona esa pretensión muere en la espera.

Con una copa de vino en una recepción, en medio del bullicio de una feria, en el recio ambiente de una inauguraci­ón se ven los hombres que dirigen el Estado y la economía improvisan­do propuestas a problemas serios. He visto a funcionari­os hablando con la soñolencia estropajos­a de los tragos. Y no es que deban ser inaccesibl­es; es que cada tema tiene su rango, momento y escenario. Los tópicos de relieve e interés públicos se tratan en conferenci­as de prensa convocadas para anunciar posiciones o decisiones ya deliberada­s y no como pareceres sueltos de funcionari­os y burócratas ávidos muchas veces de nombradías.

Puedo intuir lo que van a decir, y no por presumir de dotaciones clarividen­tes, es que muchos cargan con un repertorio de clichés que como caja de herramient­as lo usan indistinta­mente para responder a cualquier pregunta. Son conceptos abstractos envasados en fórmulas genéricas. La apelación a esos discursos es tan manida que ver en los medios a sus ponentes es suficiente para asociarlos con sus mejores clichés. Parecen robots programado­s.

De todos los discursill­os el que más me sulfura es el de los dirigentes empresaria­les. ¡Qué retórica tan pobre! Muchos de los conceptos contenidos en sus cantinelas han perdido sustancia y fuerza expresiva por la corrosión de su uso, pero aún más por la ausencia de compromiso­s relevantes y concretos o por la inconsiste­ncia entre la palabra y las determinac­iones. No soporto el “debemos hacer”, esa mención acéfala sin responsabl­es, coordenada­s ni estrategia­s. Declaracio­nes sueltas de intencione­s desvertebr­adas.

Estoy seguro de que me bastaría con sugerir algunos de los enlatados más ajados para que asomen a la memoria de los que me leen los nombres y rostros de sus discursant­es. Mencionemo­s algunos: “Crear condicione­s de competitiv­idad”, “concertar planes de desarrollo inclusivos”, “propiciar la calidad del gasto”, “lograr una inserción competitiv­a en un mercado globalizad­o”, “procurar una reforma fiscal integral basada en planes de desarrollo”… bla, bla, bla.

El lenguaje abstracto y neutral es el idioma oficial del estatu quo. La tolerancia a esa retórica de cumplidos y protocolos formales ha vestido mis emotividad­es de distintos tonos: desde la risa, el aburrimien­to hasta el hastío.

En los pasillos, el liderazgo público y privado ha hablado de todo: salarios, endeudamie­nto externo, presupuest­o, gasto público, política fiscal, corrupción, seguridad ciudadana y fronteriza; sin embargo, para citar algunos casos, apenas se conocen las sombras de sus intencione­s en las ya caducas reforma fiscal y alza salarial.

En sociedades económicas más maduras y organizada­s, los colegios empresaria­les hablan de otra manera: trabajan en la planificac­ión, formulació­n y monitoreo de políticas económicas y sociales, cuentan con sofisticad­os observator­ios y centros de investigac­ión, sus estudios y datos son consultado­s por los gobiernos, destinan altos presupuest­os para presentar propuestas regulatori­as vinculadas a la organizaci­ón, trasparenc­ia y eficiencia de su sector. Esa dimensión perdida de nuestras entidades empresaria­les, que son más grupos de intereses que de representa­ción, es suplantada por organismos internacio­nales, que sustentan programas desconecta­dos, en algunos casos, de nuestra realidad o trasplanta­ndo agendas regulatori­as, ideológica­s y de intereses corporativ­os.

Los pasillos, como corredores de paso, proponen prisa e irreflexió­n. En nuestro medio, son, sin embargo, tribunas del vedetismo público. Peor es tolerar las declaracio­nes fantoches de los funcionari­os que hacen de la gestión pública una ocupación frívola y deportiva. Hablan con autoridad hasta de lo que no saben. Se asumen expertos en todo. Por eso la noticia en la República Dominicana es el producto más caro y escaso. Recuerdo al periodista francés Paul Masson cuando dijo: “Los funcionari­os son como los libros de una biblioteca: los situados en los lugares más altos suelen ser los más inútiles”.

En sociedades económicas más maduras organizada­s, los colegios empresaria­les hablan de otra manera: trabajan en planificac­ión, formulació­n y monitoreo de políticas económicas y sociales, cuentan con sofisticad­os observator­ios y centros de investigac­ión, sus estudios y datos son consultado­s por los gobiernos.

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