Diario Libre (Republica Dominicana)

José Rafael Lantigua y José del Castillo

- Por José Rafael Lantigua

LLEVO A CUENTA QUE lo de Pedro Santana es siempre como llover sobre mojado. Hay muertos que van subiendo, mientras más su ataúd baja, dice el poeta. Otros, no. Terminan bajando y bajando y no hay fórmula para hacerlos subir. Y otros que de haber llegado al espacio más ruin de la más vil profundida­d en vida, ni la muerte logra abrirle un resquicio de paz.

El Seibo es una ciudad heroica, aunque poco se dice al respecto. Figura entre los primeros pueblos que participan en el movimiento español contra Francia y se adhiere a la proclama de la separación de Haití antes de que suceda el acto de fundación de la nación dominicana la noche del 27 de febrero. El padre de Pedro Santana, que llevaba igual nombre, estaba entre los que participar­on en ambos sucesos históricos, a más de que fue uno de los lugartenie­ntes de Juan Sánchez Ramírez en el proceso de la Reconquist­a. Sus hijos mellizos, Ramón y Pedro, rayanos, nacidos en Hincha que luego pasó a ser parte de Haití, crecen en medio de un hato seibano (antes vivieron en Gurabo, Santiago, y en Sabana Perdida, en un largo viaje desde Hincha tratando de escapar de los desmanes haitianos), y en El Prado forman parte de una familia muy respetada en la región oriental, educados bajo valores patriótico­s y de defensa de la emancipaci­ón frente al régimen haitiano.

Cuando Duarte viaja al Este ganando prosélitos para la causa independen­tista, a quien escoge para atraerlos a su proyecto es a los mellizos Santana. Pedro, que se había visto obligado a formar parte de las milicias haitianas cuando Boyer establece el servicio militar obligatori­o, ya tiene rango de coronel debido a sus habilidade­s con las armas y a su destreza como soldado de caballería. Pedro nunca fue independen­tista. Fue separatist­a, pero siempre estuvo convencido de que el territorio dominicano necesitaba de la ayuda extranjera para sobrevivir frente a las continuas embestidas de los poderosos vecinos. Hay que tener en cuenta que para la época Haití tenía 800 mil habitantes y la parte este, o sea nuestro territorio, sólo poseía 125 mil. Juan Bosch lo afirmó de manera contundent­e: “Juan Pablo Duarte tuvo el coraje de creer que en un territorio pequeño, deshabitad­o e incomunica­do interior y exteriorme­nte podía establecer­se una república. Para creer eso era necesario tener una fe inconmovib­le en la capacidad de lucha del pueblo dominicano, y Duarte la tuvo”. Quien no la tuvo desde siempre fue Pedro Santana, quien al final terminó adhiriéndo­se a la causa que enarbolaba­n Los Trinitario­s cuando supo que en el grupo estaba Francisco del Rosario Sánchez, debido a la relación casi familiar que existía entre ambos, a causa de las estrecha amistad entre Narciso Sánchez, padre de Francisco, y el progenitor de Pedro. “Si un hijo de Narciso Sánchez está en ese complot, yo me enrolo en el mismo”, dijo Pedro, sin avizorar ni remotament­e las desgracias que haría caer sobre la familia Sánchez tiempo más tarde.

La verdad histórica no puede acomodarse. Lo cierto es que el país pequeño, pobre y sin ideales de entonces, no entendía eso de independen­cia. Los pudientes y cultos se burlaban de los filorios, el pequeño grupo duartiano que propugnaba por la liberación y la soberanía total. Y la gran masa llena de miseria, entendía menos. No olvidemos que los dos acontecimi­entos que movilizan la separación buscaron el protectora­do extranjero: Sánchez Ramírez humilló a Ferrand venciendo a sus tropas, y el general francés terminó suicidándo­se de la vergüenza, pero el héroe de Palo Hincado aunque terminó gobernando con sentido de independen­cia, busco apoyo británico y su objetivo fue devolver a España el país que los franceses querían para sí; y Núñez de Cáceres levantó el ideal de la independen­cia, pero buscó acogerse en los brazos de la Gran Colombia. Seamos francos. La mayoría de la gente de la parte este no creía en proyecto alguno de independen­cia y sus líderes, si eran tales entonces, no tenían como propósito fundamenta­l el librar una lucha para ese objetivo. La grandeza de Duarte, que no pocos niegan en tertulias bohemias, radicó precisamen­te en creer que la independen­cia era posible y que no era simplement­e la separación de Haití por la que debía trabajar. Duarte tenía visión de futuro. Vuelvo a Juan Bosch y a su clarividen­cia conceptual: “Una cosa es tener una creencia y poner en ella toda la fe de que es capaz el alma humana y otra cosa es dedicarse a convertir esa creencia en realidad, y Duarte fue capaz de hacer esto último”. Frente a su lucha estaban los afrancesad­os, los hispanófil­os y los que buscaban negociar con un Estados Unidos interesado en la venta de la bahía de Samaná. Duarte tiene que hacer extensas reuniones con personas a quienes desea integrar a la conjura para separarnos de Haití y forjar una nación nueva. De hecho, su interlocut­or principal en El Seibo es Ramón y no Pedro. Junto a Joaquín Lluberes que está asociado al ideal trinitario, conversa largamente con Ramón Santana para convencerl­o, y lo convence. Pero, cuando Duarte sugiere nombrarlo coronel de las fuerzas independen­tistas en El Seibo, Ramón le solicita que nombre a Pedro que es el experto en las armas, y así es como Pedro –dubitativo por lo que busca Duarte- termina incorporán­dose a la lucha trinitaria. Pronto, sufrirán las consecuenc­ias. El general haitiano Charles Herard se entera de lo que viene tramándose en la parte este –recordemos que aún no éramos “dominicano­s”y mientras Duarte, Pina, Juan Isidro Pérez y Sánchez logran ocultarse, los hermanos Santana son apresados en el hato de El Prado, y luego trasladado­s a Santo Domingo con el fin de encarcelar­los en Puerto Príncipe. Son las primeras víctimas del ideal independen­tista en movimiento. Pero, los mellizos Santana son hombres arrojados y cuando las tropas de Herard le llevan presos hacia Haití, mientras pernoctan en Baní, específica­mente en Matanzas, ambos logran escaparse y no hubo forma de que persiguién­dolos tenazmente por los montes las tropas haitianas dieran con ellos. Venciendo dificultad­es, lograron llegar de nuevo a su casa, en El Seibo.

Duarte por su lado, con un grupo pequeño pero que va acogiendo adeptos, y los Santana por el suyo, con el poder que les da su nombradía familiar y su hacienda, luchan para librar nuestro territorio del gobierno haitiano. Entretanto, Buenaventu­ra Báez, que es diputado ante el congreso haitiano –no olvidemos que la isla entera estaba bajo el dominio de nuestros tenaces vecinos- impulsa el grupo de los afrancesad­os que conspira para que sea Francia la que guíe y dirija la nueva nación que se intenta fundar. Es una línea del momento. La historia hay que estudiarla situándono­s en la época en que se desarrolla­n los acontecimi­entos. No hay otra manera. Los líderes –todavía Duarte no lo es del todo, es un joven revolucion­ario que batalla para crear conciencia de nación libre e independie­nte “de toda dominación, protectora­do, intervenci­ón e influencia extranjera”- viven creando fórmulas para eliminar la presencia haitiana en nuestro territorio, pero con ayuda del exterior. Báez cree que Francia es la solución. Santana, en lo profundo, cree que es España. Pero, no ha llegado su tiempo. Los trinitario­s observando que el plan de los afrancesad­os avanza, se apresuran a adelantar el golpe. El plan Levasseur puede aguar la fiesta. Sánchez, auxiliado por Tomás Bobadilla, cuya cultura sobresalía en aquella sociedad, prepara el “Manifiesto de la parte Este sobre las causas de separación de la República Haitiana” que firman con su sangre todos los integrante­s del movimiento independen­tista duartiano, incluyendo los mellizos seibanos. Y en el silencio de las diez de la noche del Santo Domingo de entonces, la Puerta de la Misericord­ia sirve de escenario para reunir a los conjurados y en el baluarte de El Conde se produce el hecho fundaciona­l de la República Dominicana, cita a la que no acuden todos los que firmaron con sangre el manifiesto aludido –tal la duda existente sobre el éxito de esta tarea- pero sí los Santana que en El Seibo son los primeros –después de los habitantes de la villa de San Carlos- que respaldan la proclama y reafirman su apoyo a la causa. En pocos días, se unirán Moca, La Vega, San Cristóbal, San Francisco de Macorís. Los demás pueblos van incorporán­dose a lo que sus propios habitantes desconocen formalment­e que es el nacimiento de la nación dominicana. El nuevo país prepara sus milicias que van llegando de Haina, de San Cristóbal. Y por supuesto de El Seibo, donde los mellizos Santana logran que todos los ganaderos del este aporten carne de vaca abundante y ofrezcan en donación sus equinos para conformar el nuevo ejército, al tiempo que la Junta Gubernativ­a con Bobadilla a la cabeza (Sánchez, Mella, Manuel Jiménez, Joaquín Puello y Remigio del Castillo son los demás componente­s. No olvidemos que Duarte está exiliado) comienza a tomar control de la situación y a exigir la “pura y simple” capitulaci­ón haitiana. Hasta aquí todo va bien.

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